miércoles, 8 de abril de 2009

Diario Atlántico
















Primera Parte: Barcelona, Fuengirola, Gran Canaria


Hoy es día 29 de diciembre.
Os escribo desde alguna parte a unas sesenta millas al oeste de la costa oeste africana con proa a Gran Canaria.
La travesía hasta ahora está resultando la mar de cómoda. Salimos del Port Forvm a la hora prevista del da 22. Navegamos prácticamente dos días con el viento y una mar de fondo juguetona por la aleta de babor, lo que nos llevó hasta Mallorca, donde a unas pocas millas cambiamos el rumbo, para no comérnosla y para arrumbar a Denia.
Luego nos curramos una empopada redonda a orejas de burro, que es colocar una vela para cada costado. O sea; que el viento y la mar nos daban de lleno por detrás (tris tras) y pasamos el Cabo de Gata, pero la tal gata del cabo estaba muy tranquila y pillamos una encalmada que nos obligó a arrancar máquinas. Esto nos retrasó y como consecuencia pasamos la Nochebuena navegando. Todo un regalo. Nos lo curramos como marinero y cocinero y cenamos como almirantes.
La comida de navidad tampoco estuvo mal y no fue hasta ese día de madrugada, en realidad es más lógico decir, hasta la madrugada del día siguiente, que efectuamos la recalada en Fuengirola, donde no tuvimos tiempo nada más que para recoger a Sebas, comprar y largar. La mar y la climatología dictan las pautas y las corrientes del estrecho tienen sus horarios y nosotros teníamos que estar a las nueve de la mañana en Gibraltar. La puntualidad nos fue compensada con una fuerte corriente favorable y el recibimiento de un cortejo de delfines que nos acompañaron hasta pasar Tarifa. Después empezamos a recorrer la costa Noroeste de África y calculamos que no nos dará tiempo a llegar a Gran Canaria antes del año nuevo.
Los días pasan navegando tranquilamente, vientos de entre diez y veinte nudos, buena temperatura y poca gente que venga a molestar.
Todo está saliendo mejor de lo que cabía esperar. Incluso tenemos el típico duende marino, que es el más cabrón de los duendes habidos porque sabe de electrónica y putea con los equipos. Ahora no tenemos ni Navtex para información de meteo ni radio VHF, ni enchufes. ¿Qué más se puede pedir?
Pues que cuando lleguemos a Gran Canaria nos entretengan el tiempo suficiente para reparar los equipos, disfrutar y ver que se cuece por tierra firme.
Hasta entonces aquí seguimos gobernando la nave, nuestra pequeña isla flotante, haciendo que el agua fluya por debajo de las dos quillas y nuestras tres almas, frotándose y llenándonos de toda esa energía marina.

Día 30
El día ha amanecido despejado y tranquilo. Muy tranquilo. De nuevo nos volvemos a encontrar con una calma chicha, que debe llamarse chicha, porque no habiendo tanto trabajo los viajes a la nevera son más frecuentes y con la disminución de ejercicio, la chicha se hace notar.
El sol calentaba bien, pero no me di un baño en medio de la nada, como éste viernes (que también pillamos un rato de encalmada) porque esta vez no había nada que sacar de la hélice.
Nos pusimos a revisar las cosas del barco que fallaban o que había que hacer y Juan dio con el problema del VHF, el NAVTEX y el equipo de música. Era un fusible. Solucionado el problema, la vida se apresuró a ponernos más deberes para el fin de semana, despertó al puto duende y ahora el motor de babor no arranca.
Esperemos que después de una noche tranquila mañana Eolo se despierte un poco activo y podamos llegar a Gran Canaria para el día de año nuevo (si no, no sé cómo voy a ver los saltos de esquí).
Ahora seguiré con mi guardia, mientras los otros siguen durmiendo mecidos apaciblemente por la serena mar, disfrutando de una bóveda de nada llena de todo sobre una mar que parece no sostener nada hasta donde alcanza la vista, pero sé que no es todo para mí. El radar detecta un barco a 16 millas que se está alejando.
Buenas noches, que descanséis.

Día 31
Creo que aún no he hablado del barco. Es un catamarán (dos cascos) de 12 metros de eslora de construcción en serie en unos astilleros en La Rochelle.
No tiene mucho espíritu regatero (en realidad sus cualidades marineras están más cerca de un zueