domingo, 30 de octubre de 2016

Opinión deFormeentera



 No sé si será por haber sentado la cabeza (en un sofá que compramos este invierno, mi bellísima compañera de vida y yo) pero todo parece marchar de forma más tranquila con respecto a las "aventuras" que cuento en las "Historias Saladas". 
Este verano no ha ocurrido ninguna situación de esas que te ponen los nervios como el cuello de un cantaor de flamenco. El barco en el que estoy desde hace unos meses (y todo hace suponer que por algunos años) no es que no dé problemas, si no, no sería un barco, pero no los ha dado en las circunstancias apropiadas como para crear una situación digna de ser contada (ya sabéis; las típicas batallitas). 
Es cierto que hace agua por alguna parte que aún no he podido detectar, pero es poca. Que las baterías no son suficientes para los consumos que tenemos. Que las bombas de achique haya que estar controlándolas más de lo habitual porque dejan de funcionar si no les metes un meneo de vez en cuando (para achicar esa poca agua). Que la jarcia (mástil, stays y obenques que lo sujetan) están en condiciones que da miedo someterlo a tensión, además de que las velas están un poco viejunas y se rasgan las costuras... y encima el jefe es un poco inconsciente y le gusta salir a navegar con viento fuerte ...Y una serie de irregularidades más con las que no os voy a aburrir.
Pero la cosa está muy tranqui. Como el barco es un velero, los jefes son bastante majos y llevaderos. Quizá os preguntéis que qué tiene que ver, y aunque creo que en alguna historia anterior ya hice algún comentario al respecto, para el que no sepa, voy a hacer un pequeño análisis: 
Por lo general el que tiene un velero es porque le gusta la mar y la navegación. Por lo tanto sabe de las condiciones de la mar y el viento, y que son los elementos los que mandan. Si el velero es pequeño, se lo hace todo el mismo armador (dueño) y no necesita a más que quien le quiera acompañar. 
El que puede permitirse un velero más grande, ya le hace falta ayuda y se adapta a comodidades más espaciosas, lo que trae normalmente más problemas, porque a más grande el barco, más chismes, apachuscos y cacharros lleva, para hacer todas esas cosas que antes hacía un montón de gente por una ración al día de carne desecada y unas onzas de grog. Aquí es donde encajamos los patrones de vela, que básicamente vigilamos que todos esos gadgets vayan funcionando, y que no se estropeen muchos simultáneamente.
 El que tiene una motora le importa un güevo que mar va a haber, ni viento ni nada... Lo que le importa es que le cuadre dónde y cuándo puede estar su apartamento flotante con su agenda. A éstos, navegar no les suele gustar, prefieren llegar lo antes posible a una calita mona, a ser posible llena de barcos, para que les vean (y con un poco de suerte, les envidien).
Si la embarcación es pequeña, lo más probable es que sea un lechuguino petulante (tengo que decir, que he conocido honrosas excepciones) que quiera de todo sin que le cueste mucho. 
Si el barco es grande ya estará acostumbrado a que le cueste todo un "riñón de la cara" (hay que contar con el escandaloso gravamen náutico) y se limitará a protestar un poco cada vez. 
Tendrá ese aire de inaccesibilidad, pero con mucha atención y respeto por quien está a su servicio. Éste (el servicio) habrá de guardar siempre una rigurosa etiqueta (nada de baños de mar, en su presencia, por ejemplo) cosa que es más distendida en las relaciones con los dueños de veleros, donde el trato suele ser más humano, por decirlo de una forma formal.  
Bueno, definidos a grandes rasgos los perfiles de armador de motora y de velero (generalizando, cosa que nunca se debe hacer) queda averiguar por dónde iba yo...
Ah si; Que mis jefes son bastante comprensivos y encajan muy bien, cuando el barco da algún problema, lo que hace que éste lo sea menos.
Así que estirando el verano hemos llegado hasta Formentera. 

DeFormentera y su turismo
Para quien no lo conozca, la isla tiene unos rincones preciosos, pero como hay mucha gente que ya lo sabe, es mejor no venir en julio y agosto. Yo llegué a finales de éste último y aún sólo podía vislumbrar algo de isla entre todos los italianos, que además del bulto por cantidad, producen el efecto cebra para confundir la vista. Lo consiguen al ir todos vestidos igual: pantalón short de los 80 con el bordecito blanco, camiseta de tirantes, gafas de aviador de espejo amarillo y sombrerito blanco estilo gángster (de esos que tienen el ala más corta que la de una gallina de granja industrial) y todos en scooter (el alquiler de motos debe ser el sustento de la isla). 
Todos se mueven en cardúmenes siguiendo los mismos flujos turísticos produciendo esos efectos visuales (y auditivos con el ruido de las motos) tan desconcertantes. 
Hay que decir en honor a la verdad, que no todos son italianos, también hay algunos españoles, pero casi no se los diferencia (quizá los españoles griten un poco más bajo). También algún inglés (se les ve rápido; son blanco nieve o naranja salvamento) a cubierto de algún chiringuito, hidratándose con ginebra, y algún que otro alemán, que queda de aquellos años del destape, escondido entre las rocas... Franceses, si, se ven también algunos, pero no suelen bajarse de los barcos.
Si miras Formentera en el mapa, verás que es ese cuajo que le cuelga a Ibiza. Es donde la gente que se descuelga de ésta última, viene a descansar de la fiesta a chiringuitos de playa mas tranquilos y se mezclan con las gentes que vienen a descansar de sus trabajos o sus vidas. De manera que te encuentras "gente guapa" y un alto porcentaje de "tías buenas" exhibiendo el trabajo de todo un año de gimnasio, y el de los artistas de la cirugía, con pensionistas de tupper y sombrilla del Decartón. Los sentidos se vuelven a confundir, entre melonares sintéticos y brevas maduras y cuajadas. 
Me fui andando hasta la Isla de Espalmador, donde este verano (estamos en el año decimosexto del segundo milenio) un gracioso, con una bengala quemó no sé cuantas hectáreas de bosque bajo. Me recordó esos sitios salvajes del Caribe donde te encuentras los restos que va depositando la mar, como una cisterna como las de camión con oxido de lustros, o un motor fueraborda, que estaba más fuera de borda que nunca, varado en la arena, desde hace años... Aún con todo esto, seguía teniendo la sensación de estar en un lugar salvaje y me entraron unas irrefrenables ganas de echar a correr en pelotas, entre todas aquellas dunas y lo que quedaba del bosque bajo (siempre he sido muy sensible a esa llamada de lo salvaje). 

Me ha encantado ver la afición de la gente a reproducir los gestos de sus semejantes. A algún iluminado se le ocurrió apilar piedras en forma de hitos rollito zen y ahora hay "zentenares" de hitos. 
Según la tradición, si haces un montoncito de piedras mirando al mar y le pides el deseo al faro (sí, al faro... Con un par!) de volver al lugar donde has hecho el montículo, éste se cumplirá. Yo creo que la gente se aburre mucho... Pero también hay que decir que queda bonito el conjunto y no hace mal a nadie, eh? Yo, en cambio me puse a recoger bricks y botellas de plástico, apilándolas  dentro del contenedor amarillo, pero es cierto que no es tan visualmente zen. A ver si alguien más iluminado que yo, se inventa una tradición de atropar basurilla o al menos no dejarla por ahí y amontonarla en un contenedor, que también queda bonito verlo todo limpio.

Esto me lleva a preguntarme sobre las bondades del turismo.  
Claro que el turismo genera riqueza, pero ¿qué riqueza es ésta si solo es económica? ¿Quien asume el desgaste de la isla? El incesante flujo de ferry cargando y descargando turistas y nubes negras. Las toneladas de residuos que no siempre van a parar al lugar adecuado (hay gente que no se acuerda que estamos en el siglo XXI y sigue tirando las botellas y las latas a la cuneta, o se dejan los vasos de plástico del mojito en la playa). El mismo aire que respiramos. ¿Quien paga a los bosques para que reciclen el humo en oxígeno? (a parte del gracioso de la bengala) ¿A la mar salada para que diluya los aceites, mantenga su salinidad y los flujos de las corrientes que transportan nutrientes para los peces que nos comemos? ¿Quien paga, para que el sistema medioambiental (y no económico) siga funcionando?   La naturaleza asume esa carga y nadie paga por ello.  
Es innato en el ser humano aprovecharse de los recursos naturales, pero coño! que ya tenemos una edad como para fijarnos en lo que hacemos, no?
Me ha gustado que las bolsas de plástico de los supermercados no sean de origen sintético, si no orgánico, por lo que son biodegradables y compostables y no andarán mucho tiempo por ahí, cuando se olviden de ellas en las cunetas, o vayan a parar al mar, como todo. 
Poco a poco va habiendo gente más responsable, mejor educada (medioambientalmente hablando) y hay más concienciación. 
Un velero es un espacio que ayuda a pensar así, ya que hay que gestionar la energía, las basuras y los recursos, el tiempo que estás desconectado de tierra. Aunque de momento no son ninguna panacea, ni mucho menos y aún quedan unos cuantos años para llegar a la utópica autosuficiencia energética y a la falacia de la sostenibilidad. Otro día os hablaré de sus consumos, su huella ecológica, etc. que me conozco y se me calienta la boca (los dedos en este caso). 

El lado salvaje de la isla
Éstos días, mientras espero al jefe, que vendrá el fin de semana para acompañarme en la travesía de vuelta a la península (le he dicho que me gusta navegar en solitario, pero a él le gusta ir acompañado) estoy al fondeo. 
Eché el hierro en la parte oriental de Espalmador (la mini isla anexa al Norte de Formentera) a sotavento, resguardado del viento de poniente y me puse a no hacer nada en diferentes posturas, mientras esperaba que lo negro que se veía a lo lejos llegase. Eché un poco más de cadena al ancla, cerré las escotillas y me preparé para un baldeo. 
La cosa se veía más negra que la boca de un lobo, por lo que todos los borreguitos que se formaban sobre las olas huían despavoridos. Las nubes de plomo iban arrastrando una cortina de agua que cambió la  tonalidad de la mar, del turquesa al verde prado montañés. Los rayos iluminaban la comparsa y la batucada que se oía a lo lejos tenía menos ritmo que mi amigo Ramón. 
No sé si fue para tanto o no, porque lo vi pasar por mi costado de babor, sin que me tocase ni una sola gota. Gran espectáculo para verlo desde el palco.
Al cabo de un rato, no llega a despejar del todo y sigue el viento. 
El barco que ha fondeado cerca, para esperar que pasase el berengenal empieza a levantar el fondeo. Entonces veo aparecer por la punta del faro a un aprendiz de Jesucristo de pié sobre el agua remando en contra del viento (sigo sin entender la gracia del paddle surf) dirigiéndose al barco que se marcha. Se pone al lado y hablan. Entiendo alguna cosa, como que el aspirante a mesías quiere que le lleven a alguna parte, pero se vé que no van en la misma dirección y el nazareno, sigue con su calvario en contra del viento, hasta que llega a mi altura. Le saludo y me dice que si le llevo de vuelta a Ibiza...
—Vienes de Ibiza? Y con la que acaba de pasar? Ole tus güevos! Menos mal que no te ha pillado, chato! Pero ahora volver es fácil, tienes el viento a favor! —Si, pero me lleva para otro lado  y yo vengo de la playa de Salinas... —Venga, no me seas mariquita, pásate al otro lado de Espalmador, que desde allí tendrás mejor ángulo. Si estás cansado atraviesa andando, en lugar de ir hasta el paso entre las dos islas (me refiero a que cruce andando al otro lado de la isla, no que separe las aguas y vaya hasta Ibiza caminando). —No, ya voy bien... —Con dos cojones! Me quedo pensando: A 4 millas (casi siete kilómetros y medio) de dónde estoy fondeado, y aún le queda volver, con todos los Ferry pasando por ahí. Pues sí que hace méritos el Jesús náutico, éste...

Yo por mi parte, soy más pagano. Me voy nadando hasta la isla, en pelota picá y como en ese estado, uno siente más la llamada de lo salvaje, me puse a correr como un loco perseguido por un enjambre de avispas, por entre las dunas y adentrándome entre el follaje. Así llegué al S'Estanyol, que es una laguna de barro en medio de la la Isla, más parecida que otra cosa a la ciénaga de Shrek. Una zona de nidificación de algún ave, que tenga la pituitaria atrofiada, porque huele bastante mal. 
Las malas lenguas dicen que ahí van a parar los vertidos de la casa del que cuida de la finca privada que hay en la isla. A mí me cuesta creerlo (es mucho más probable que vayan a parar al mar). 
La leyenda dice, que en la época de los piratas, era dónde se guardaban los cerdos para el abastecimiento alimentario de todos. En cualquier caso, es verdad que huele a putrefacción tricentenaria. Hay que tener muy pocos escrúpulos o ser un inconsciente para untarse de ese barro. Yo soy ambas cosas. Lo hice, disfrutando, además, como los cerdos de la época aquella, antes de ser sacrificados, claro.
Me pringué hasta el pelo, poniéndomelo tieso en forma de cuernos y seguidamente, salí de nuevo corriendo. Estaba tan contento con mi nuevo aspecto, que subí a toda prisa a uno de los promontorios más altos de la isla (es bastante plana, todo hay que decirlo) para hacer una estampa. 
Encontré allí un paralelepípedo regular de piedra (como un cubo alargado, vamos) que espero no fuera una tumba y que no sé qué pintaba ahí, pero me sirvió de peana para hacer mi estampa. Piernas un poco abiertas, espalda recta, brazos en jarras y mentón hacia el horizonte. Parafraseando a Engué: "Anda que no debo hacer bonito yo aquí, plantao, con este paisaje al fondo... Como un Masai!!!" 
Estuve un rato, hasta que me sequé y casi me convierto en estatua. Volví a salir corriendo otra vez entre las piedras, zarzas, bosque bajo y follaje diverso, como perseguido por un enjambre de avispas, pero no las de antes; avispas africanas asesinas! 
Salto de una duna a la playa y ahí que vienen una pareja de expedicionarios en bañador con bolsa y sombrilla. Les miro a los ojos y les lanzo un gruñido y sonidos guturales varios. Me miran con cara de estupefacción durante un segundo y medio (este tío es gilipollas o qué le pasa) y deciden echarse a reír. 
Me adentro en la mar y nado hasta el barco, dejando mi cobertura salvaje en forma de estela, reposando mi cuerpo lleno de rasguños y los pies doloridos sobre la tablazón del barco, al sol cenital. 
La tarde va cayendo y la oscuridad va ganando a la luz, hasta que ésta desaparece. Pero no dramaticemos. Las primeras estrellas van agujereando el manto nocturno y las nubes que aún quedan por el Este, que habían dejado de verse, se van tiñendo de rojo sandía. Hasta que abriéndose paso, desgarrando, haciendo jirones la cubierta celestial, se manifiesta una luna como una rodaja de chorizo, que chorrea sus lágrimas sobre una balsa de aceite, donde se moja la isla de Espartell, como un trozo de pan negro. Creo que voy a dejar de escribir e irme a cenar...

Rafa Marino


viernes, 20 de marzo de 2015

CON EL INGLÉS, LA MUJER Y EL VIENTO... MUCHO TIENTO!



El inglés lo domino lo justo para entenderme mal. A la mujer no hay quien la entienda y el viento... El viento está resultando muy frío para las latitudes que estamos. Aquí no hay quien comprenda nada...!
Bueno, comencemos por el principio ...o un par de meses más adelante, así nos ahorramos los prolegómenos:
Estábamos Ana y yo en Gibraltar, esa pequeña localidad al sur de España, con bastante carácter independentista y que por razones históricas que no llego a comprender del todo, está bastante poblada de ingleses, que después de tantos años apalancaos han ido dejando la impronta de su cultura en el lugar.
Habíamos vuelto para buscar a Catita a la que habíamos tenido que dejar amarrada en una marina casi dos meses atrás, después de salir del puerto de Rosas en Girona, porque una climatología muy adversa en combinación con la falta de tiempo, del cronológico, nos impidió entonces llegar hasta Las Canarias.
Reinaba un clima de inestabilidad y nubes grises en el ánimo, que nublaban el entendimiento, lo cual es mas peligroso cuando se va a convivir tanto tiempo en un espacio tan pequeño y oscilante sin posibilidad de salir a dar una vuelta, como no sea a16m, es decir; lo mas lejos, el púlpito de proa. Mas peligroso, decía, que la propia mar, si se combina mal. Así que por un momento sopesé la posibilidad de no hacer esta travesía atlántica. Pero a mal tiempo buena cara. Si la mujer tiene el carácter como la propia mar, bella siempre, pero cambiante, a veces bonancible y generosa y otras tempestuosa y cruel, no queda mas remedio que aceptarla como es mientras navegues en ella. Di mi palabra de cruzar este barco y negociaré las tormentas que sean necesarias, emocionales o climatológicas.

Si miras el Mediterráneo en un mapa del mundo te parecerá un mar muy pequeño, pero caben un montón de litros de agua que entran y salen por una ranura que en el mapamundi casi ni se ve. Esto produce unas corrientes que ni te cuento, pero que hay que tener en cuenta si quieres que el barco avance cuando has de pasar por ahí. Afortunadamente hay gente con estudios que se han puesto observar y medir estos fenómenos e incluso los han apuntado y todo, para que otros no tengamos que pensar demasiado. Los gráficos dicen que hay una corriente de entrada procedente del Atlántico y luego está la producida por la marea, que puede oponerse a la primera o sumarse, dependiendo, claro está, si la marea sube o baja. Por lo tanto es importante estar preparado a unas determinadas horas antes de la pleamar, porque si coinciden las dos corrientes en el mismo sentido, haces el ridículo como si intentases subir por unas escaleras mecánicas que bajan. En un centro comercial puede resultar gracioso. En un lugar con barcos mercantes por todas partes no hace ni puta gracia quedarse ahí clavado mientras pones todo tu esfuerzo en salir de ese embudo.
Las mareas tienen una puntualidad británica y nosotros debíamos estar saliendo de la Bahía de Algeciras 5 horas antes de la pleamar, pero ya se sabe que el hombre propone y la mujer lo descompone. Otra de las mujeres que lo descompuso fue la de la oficina de la marina, cuando fuimos a pagar. A la buena señora le debió parecer que debía encontrar el algoritmo que relacionase los días de estancia con el precio por día para hacer los cálculos pertinentes de lo que se debía y dijo que eso no se hacía así, que necesitaba tiempo y que lo iba a intentar, pero que necesitaba al menos una hora mas. Creo que esperaba a sus compañeros porque sólo tenía diez dedos para contar ya que a los de los pies seguro que no llegaba. Maldije su volumen británico y me fui a poner de nuevo la bandera española de cortesía en el obenque de estribor (donde se pone la bandera del país que visitas) que es donde le corresponde, y que cuando llegamos con el barco dos meses atrás, había quitado gracias a la "cortés" y flemática invitación de uno de los marineros del puerto a que la cambiase al obenque de babor (donde se pone la de la nacionalidad de la tripulación) a lo que Ana le contestó que el capitán era español y decía que aquellas aguas eran españolas y punto! Pero dado que el barco se iba a quedar en su puerto solito y para evitar represalias la arrié hasta este momento antes de pagar el puerto y largar.
Así que esta tarde nos adentrarnos en el meollo de uno de los estrechos mas transitados del mundo, de noche y retrasados lo suficiente para no llegar en condiciones óptimas y que se comenzase a notar la corriente contraria y avanzásemos mas despacio. Esto produjo una reacción en cadena y no aprovechamos una ventana de viento (valga la redundancia) que nos hubiera permitido no tener que navegar ciñendo con el viento en contra por la costa africana hasta la altura de Casablanca. Ceñir, o sea; navegar casi contra el viento y contra la mar es vapuleante y extenuante para la tripulación y para el barco porque tienes que ir remontando no solo el viento, si no también en contra de olas de tres o cuatro metros, que cada poco baldean la cubierta. Así estuvimos casi dos días que acabaron empapando por dentro el barco y los ánimos.
Una noche, durante mi guardia oí un ruido en la jarcia (palo, crucetas y cables que lo sujetan) fuuuuuuiiiiiiiip... Clank!!! y al iluminarlo pude ver uno de los cables diagonales secundarios que sujetan el palo, colgando alegremente y con el movimiento producido por la fuerte marejada golpeaba despreocupadamente todo lo que encontraba a su paso, Clank, Clonk, Clank, con el tensor actuando como un martillo de demolición manejado por un mono hasta el culo de tripis. Lo primero que desintegró fue la luz de navegación a motor, después el reflector radar y por ultimo a su gemelo de la otra banda, que a fuerza de golpes acabó sacándolo también de su sitio. Esperé en suspense sufriendo un par de horas por la antena del radar hasta que por la mañana, ya con luz, Ana me izó amarrado palo arriba (algo que parece ser ya una especie de rito, porque me ocurre cada vez que transito por estas aguas) y así pude sujetar los dos cables que se habían soltado y que amenazaban con romper la antena del radar, que ya había empezado a soltarse de su soporte. Es admirable la actitud incansable de los elementos en su afán por vapulearlo todo. Pero todo pasa, y pasó que roló el viento por fin y nos empujó lentamente hacia las islas afortunadas. Digo lentamente porque a causa de llevar la jarcia mermada, decidí no cargar el palo con mucho trapo, para llegar despacio, pero lentos. Eso si; con seguridad de no desarbolar.
Pensamos entonces parar al sur de Lanzarote, donde hacía algún tiempo ya, en la varada del Symphony, conocí a los encargados del varadero de Marina Rubicón, cuya calidad humana y capacidad resolutiva no hacen necesario pensárselo mas y hacia allá orienté la proa.
Pasado Puerto Calero el viento roló para refregarse bien contra la costa de esta isla, que le aplanaba las olas y le hacia encajes de espuma en las crestas. Al llegar a la punta del Papagayo, el viento se excitó aun mas al pasar entre las dos islas produciendo olas de frenesí verde mostrando el encaje erótico con voluptuosidad y descaro. Catita se escoró de placer arrumbando ya al espigón del puerto, sin la mas leve queja por las lesiones en la jarcia y yo con esa mezcla de satisfacción y temor por causarle daños mayores, ese gozo agridulce por la culpabilidad que tanto gusta a algunos curas (me estaré volviendo religioso?).
Finalmente a escasos metros de la bocana, aproamos al viento y arrié las velas para  entrar a puerto. Allí nos esperaba mi amigo Angel, que se apuntaba a descubrir de nuevo el Nuevo Mundo. Antes gozaríamos de unos días para descansar nuestros cuerpos maltrechos y repararnos para el cruce Atlántico.



Agüita Salada

Tras las reparaciones, incluyendo la de fortuna que tuve que hacer con el compás (brújula de barco) que desangré vaciándole accidentalmente la glicerina que llevan dentro y que sustituí por aceite para bebés (ahora va suave como el culito de un niño) largamos amarras. Nos hicimos a la mar un domingo, bien pertrechados y limpiucos, ya dispuestos a no parar hasta llegar a Tórtola. Si, Tórtola de nuevo... Ese muermo de isla, donde la primera vez dije que no volvería y esta ya va a ser la tercera. Me he dado cuenta que es la recalada pirata, para no tener que sacar el visado de USA haciendo el trapicheo de la ultima vez, que ya conté en alguna historia anterior. Se trata cruzar a St. John en Ferry, que está a una milla y media y ya es yankeelandia, porque en barco privado no te dejan entrar sin visado. Una vez me firman la entrada a La Tierra Prometida, de las oportunidades, la Libertad (La estatua) y las hamburguesas, ya puedo campar a mis anchas (bueno, es un decir, ya sabéis como son los americanos con su tierra...) bueno, a lo que iba:
La mar y el viento nos empujaban por la popa mientras Angelito echaba la papa.
Los alisios son más estables a partir de los 16º de latitud para abajo, mas o menos a la altura de Cabo Verde, así que, aunque ganando Oeste poco a poco vamos hacia el Sur (cualquiera que no tenga muy disminuidas sus capacidades de orientación o atención podrá deducir que estábamos haciendo un rumbo Sur-Oeste) y como es cuesta abajo íbamos como un romero haciendo surf y una buena velocidad.
Una noche mientras cenábamos, escuché la bomba de achique funcionar y al cabo de medio minuto ponerse de nuevo en marcha. Cuando abrí la pana para ver la sentina (el interior del casco) me encontré que la bomba trabajaba periódicamente achicando una cantidad de agua bastante abundante que no debería estar ahí... Metí la mano para sacar agua y catarla.
De matices bien definidos, su bouquet tenía bastante cuerpo y dejaba un retro gusto ácido al final, pero en esencia era AGUA SALADA!!! Medí el tiempo que tardaba en llenarse el pozo de la bomba y calculé aproximadamente que embarcábamos 25 litros de agua por hora. No está mal, teniendo en cuenta que cubiqué el volumen del pozo a ojo, conté los segundos con los dedos y la multiplicación la hice mentalmente y sin mover los labios. Seguí controlando la frecuencia de achique y no aumentaba así que me fui a mi cabina a no dormir. De día se ven las cosas de otra forma (al menos con mas luz), pero la forma fue más apremiante porque la bomba de achique dejó de funcionar. Bien, esto mejora por momentos... Le pongo a Ángel a darle a la bomba de mano mientras desmonto la eléctrica, la sustituyo por otra y limpio el filtro. Levanté todas las panas del barco (el suelo en idioma terrestre) para comprobar los grifos de fondo (en terminología náutica se llaman grifos a las llaves de paso que abren o cortan un flujo de agua u otros líquidos) que van por dentro del casco para conseguir agua salada de la parte de afuera, para refrigeración de motores, agua de los inodoros y otros menesteres que no vienen al caso, pero el caso es que era menester comprobarlos todos y este barco tiene treintaidos! Para qué...? Para darle emoción porque son entradas de agua salada potencialmente peligrosas que además los diseñadores del interior del barco se encargaron de que fueran inaccesibles para el ser humano. Pensé en cómo serían  estas personas, que estarían durmiendo tranquilamente en sus casas en Francia. Me preguntaba si serian como el hombre de goma (o de lo bien que estaría intentar que lo fueran por unos minutos). De paso me acordé de sus progenitores también mientras iba desmontando el barco e introduciéndome  por cavidades intransitables hasta para una anguila con anorexia e ingeniándomelas para grabar en video por los huecos a donde no llegaba a ver, sujetando el teléfono en el extremo de un palo. Todo esto me lo hubiera ahorrado de haber pensado un poco e ir primero a los dos lugares donde hay mas probabilidades de que entre agua en un barco. El primero que si lo había comprobado antes que nada, no era la causa; El eje de la hélice estaba seco. Pero el segundo lo dejé para el final, no solo por estar el último, si no por todas las botellas de agua, refrescos y demás familia que llevamos estibado en los aledaños de la timonería. Después de abrirme paso hasta la gobernalle como un espeleólogo con obesidad mórbida, iluminé con el frontal la mecha del timón y menudo chorrazo! Encontrar la causa, en sí, es un gran alivio. Ahora ya solo quedaba solucionarlo.
En otras circunstancias hubiera hecho una reparación de fortuna, pero con un ligero desvío estábamos a dos días de Cabo Verde y aunque no teníamos las cartas náuticas de ese archipiélago conocía un puerto con marina deportiva (probablemente la única de todo el conjunto de islas) donde podríamos reparar con más seguridad. En la mar es aconsejable ser conservador (por poco que me guste) así que pusimos proa a la isla de Sao Vicente donde ya había estado un par de años atrás.
Nada mas llegar y poner los pies en el bar flotante de la marina, oigo a mi espalda la voz sorprendida de una mujer que me llama por mi nombre! Era mi amiga Donata que junto a Isaac y Mia habían salido de Canarias, en el barco de este último, una semana antes que nosotros. Habían recalado de emergencia en marina Mindelo porque perdieron la pala del timón (yo preferiría perder la vergüenza antes que eso) quedándose sin gobierno del barco, al garete durante tres días, hasta que consiguieron fabricarse un timón de fortuna con un trozo del tangón, la tapa del water y mucho ingenio para colocarlo. Todo esto con las olas de cuatro metros (en las que nosotros hicimos surf)  y sin demorar mucho, porque la corriente ya les alejaba de la tierra más cercana. Y que sea robusto, porque las fuertes presiones a que someten las olas de cuatro metros que empujaban por detrás pueden destrozar cualquier intento de asegurar nada en la popa de la embarcación, como ya les había pasado con la primera versión de timón que construyeron y que les desmoralizó bastante la facilidad con la que se lo rompió, según me contaron. La mar se pone muy bruta (con lo mona que es) y no hay ingenio humano que la doblegue. Ellos consiguieron adaptarse e ingeniárselas para guiar al pobre barco mutilado en esa mar y poder acercarse a Cabo Verde, donde otro amigo que vino desde Cataluña, organizó un remolque de rescate contratando un barco de un particular y salió a buscarlos cuando les quedaban cuarenta millas para llegar. Me contaron la escena épica de Cali tirándose al agua a torso desnudo, desde la proa del otro barco, como en un anuncio de perfume masculino, nadando, sujetando con fuerza entre los dientes el cabo de remolque que les llevaría a puerto seguro. Fundido a negro con la marca del perfume y hasta aquí la publicidad. A ellos les corresponde contar la historia, que tiene matices de una aventura de las de verdad. Me sentí un poco imbécil, por comparación, habiendo recalado por la nimiedad de un chorro de agua dentro del barco.
Tampoco fuimos los únicos. Mal de muchos, trabajo para otros. Allí había al menos tres barcos mas con problemas en la timonería causados por la mar de popa que habían recalado de emergencia en su paso hacia el Caribe.
Por mucho que se revise un barco, siempre surgen problemas. En el caso de mis amigos fue la mecha, es decir; el eje del timón rompió por un sitio que era indetectable. Otro barco que estaba allí, había llegado con un 40% de la pala y serias dificultades para gobernar el barco. Otro: César, un navegante solitario de Cádiz, dudaba si seguir la travesía atlántica después de la experiencia de navegar varios días sin piloto automático, por un problema en el timón, lo que supone estar a dieta total de sueño, y casi también de comida, pues en ciertas condiciones de viento y mar no se puede soltar la caña ni un minuto sin que el barco no se atraviese a los elementos. Las torturas en Guantánamo son una lucha de almohadas comparado con una aventura así, y en la que uno mismo ha decidido meterse. Lo que lo diferencia es que aquí quien trata de degradar al ser humano, no es otro ser humano y tampoco es su intención hacerlo, ya que la mar o el viento o los rayos no tienen intención.
Otros habían recalado porque les quedaba de paso para seguir su viaje a Surinam, como era el caso de Verónica y Javier, una pareja de Asturianos, que preparaban también la travesía con unos amigos.
Angelín también fue uno de los que estuvo dudando de si seguir hasta el Caribe, debido al mareo constante que traía desde Canarias, pero le argumenté de la forma más convincente, y en el idioma que mejor entiende; el gestual; con las manos en las axilas, aleteando y gorgeando: Cooo...CoroCoooOOOoooo....!



La ruta del Sol

Así que solucionado nuestro pequeño problema de exceso de agua salada dentro del barco, nos avituallamos con un poco mas de fruta y verdura y nos despedimos de la gente que allí conocimos, voviendo a hacernos a la mar.
Esta vez Angeluco se tomó las pastis del mareo y no le ha mudado el ánimo.
A quien me ha mudado por unos días ha sido a mi. Eolo se ha estado comportando de forma perezosa dejándonos descuidadamente unas miserables brisas poco prósperas, cuando no, la total ausencia ellas. En esa opresora quietud es difícil encontrar el flujo y se crea una atmósfera pesada que el ruido de la maquina en marcha extiende hasta los confines del barco, arrastrándolo cansinamente por un elemento que se antoja denso, casi pegajoso. La leve ondulación apenas mece las amuras del barco. Busco, más que con la mirada, con la necesidad, guiños en las estrellas. Intento serenarme, empaparme de la quietud externa y reconciliarme con las fuerzas de la naturaleza, tratando de asumir que son lo que soy y lo estúpido de enfadarse por ello. Pero como mantener la calma y la quietud interior oyendo durante horas el incesante ruido del motor diésel, al que además hay que estar agradecido como el preso al carcelero que le trae la comida? Al final lo acepto, o me acostumbro, no sé. El ser humano es así. Nos acostumbramos a todo.
Una noche, durante la guardia de Ángel, me despierta y me dice que en el suelo de su cabina hay agua. Al posar los pies descubro que está anegado de agua de mar. El primer pensamiento que me asalta al ver que el agua ha llegado hasta ese nivel es: Nos estamos hundiendo? Pero por qué? Y por qué no han funcionado las bombas?
Trato de mantener la cabeza fría y me precipito con toda la calma que puedo poner delante a comprobar el estado de las sentinas. Abro de nuevo los registros para ver como está la situación y me encuentro la bomba primaria trabajando, sin prisa y con grandes pausas achicando un poco de agua del fondo, pero en ningún caso la anegación y catástrofe que esperaba encontrar. Ah! no nos hundimos, que bien! Ya mas tranquilo vuelvo a mi camarote, a ver de dónde sale esa agua y veo que se filtra por debajo de la puerta del baño que se ha inundado al rebosar el inodoro, que funciona con agua de mar. Después de achicar el agua y secarlo todo busco la posible avería que a día de hoy sigue siendo un misterio porque no lo ha vuelto a hacer.
Los días se suceden unos a otros, y las tardes tranquilas, navegando por el camino dorado que traza el sol hasta la hora que toca quedarse contemplando sus hermosas puestas que ponen una imagen idílica a la música que refleja nuestro estado de animo, que es mas relajado.  Tratamos de aprovechar los momentos de máxima fuerza de soplo eólico que no se puede llamar viento y que le costaría extinguir una vela de las de cera (la llama, se entiende...).
Izando el asimétrico, una vela de grandes dimensiones hecha del mismo material que los paracaídas, intentamos embolsar algo de viento y así parar el motor, que a este paso vamos a quemar todo el gas-oil y también lo necesitamos para la electricidad que hacemos con el generador (también diésel) con el que cargamos las baterías. Quería asegurar la llegada con combustible de sobra, a pesar de haber embarcado 200l. extra en garrafas que llevábamos bien estibadas junto con la zodiac y demás apachuscos en los pañoles de popa.
Y así, caminando, caminando, unos ratos a vela y otros contaminando, habíamos llegado justo a la mitad de camino. Esa mañana no hacia nada de viento y bastante calor, así que paramos motor para darnos un baño. Nadar en el vacío azul, de una luminosidad y un azul indescriptible es una experiencia casi mística. Flotar sobre mas de cuatro mil metros es volar en los límites del mundo liquido. Aproveché para limpiar algunas barbas de alga que le estaban saliendo al casco y quitarle sargazos que habían quedado presos en la pala del timón. Cuando fui a salir a la superficie coincidió con una ola que hizo bajar el barco mas de lo esperado y colisionamos. Afortunadamente el casco de este barco está reforzado con Kevlar y no le abrí una brecha con la cabeza, aunque en mi frente si (mi herida se cura, pero hundir el barco por una tontería...). Ana se aprestó a los primeros auxilios y dijo que había que coser (le encanta jugar a médicos, creo que además de ser su oficio tiene un poco de vicio) pero le convencí de que con unas tiras adhesivas sería suficiente ya que no me gustan las agujas perforando mi piel.
Bajamos más aún en busca del viento alcanzando ya los 13,5º de latitud y lo encontramos, pero cuando hubo que arriar el asimétrico, el sistema de enrollado se había roto y hubo que bracearlo. Aquello le costó a Angel un recuerdo para muchos años. Todo ocurrió muy rápido, como ocurren los grandes sucesos. Esta vez tuvimos suerte. El piloto automático no pudo mantener el rumbo, lo que hizo que la vela se hinchase mientras la recogíamos, y con ardides que solo el destino sabe colocó una trampa en la que Ángel cayó. La escota se tensó alrededor de su pierna y tiró de mi amigo llevándoselo a los cielos en cuerpo y alma. A este, que le gusta la vida mas que a un tonto una tiza, no quiso irse y se sujetó con fuerza al obenque, así consiguió no subir mas de un metro y medio o dos, pero el cabo le quemó por debajo de la rodilla dejándole unas buenas marcas en carne viva. Pasado el susto inicial, Ana, nuevamente se aprestó a curarle. —Ya tendrás tiempo para eso después. —Le dije sin ninguna compasión. —vamos a terminar de arriar esa vela! (Jugar a médicos con mi amigo...?).
Días después cuando el viento se relajó de nuevo, volvimos a sacar la vela para repararla, y dos veces mas se rasgaría por el mismo sitio, pero a parches, cumplió su cometido hasta que el viento arreció y ya no la sacamos mas del pañol de las velas.
Por fin los Alisios se comportaban como vientos formales y buenucos y podíamos navegar a buena velocidad y a rumbo directo, pero nubes de agua nos trajeron chubascos durante varios días, o mejor dicho; varias noches. Mientras pasa el nubarrón, los vientos mas fuertes te azotan la cara con la lluvia, entonces hay que reducir trapo, para volver a sacarlo después, una vez a pasado el berengenal. Muy entretenido y muy fresco! Me acordé de mi prima, La que Ahuyenta las Tormentas, que con una combinación secreta de padrenuestros y avemarías te disuelve un chubasco en un santiamén.
Dado el retraso que habíamos acumulado en Cabo Verde y que ahora el rumbo óptimo era entrar a las islas Vírgenes por el Norte, dejamos de plantearnos parar en Guadalupe a ver a nuestro amigo Pedro, que vive allí hace varios años y al que en ninguna travesía anterior había podido parar a ver. Nunca hay que descartar nada del todo. Una noche a la hora y poco de haber terminado mi guardia y desde la lejanía del universo onírico oí un chasquido y supe inmediatamente que el piloto automático se había roto, salí afuera y me encontré a Angel en la caña, (como se le llama al gobierno del timón, tanto si es caña como si es rueda) intentando hacer entrar en razón al piloto automático que ya no atendía a razones. —No te esfuerces, se ha roto. —A partir de ahora, tendremos que relevarnos al timón hasta que lleguemos. —le dije.  Como aun quedaban varios días hasta las islas Vírgenes, decidimos poner proa a la tierra más cercana, que coincidió no ser otra que Guadalupe. Así estuvimos navegando durante tres días. Nos planteamos, fondear esa noche en una islita cercana a Guadalupe, que se llama Marie-Galante (cuyo nombre nos sedujo desde el principio por ser la nao que Juan de La Cosa cedió a Colón como buque insignia en el descubrimiento de América, a la que rebautizaron como Santa María, que es mucho mas piadoso, claro). La idea era quedarnos al resguardo del viento en una playa paradisiaca para no entrar de noche a un puerto desconocido y entre los arrecifes con que Guadalupe protege sus costas, antes de entrar a la marina Bas-du Fort en Point-a Pitre.
Espoleados por las ganas de llegar, decidimos ayudar a las velas con un poco de motor, ya que el viento se había relajado algo.
De noche, que es cuando los problemas prefieren manifestarse y cuando quedaban veinte millas para llegar al fondeo de nuestros sueños, algo nos agarró con fuerza desde las profundidades. El motor se caló y el barco quedó sujeto por una mano invisible que nos ataba al abismo y nos impedía avanzar. Unas boyas y garrafas que asomaban por la popa descubrían la identidad del monstruo que nos apresaba. Los pescadores locales de langosta (y de barcos en nuestro caso) fondean unas jaulas enormes que balizan con garrafas y otros apachuscos flotantes, para poder recuperarlas, pero que de noche (y de día con dificultad) no se ven y lo tienen sembrado de ellas!
La mar seguía enviando las olas atlánticas que se estrellaban con violencia contra nuestra popa. Mientras, el grueso cabo que nos unía al fondo daba tirones de la hélice, que lo había enrollado con vehemencia sobre el eje y había montado un Cristo de Padre y muy Señor mío, como pude comprobar cuando me metí de nuevo debajo del barco, con gafas, aletas y una linterna dentro de una bolsa zip. Traté de cortar el cabo enroscado en el eje con la sierra de la multitusos, con la que, con paciencia, he llegado a cortar tacos de madera gruesos, pero llegar a la hélice buceando, con el movimiento del barco, hacia que gastase la mayor parte del aire, dejándome muy poco tiempo para cortar el cabo y desenredarlo de allí. Tras sucesivas apneas, con poca capacidad de recuperación por tener que mantenerme a flote en las olas y lejos del barco, que daba sacudidas como tratando de zafarse de su ligadura, decidí hacer caso a mi tripulación y desistir de librarnos de aquello. Ana seguía intentando contactar con algún servicio de guardacostas por radio sin ningún resultado. —Déjalo, esto lo tenemos que solucionar nosotros mismos. —Le dije.
Podría haber cortado el cabo y continuar a vela, pero adentrarme entre islas, de noche, sin tener la posibilidad de usar el motor en el caso de necesitarlo para esquivar algún arrecife inesperado, no me pareció buena idea. La idea de pasar la noche allí amarrados por la hélice, sufriendo los embates de las olas por la popa, tampoco. Así que pensé en quedarnos allí fondeados, pero como mandan los cánones y las buenas costumbres; amarrados por la proa. De manera que preparamos una amarra larga para sujetarnos a la misma boya y una vez la tuve pasada por ésta, les dije a los de abordo que me pasasen un cuchillo para cortar el cabo que nos aprisionaba. Ana corrió hacia el interior del barco en busca de uno. El tiempo al ser relativo, transcurre de diferente manera, supongo, para el que tiene que elegir qué cuchillo será más apropiado y donde estará ese en concreto que sería el idóneo, que para el que está esperando agarrado a una boya, que se hunde bajo las olas negras esperando que llegue el anhelado instrumento de corte. —UN CUCHILLOOOOO...!!! Volví a gritar, después de unas cuantas olas. Finalmente la herramienta llegó. Me agarré de nuevo al cabo y corté. No habría llegado ni a la mitad de las hebras cuando estalló por la tensión. El barco salió disparado y yo a remolque de este, sujeto con fuerza al trozo enrollado en la hélice. A bordo, Angel anduvo listo para que la amarra que sujetaba la proa fuera al agua rápido sin llevarse nada por el camino y el barco se aproó a la mar dócilmente. Así pasamos la noche, haciendo guardias de fondeo, porque un poco si que íbamos desplazando aquella jaula y todas las langostas que en ella hubieran, que debían ir encantadas de viajar gratis. Además había que estar atento por si apareciese algún barco.
Por la mañana un arco iris completo enmarcaba el barco de banda a banda como en una orgía de los osos amorosos. La mar seguía movida, pero como he dicho antes, de día se ven las cosas con mas luz. Pensaba en una forma de llevar aire debajo del barco para poder respirar. En cómo fabricar una bomba de aire, cuando vi el fuelle de hinchar la Zodiac y me entró la risa al imaginármelo conectado a un tubo de bucear con la manguera del agua. Le dije a Ángel que una idea tan divertida, que parecía sacada de los inventos del TBO tenía que funcionar... Lo probamos y aunque era poco el caudal de aire, si él mantenía buen ritmo pisando y yo permanecía muy tranquilo para ahorrar aire debajo, podría funcionar. Dicho y hecho! Al agua patos! Tuve que sincronizar mi respiración al ritmillo que mi asistente de aire marcaba con el pie, pero al poco ya lo había normalizado y podía dedicarme a cortar tranquilamente. Mientras estaba allí debajo concentrado se iban acercando peces la mar de curiosos, que venían a eso, a curiosear, acercándose tanto que casi no me dejaban ver lo que estaba haciendo. Les debían oler bien los efluvios del cabo que estaba cortando, plagado de mejilloncitos y caracolillo. O eso, o venían a descojonarse del sistema de respiración asistido. Un dentol, de más de un metro se mantenía a una distancia prudencial observando la escena ojiplático y sin pestañear... Finalmente tras muchos pisotones de Ángel al fuelle, terminé el trabajo y la hélice quedó libre, largamos amarras y seguimos navegando en demanda de Guadalupe, donde nos recibiría mi amigo Pedro. Fiestas, playa y la combinación de ambas, haría que no quisiéramos marcharnos de allí y nos quedamos.
Se decidió que el barco quedase en aquel puerto, bien resguardado y de un precio razonable, en lugar de llevarlo a Miami, que era una de las ideas que se barajaba al principio, pero a los americanos se les va la pinza mucho con el precio de las cosas.
De manera que disfrutamos de unos días extra en Guadeloupe, como la llaman los franceses, que claro, suena mas voluptuoso. Aquí conocimos gente encantadora y una vez mas sufrimos la inevitable sensación de dejar una parte muy importante de nosotros mismos en ese lugar. En mi caso, además, me despedía de mi Catita, a la que no sé cuando, ni si la volveré a ver. Se establece un vínculo muy estrecho entre el patrón y el barco. Como un actor presta su cuerpo y su voz a un personaje, el Patrón vive a través de su casco, jarcia, timón y cabos, lo que el barco siente, y así, cada uno vive a través del otro, experiencias irrepetibles.


Rafa Marino

viernes, 11 de octubre de 2013

Chispas y espuma

 La mañana era espléndida. Un azul límpido se iba degradando hacia tonos salmón hasta la línea del horizonte. Aún unas nubes algodonosas se perfilaban perfectamente en el cielo en dirección al nordeste e incluso captaban algún matiz arrebolado de la aurora. La mar... Que decir de la mar; Serena de un azul intenso aún oscuro por no haberse manifestado el sol. Me parecía increíble estar contemplando un semblante tan apacible. Que hermosa mañana, me cago en su madre...! Hacia poco más de una hora esa mar tan encantadora nos había hecho ver sus insensibles  inclemencias. Blanca de rabiosa espuma nos trató como a peleles estrellándonos sus olas. Y ese cielo tan pulido, negro de ira nos lanzaba rayos sin descanso a través de la intensa lluvia. No me gustan los rayos cerca.
Habíamos abandonado ya Sicilia después del periplo estival por aguas del mar Egeo. De Creta habíamos navegado hasta el estrecho de Messina para pasar por el norte de Sicilia de vuelta a casa, ya que desde Trapani pensábamos llegar a Menorca sin parar en Cerdeña. Todo iba como la seda, la previsión meteorológica iba acertando de pleno y nuestra Catita se deslizaba sobre un costado con esos 15 nudos de viento anunciados , así que la jornada se desarrollaba con la tranquilidad habitual. Cuando la oscuridad lo permitió, se empezaron a ver resplandores lejanos en el horizonte, pero calculé con lo lejos que estaban que nos pasarían por la proa, como efectivamente parecía que estaba sucediendo.
Una enorme mancha se formó en la pantalla del radar que detectaba el chubasco y los rayos ya se veían claramente por la proa. Decidímos entonces alterar el rumbo para librarnos de aquella tormenta. Como su rumbo era Nordeste,  nosotros enfilamos nuestra proa hacia Túnez.
Su marcha debía ser más lenta de lo que yo supuse y pronto nos vimos rodeados de esas grietas de luz intensa a muy poca distancia. Parecía que la bóveda celeste se resquebrajase y nos fuera a caer encima todo el mas allá de golpe. Fué ahí donde con un poco de resignación le comuniqué a Ana: –Ésta nos la comemos con patatas. Arranqué motor y me dispuse a reducir trapo. Enrollé la Génova entera, porque al ser una vela muy grande pinta mal si se desenrolla sólo una pequeña parte. Me puse a enrollar la Mayor también (Es el odioso y poco práctico sistema de vela enrollable en el palo) porque no sabía que intensidad tendría el viento y prefiero adecuarla cuando esté establecido. Súbitamente bajó la temperatura varios grados, como cuando en pleno verano entras a un comercio de esos que usan una pantalla de aire acondicionado en la puerta, pero la sensación fue la de adentrarnos en el reino de los muertos, aquello no auguraba nada bueno. De pronto un azote de viento y lluvia escoró el barco mientras la mar se convertía en una superficie agreste nevada. Cuando ya tenia la mayor enrollada casi del todo, restallando la baluma, los rayos me iluminaron unos instantes lo que parecía un girón de la vela entrando por la ranura del enrollador. Bueno, por lo menos ya está recogida.—pensé—. Uno de los mayores peligros que tiene este sistema maldito de mayor enrollable en el palo, es que si se te atasca cuando no está completamente fuera es imposible arriarla, es decir; que te quedas con todo el trapo que lleves en medio de un temporal. Mal rollito. Agradecí haber cambiado hacía poco el cabo del enrollador y ya no daba tantos problemas. Cuando terminé de enrollar la vela fui hacia popa para encargarme del gobierno del barco y vi un pequeño bulto colgando de la rueda del timón. Era Ana. —Que haces ahí?—"BLA,BLA,BLA,MÁTICOOO!!!"— Ella gritaba y  la mar rugía, así que no entendí nada, pero allí estaba ella, aguantando el timón contra viento y marea.—¡No aguanta el piloto automático! —Me repitió cuando la relevé de la tarea— El fortísimo viento proyectaba las gotas como perdigones. Por un momento pensé que no podía ser agua. Un razonamiento veloz me hizo comprender que tampoco podía ser granizo dada la temperatura, pero agua,  con lo que duele en la cara? Era como si el dios Eolo se hubiera sacado una Karcher y nos la disparase a la cara de cerca.  Me entró la risa pensando en todos los días de calma chicha que nos habíamos comido. —Ya te podías dosificar un poco, capullo! —Esto lo pensé sólo, pero me oyó. Una ráfaga más fuerte me abatió la proa y arrancó una colchoneta llevándosela como si fuera un papel. —Hala! más mierda a la mar! Gili...— Me volvió a oír;  El windex marcó 65 nudos (120km/h) de viento y el bimini que nos cubre de las inclemencias solares durante el día lo arrancó de cuajo. Afortunadamente quedó preso por unas cinchas y no salió volando. Entre Ana y yo, ya que a bordo no había nadie más, ni nadie menos, lo cual agradecí mucho, recogimos el toldo y lo "arreguñamos" como pudimos. A partir de aquí dejé de pensar en voz alta, por si acaso.
Seguí tratando de mantener el rumbo del barco.  Las olas barrían la cubierta con tal fuerza que el sellado de las escotillas era ineficiente y entraba bastante agua dentro, no para preocuparse, pero si para molestarse. Como además Eolo seguía jugando con la maquinita del agua a presión, cambié de rumbo para tomar la mar y el viento por la popa e ir más cómodos. Entonces la Zodiac que llevábamos amarrada atravesada sobre la popa se dió la vuelta apoyandose  sobre los backstays haciendo de vela y el barco se puso a mas de diez nudos de velocidad. Por riesgo a que arrancase el balcón de popa volví al rumbo de la Karcher en la cara y la Zodiac cayó a su sitio de nuevo. Menos mal que la había asegurado firmemente.
Los rayos detonaban al mismo tiempo que lucían, así que los teníamos encima, era solo cuestión de probabilidad que nos diese uno y poco se podía hacer para reducir el riesgo salvo seguir atravesando aquella lluvia incesante de electricidad y agua, así que para qué preocuparse.
La mancha del radar ocupaba más de cuatro millas a la redonda, así que aún faltaba un buen rato para salir de aquel berengenal.  —Tranquila cariño que ya queda poco.—le dije a Ana para darle fuerzas y transmitirle tranquilidad, pero tampoco estaba preocupada. Me sorprendió y me enorgullecí de ella, porque a mi me temblaban las rodillas. Aunque puede que yo tampoco tuviera miedo y no lo percibí como tal, sentía ese respeto (del que acojona) por los maestros que me estaban poniendo a prueba, y que hacía que estuviera con toda la atención puesta en lo que estaba viviendo. Si pudiéramos hacer eso siempre en todos nuestros actos, supongo que la vida sería mucho más intensa.
Poco a poco fue amainando. Cuando la veleta marcaba cuarenta nudos parecía una agradable brisa. Las chispas quedaron ya por la popa y dejó de llover, nos pusimos a rumbo, pero al poco detectamos la cola de la tormenta de la cual si conseguimos librarnos.
Poseidón, Eolo y el mismísimo Zeus nos habían dado una buena, pero Catita se comportó como una nave bien marinera y aguantó estoicamente preservándonos en el reino de los vivos.
De toda experiencia se saca una conclusión y la mía es sencilla: Siempre he temido una tormenta así y por supuesto, siempre trato de evitarlas, pero ahora que me ha tocado sufrir una, me he dado cuenta que es más grande el miedo producido por la imaginación que el estado de alerta en el que te ves inmerso cuando no te queda otra salida que aceptarlo. Esto, como cada experiencia que vivimos, al ser una prueba superada mas, solo debe hacernos mejores y mas fuertes.
Como dijo Roosevelt: "Sólo hay que tenerle miedo al miedo".

Rafa Marino

sábado, 26 de enero de 2013

ATLANTIC SYMPHONY (2ª Parte)

ATLANTIC SYMPHONY  (2ª Parte)

Eso que dicen, que segundas partes nunca fueron buenas... Pues depende de como se mire. De momento vamos sin sobresaltos y todo lo que hemos reparado no falla, así que de momento es bueno. Claro, que para el que esté esperando aventuras es un asco. 
Yo creo que aún es pronto para celebraciones, así que disfrutemos de lo que hay por el momento.
Pero vamos a empezar por el principio, donde en la 1ª parte nos quedamos al final: 
Lanzarote.
Esta isla tiene una energía mágica. Su aspecto yermo recuerda a Marte y según mi amigo Chisco, que lee mucho, aquí hacen pruebas con los prototipos de vehículos que luego mandan a explorar la superficie marciana. No obstante parece que esta isla en si misma esté viva. Se percibe esa energía latente. La tensión entre dos titanes; La tierra que surge de si misma conquistando y creciendo a golpe de lava candente y la mar que le arrebata de nuevo el poco terreno ganado (a hostias) demostrando quien manda aqui. En el Golfo unas fauces homéricas se comieron medio volcán! En Los Hervideros, ingentes masas de agua explotan espuma blanca dentro de la lava negra que resiste temblando. Y todo es sobrecojedor!

Hemos estado una semana disfrutando de amigos que ya teníamos aquí y de nuevas amistades que espero perduren. Y trabajando en las reparaciones del barco sin mucho descanso.
El Back-Stay reparado, la via de agua del timón también, alternador nuevo (efectivamente mi diagnostico y de mis dedos, fue acertado) y una serie de cosas mas con las que no voy a aburrir. 
Aprovechamos para cambiarle la hélice y volver a ponerle la original, que alguien con un criterio que escapa a mi entendimiento había sustituido por una del tamaño de la del Titanic, que no se pliega y que mientras el barco va a motor bien, pero teniendo en cuenta que es un velero, que ha de ser lo mas hidrodinámico posible, llevar ese muerto a rastras frenaba el barco como si remolcásemos una vaca por el rabo.
Así que abandonamos la isla negra jaspeada de blanco, sintiendo aún en la distancia partículas de nuestro ser que se han quedado allí, pero es algo que quien viaja tiene que aprender a aceptar. Por lo que después de dejar el archipiélago canario atrás, estamos navegando viento en popa a toda castaña... vela, perdón.  
Symphony camina alegre haciendo mejor promedio del que esperábamos, que tampoco es que sea como para morirse de vértigo, pero comparado con la primera parte, volamos.

Naturalmente al poco de partir ya no vimos  mas que mar y cielo, eso sí; que hermosa mar y que cielos tan preciosos. Con unas noches estrelladas de una resolución de trescientos mega pixeles. No hubo tantas centellas como las noches previas a llegar a Lanzarote, que era un chorreo constante de estrellas fugaces. Hasta el punto en que dejé de formular el deseo secreto (que siempre es el mismo) por miedo a que se me concedieran tantas veces lo había pedido y de repente se me llenase el barco de cientos de mujeres con el consiguiente peligro de que se apretujasen entre ellas, y con el movimiento se empezasen a  amontonar unas con otras y a rozarse y.... vale, vale, ya paro...
También pudiera ser que me concedieran una sola que valiera por todas ellas. Y quizá esto se hubiera podido dar en Lanzarote, quien sabe... (solo ella).
Bueno, a  lo que vamos: 
Navegamos por los confines de un reino donde es difícil comprender pasado y futuro. Un reino donde ningún otro país de los humanos puede ejercer soberanía. Donde las olas y el viento marcan el ritmo de la vida y no los mercados bursátiles. 
Donde el dinero vale menos que el papel mojado. Aquí poco pueden hacer los políticos, peleles testaferros de los grandes especuladores, esos que se apuestan las economías de los países y por lo tanto determinan nuestra forma de vivir.  Y me preguntáis si voy seguro? Aquí tan solo se trata de desplazar un recipiente alargado con tecnología de palos trapos y cuerdas por una superficie liquida. Mientras flote y se desplace todo está bien. 
En nuestro pequeño país flotante y movil somos gobierno y pueblo a la vez, huéspedes en el reino marino que nos trata como una madre a sus pupilos.
Lo que ocurre es que este pequeño país está, utilizando el eufemismo habitual: en vías de desarrollo. 
El Gypsy boat, que es el apodo que le hemos puesto, nos ha ido dando pequeños quehaceres porque sus componentes son viejos ya que nadie se ha ocupado de mantenerlo en forma,  por lo que ahora está decrépito.
Y ya que estoy voy a hablar un poco del barco, algo que tenia que haber hecho en la primera parte, pero con tantos percances no me dio tiempo.
Symphony of Salcombe, que es su nombre completo, es un Morgan Yachts  52pies (16,72m) del 84, una época en la que se construían unos barcos muy robustos (fue una de las razones que me animó a aceptar el traslado). Se vé que el barco había navegado sus mejores años bastante tiempo atrás y que últimamente estaba siendo usado como apartamento flotante. 
Los que lo compraron; Popeye y sus secuaces, se liaron a "arreglarlo" con un criterio muy propio y unas técnicas muy poco apropiadas, aplicando menos sentido común que barniz y tratando de eludir como buenamente han podido los machetazos de los filibusteros de las tiendas náuticas que vienen al olor de la pintura, para colocarte todo lo que puedan, sobretodo si detectan el olor a desconocimiento náutico que cantaba por soleares a veinte millas a la redonda.
El barco es muy marinero sus líneas cortan el agua con precisión (es de la época en que los veleros cortaban el agua, ahora la alisan porque actualmente los hacen como tablas de surf gigantes) y se asienta con dignidad, a veces demasiado.

¿No dije al principio que era pronto para celebraciones? Como dice mi madre; No hay que llamar a los problemas, que éstos ya vienen solos. Pues tiene parte de razón, en que no hay que llamarlos. Respecto a lo de que vienen solos no es verdad del todo; suelen venir en grupo.
Ya por la noche se habían dado algunos indicios. Al Negro se le cayó en una escorada la mesa de cartas encima, afortunadamente apartó los pies y solo se clavó una astilla en un dedo. Cristóbal, que dentro del barco se mueve como una bola de pinball, está haciendo colección de golpes en todo su ser desde que empezó la travesía (a quien no está acostumbrado a bragas, las costuras le hacen llagas). Esta vez se pilló el dedito mas gordito por meterlo en la bisagra de la puerta antes de que esta se cerrase violentamente gracias a otra orzada.  Ahora el dedito glotón está mas gordito que nunca. Vamos, que se ha puesto morao...! 

No haría ni una hora que había terminado mi guardia y me había acostado. Así que en mis sueños no iba ni por la segunda mulata cuando aparece El Negro, pero de verdad. Como si no fuera suficiente shock ver transmutada una maciza de tez tostada en tu colega (sumado esto al abrupto cambio de dimensión) me dice, suavemente eso si:—Rafa, ¿Puedes ayudarme a recoger el Genaker?— Efectivamente "recoger" era una palabra mucho mas apropiada que arriar, que es la que se usa, pero yo en ese momento no caí. El Genaker si.  Mientras salía a la cubierta chutando las legañas le preguntaba: —¿Que pasa con el Gen...?
Unos pingajos verdes y amarillos colgaban del tangón e iban dejando una estela de colorines paralela al barco. Recogimos los restos del agua, los amortajamos en su funda y les dimos sepultura en el tambucho de las velas.
Nos dispusimos a arriar el tangón, que es un "palo" horizontal que se pone contra el mástil, para mantener la vela de proa mas abierta. Pero tampoco quiso colaborar y no hubo manera de moverlo así que me tuvieron que volver a subir al palo (he subido ya mas veces a este palo que a casa de muchas novias) para tratar de arreglarlo y he bajado apaleado (bastante apropiada la expresión) y sin poderlo solucionar. Fijamos el otro extremo a la cubierta y mañana será otro día. Cuando estaba reparando los desaguisados del tangón, otra vez subido al palo (esto parece vicio ya) nos dimos cuenta que la mayor (la vela) empezaba a descoserse. No tardó en dividirse en dos.
De manera que la arriamos y dedicamos un día coserla y reparar los sables y patines que también se habían roto (vamos, que estaba hecha un Cristo) y ahora ya pinta como es debido...
Tenemos que ir reparando el gypsy boat según se va deteriorando porque si no llegaríamos a Sto. Domingo como Sparrow; saltando a puerto desde el tope del palo, que es lo ultimo que quedaría  fuera del agua, mientras se va hundiendo el barco en el ultimo momento.

Una duda si puede ir aclarándose ya y es que cruzar, hemos cruzado. Incluso dejamos atrás "la entrada del Caribe" de hecho entramos hasta la cocina, un poco de puntillas todo hay que decirlo, ya que decidimos dar mas resguardo del necesario a Puerto Rico para pasar a poco mas de doce millas (justo sus aguas territoriales) porque al no funcionar bien la radio preferimos evitar la visita de los guardacostas yankees. Si, Puerto Rico es Yankeeland, no hay mas que ver a Ricky Martin... pero me dice El Negro, que ha estado, que también tienen sus cosas buenas. Estoy convencido, pero ya lo comprobare en otra ocasión.

Abrimos un poco velas para aminorar la marcha del barco y llegar a puerto después de las primeras luces. 
Amarramos el barco en Andrés de Boca Chica y finalmente pisamos tierra firme. 
Unos  curiosos ojos oscuros acechaban detrás de una pantalla de ordenador en la oficina de inmigración. Rodeando esas dos lunas negras una mulatona de generosas curvas mas apretáa que la economia del país.  Fue solo un indicio de toda la belleza que nos queda por descubrir. 
No dan los sentidos para abarcar tanta novedad  que percibir, la razón para tanta información que procesar ni el ánimo para tanta testosterona que controlar. 
Intento vivirlo todo con ojos nuevos y trato de no juzgar lo que no me corresponde. Claro que es difícil no distraerse en la admiración de las esculturales damas que prodigan sus encantos entre los turistas a quien alquilan sus atenciones para solaz de éstos. Y es que acá el amor comercial parece el sustento de la república.
No tardamos en abandonar la zona comercial y mezclarnos con sus "personas de la vida real", esas que no tratan de sacarte dinero y solo buscan conocimiento de otros lugares y otras gentes y compartir momentos buenos. Así tuvimos la oportunidad de conocer a alguien muy especial e interesante que nos dejó impresionados por su potencial artístico.

Cada viaje nos cambia un poco. En este he aprendido algo que ya sabemos todos. Que como en la mayoría de los lugares humildes, se definen los extremos con mas claridad; Los  que mas tienen, mas quieren y ostentan con arrogancia. Los que poco tienen comparten con gusto y alegría. La necesidad agudiza el ingenio y tampoco tienen miedo a perder nada, así que viven alegres con lo que hay, al día. Sin preocuparse por si llega el mañana o no. (tampoco digo que sea la actitud correcta porque; ¿Y si el mañana sí llega?).
He vuelto a aprender que si hay que buscar abundancia que sea de buena gente. Que poca cosa mas que la actitud se necesita para ser feliz. Que todo es relativo y el sufrimiento es opcional. Que la felicidad hay que buscarla con la alegría como brújula. Y para esto hay que tratar estar atento a lo que ocurre alrededor mas con los sentidos que con el pensamiento.  Entonces es cuando esas "coincidencias" de las que hablaba en la primera parte indican el fluir de la vida.


Rafa Marín

jueves, 20 de diciembre de 2012

Atlantic Symphony

Salimos de Barcelona a la buena, con prisa y sin probar el barco, para qué? Si tenemos toda la costa mediterránea para ver como funciona....
A bordo mi amigo Sergio "El Negro" con dilatada experiencia en las artes náuticas, Cristóbal que es socio armador junto a otro propietario del que hablaré después, y que su relación con la mar rara vez ha superado lo visual, y yo mismo. Presentados los tripulantes, continuemos:
El barco lo definía un amigo patrón  como una cafetera.– Yo no voy con eso ni al pueblo de al lado– me decía después de proponerle si se cruzaba conmigo hasta el Caribe. 
No me pareció justo lo de cafetera... Un zueco sucio viejo y mal reparado me parece mas apropiado.

El propietario del barco... Como definirlo... Es una caricatura en sí mismo, la versión de Popeye en la vida real, como le apodaría mi amigo Folli, cuando quedamos con el en un bar de Blanes, pero a diferencia del personaje de los dibujos, este no es marino. –pero si tiene un barco!– Si, pero ademas de ser primerizo, no tiene ninguna noción del mundo náutico, salvo la relacion que tiene con los de las tiendas náuticas; versiones actualizadas de los bucaneros o filibusteros (aquellos que desde tierra encendían hogueras en sitios estratégicos para confundir a los barcos haciéndoles creer que eran faros y hacerles varar contra la costa para saquearlos) que si te ven con ganas de invertir en un barco te sangran hasta la extenuación...
A este hombre, seguramente de buena intención (no le conozco tanto) le han visto preparar el barco y allá que se lanzaron en manada...
Esta actitud de los filibusteros sumada a la ilusión y desconocimiento de Popeye ha hecho que a ultima hora el barco parezca que está preparado para una travesía atlántica, pero nada está del todo claro. Cuando les pregunté a ambos (a Popeye y al socio, que parece mas un lacayo) a dónde había que llevar el barco, me dijo éste: —Mmmmm... Poooo... al Caribe!— Si, pero a dónde del Caribe? El Caribe es muy amplio— Poooo... Allí mimmo, ...a la entrada.— No sé porqué, pero en ese momento me dio la impresión de que no tenían ninguno mucha idea de geografía... ni de navegación, ...ni de barcos... Ni de nada de lo que se traían entre manos. Pero yo no doy nada por perdido hasta que no consigo encontrarlo. 
Aún hoy no sé si cruzaremos, pero la paciencia es madre de la ciencia y habrá que esperar hasta saberlo...
Os preguntareis entonces porqué con este planteamiento estoy aquí.
Pues además de la pasta, que como los que me conocéis, sabéis que para mi no es una gran motivación y la sed de aventuras que desde hace tiempo reclama su atención, era la necesidad de volver a estar en comunión con la mar a nivel oceánico. Quizá sea difícil de entender, pero es como si te gustase mucho el sexo (no sé por qué lo pongo en condicional, pero bueno...)  y solo tuvieras a tu alcance la revista de Ana Rosa (vale, igual me he pasado un poquito).
Cualquiera en su sano juicio hubiera rechazado este traslado, simplemente por como pinta, pero  a veces hay que esperar a ver que pasa. 
Pasó, que las circunstancias empezaron a fluir en la misma dirección. Coincidencia? Cuando todo comienza a señalar a algo en concreto y todas las cosas que normalmente cuestan  resolver se solucionan de inmediato, no me sale del animo negarle la oportunidad.

Así que largamos amarras y no tardaríamos en descubrir  el agua que entra por el timón y algunas incidencias mas como quedarnos sin señal de GPS o sin emisora VHF que no recibe (y suponemos que tampoco emite) bien. Ademas nos tocaría una noche movidita casi sin dormir. ¿Que por qué movidita? Pues porque entre que corrimos mas de lo esperado y que el viento, que se suponía tenia que ir atenuando no lo hizo hasta bien tarde, favoreció que llegásemos antes a la zona de influencia del valle del Ebro, por donde se encañona el viento frescachón que nos entretuvo prácticamente toda la noche con 30 nudos mantenidos y una marejada de olas mediterráneas cortas y malditas de dos metros y medio por el través, es decir; dando cachetes al barco en el costado y barriendo la cubierta, lo que gracias a la defectuosa junta de las escotillas convertía el interior en un spa, donde cada escotilla era una ducha de agua salada. Pero continuemos adelante en el tiempo a ver que pasa...:
El día siguiente amanecería como casi siempre por el Este y ya después del festival, mas calmadito, el sol iluminó nuestras ojeras.
Ya se podía haber dosificado un poco. Navegamos todo el día a motor para movernos a una velocidad mínimamente aceptable, en ausencia del viento que por la noche tuvimos en exceso, pero hay que aceptar las cosas tal como son en cada momento y disfrutarlas... Como corroborar otra incidencia: que las baterías no cargan a pesar de llevar el motor encendido. Poco a poco se van consumiendo los voltios llegando ya al nivel mínimo de seguridad para no cargárnoslas. 
Seguimos el procedimiento, como dice mi amigo Chisco: "PUP"(Pensemos Un Poco) y comencé la investigación por el alternador. Gracias a que a alguna lumbrera se le había olvidado conectar uno de los cables conseguimos  solucionarlo y no hubo que buscar mas, el alternador empezó a cargar como un estibador del puerto.
Solucionamos así una buena parte del problema que nos acuciaba: poder achicar con las bombas eléctricas la vía de agua que como he dicho entra  por la limera del timón y que ya veremos como solucionaremos... Pero a eso vinimos no? ...a jugar!
El premio: Unas noches consteladas de tal contraste, que por un momento mirar para arriba me dio vértigo. 
He visto a la Osa Mayor interrogativa contemplar a las Pléyades lanzar centellas a Casiopea,  y a Orion llorar lagrimas de fuego.
He visto seres luminosos entrecruzarse jugando entretejiendo una filigrana lumínica en torno al barco, dejando una estela  iridiscente  de decenas de metros, para después marcharse saltando entre olas fosforescentes. Y todo esto sin fumar nada!

He sentido de nuevo la inmensidad de la vida. 

Y así continuamos, adaptándonos al Symphony (así se llama el barco) bailando a su son, aprendiendo sus trucos y haciendo millas hasta alcanzar por fin el océano Atlántico donde empezarían a presentarse otros problemas que trataré de narrar, como siempre, desde mi punto de vista parcial y subjetivo.
En un momento llegué a pensar que la culpa de lo que nos estaba pasando era mía por haber ofendido  a los dioses de la mar y el viento. Quizá el tirar por la borda aquellos calzoncillos viejos después de cinco dias de uso ininterrumpido, no debió de ser del agrado de Poseidón ni por lo visto de Eolo a quien los efímeros efluvios mientras volaban hasta amerizar en las corrientes de Gibraltar, le debieron molestar un poco y que por esto decidió castigarnos con unas calmas al salir del estrecho que sufrimos durante varios días. Luego pensé: Pues con la de mierda que sueltan los barcos mercantes por sus chimeneas, o cuando lavan las bodegas, o achican  las sentinas de aceite y fuel, el castigo por unos gallumbos, que se biodegradan en poco tiempo y se hunden inmediatamente gracias a la escasa concentración de palominos, me parece un poco desmesurado. 
El tiempo acabará demostrando que me equivocaba y los elementos nunca decidieron castigarnos, antes, al contrario; ayudarnos.
Comenzamos entonces una penosa marcha hacia el oeste en busca de vientos favorables mientras atajamos el problema de la via de agua, para no tener que achicar tanto, y digo tanto porque aún hacemos agua. Por otra parte las baterías volvían a quedarse sin carga. Intenté averiguar por qué y haciendo pruebas diagnostiqué fallo en el alternador. No le debió gustar (al alternador) y me arreó un mordisco en la mano, que me ha dejado los dedos como un manojo de morcillas. Me curo las heridas a base de agua salada. Siempre he confiado en ella y nunca me ha fallado.
Hemos apagado todo lo que consume energía como el  plotter de las cartas, el GPS, radar, emisora, todo! Hasta las luces de navegación, con la única salvedad de la nevera y el congelador, que atesoran nuestra subsistencia. Porque eso si; comer comemos, pero bien! 
Cristóbal, que nos acompaña en calidad de cocinero, nos deleita con comida casera, y nos ponemos como La Moñoños! Nunca había visto tal decisión al cocinar elaborando guisos y friendo al estilo "Freiduría Manolo" en ocasiones en que el barco va  surfeando olas a mas de siete nudos...
Pero volvamos al punto geográfico en el que os habíamos quedado.
Poco a poco y a pesar de la escasa actividad eólica fuimos alejándonos de la costa africana y saliendo de la zona maldita de calmas insufribles.
La mañana del sabado 15 cambiamos de bordo y arrumbamos lo mejor posible a Canarias, aún estábamos a mas de 400 millas de Sta. Cruz de Tenerife.
Por fin Eolo comenzó a desperezarse y a media mañana navegamos a rumbo de ceñida, es decir;  en ángulo frente a un vientecito muy agradable. Haciendo un rumbo directo a Tenerife, que es nuestro objetivo para recalar antes de cruzar al Caribe (a la entrada). Olas de tres o cuatro metros, pero a siete nudos de velocidad se pueden gobernar y surfear y es muy divertido. El sol nos calienta y todo fluye de nuevo en paz y armonía. 
PAM!!! 
Pues no duró mucho la armonía...! Un ruido seco y contundente de rotura gorda procedente de arriba hace temblar el barco y un cable de acero cae sobre la cubierta y al agua, como si Thor, en lugar de un martillo hubiese tenido un látigo para castigarnos, y una vista de mierda porque afortunadamente no alcanzó a nadie. En ese momento estoy al timón y lo veo como primer espectador estupefacto.  —Negro sube! Se ha roto el back-stay!— le grité, mientras pongo proa al viento para que no caiga el palo. El back-stay es uno de los tirantes que sujetan el mástil, concretamente desde detrás. No es que mi colega subiera. No había terminado de decir la N de Negro, cuando éste ya se había manifestado espontáneamente en la cubierta. Casi pude oír un "POP" al verle aparecer..
Desarbolar un barco en navegación es una de las experiencias a las que mas he temido siempre. Afortunadamente llevábamos una burda puesta, que es otro tirante de quita y pon para refuerzo e inmediatamente colocamos la de la otra banda.
De nuevo reinaba esa tranquilidad tensa que te tonifica los nervios y te mantiene mas despierto que un piojo.
Lo realmente misterioso no es por qué se rompió el cable. Lo que me hace dar vueltas a la cabeza es porqué las olas de cuatro metros y el viento de unos 18 nudos se relajaron inmediatamente después de la rotura. Tuve la certeza en ese momento de que la mar trataba de protegernos... Si, esa mar impasible y a veces despiadada, según dicen (yo no lo creo. Es como es y ya está) tenía un color afable. 
Aún estábamos muy lejos de Canarias como para una navegación a vela en esas condiciones y casi habíamos quemado casi todo el gas-oil en las encalmadas, dejando los últimos 50litros para la llegada y entrada a puerto, además de ser peligroso, así  que las opciones estaban mas que claras. Decidimos que me subirían de nuevo al tope del palo y montaríamos un back-stay de fortuna con un cabo. Elegimos una escota de la vela mas grande; El Spinaker. Así lo hicimos. Subí al palo con la gracilidad de una rana en un limpiaparabrisas y después de un rato colgado como el badajo de una campana coloqué el sucedaneo de back. Redujimos trapo para no forzar la jarcia y seguimos a rumbo. Desde entonces el viento se mantuvo constante en la misma dirección que necesitamos y las olas nos empujaban suavemente por la popa en dirección a Lanzarote, punto mas cercano que elegimos como recalada de emergencia,  llevándonos con cuidado hacia  el primer puerto de esa isla: Arrecife.
Esa noche durante mas de un tercio de mi guardia me  acompañaron los seres luminosos a los que me referí anteriormente.  No es que me haya vuelto un místico de la New Age, ni nada de eso. Es que la aparición es grandiosa. Como os habréis imaginado son delfines, que al excitar el plancton con su velocidad se vuelven fosforescentes, dejando una estela de luz, que traza sus juegos alrededor del barco creando un espectáculo de la naturaleza realmente impresionante. Así estuvieron mas de una hora. Un rato mas tarde, absorto en la navegación, otro destello de luz aparece por babor. Hizo un sonido que parecía que le había dado hipo (¿los delfines tienen hipo? ¿Algún biólogo leyendo que pueda responder? ¿Lo hacen por el espiráculo? Y si van debajo del agua se atragantan?). Le iluminé con la linterna e hice luces alrededor de el en el agua. Dió un salto y un millón de chiribitas iridiscentes explotaron a su alrededor.

He ido lavando todos los días las heridas de los dedos morcilleros con agüita de mar y están ya mas secas que un bacalao en salazón en pleno agosto en Écija a las doce del medio día...
Pero seguimos en un ambiente húmedo, y calmado. El viento volvió a hacer mutis y amanecimos flotando aún a 15 millas del destino que habíamos elegido.
Decidimos probar a ver si arrancaba el motor con la poca batería que nos quedaba y que habíamos tenido que elegir entre reservar algo para arrancar el motor o que siguieran funcionando las neveras y conservar toda la comida congelada. Evidentemente no había duda: El ruido del motor no se come. Así que seguimos flotando, pero con la comida a salvo.
Por la mañana llamamos a nuestro amigo Nachete, que vive allí justo, enfrente de donde estábamos. Le faltó tiempo para deleitarnos con una escena de lo mas cinematográfica, remando en un botecito, poniendo proa (mas o menos) a nuestra proa, que a pequeños lametones iba también a su encuentro. Traía en aquel pequeño esquife una batería para arrancar nuestro motor y poder consumir los últimos litros de gas-oil en llegar a puerto y una invitación a un asadito esa noche con unos amigos. 
Parece como si todo hubiera ocurrido para que llegásemos hasta aquí.
Seguiré contando si al final conseguimos reparar todo para continuar y cruzar. Mientras, todo sigue confluyendo para que las cosas se vayan solucionando como por sí solas y no paramos de sorprendernos de las coincidencias, que es como alguien dijo que los necios llaman al destino. Yo no sé si esto es así, pero me gusta que sea.

Rafa Marino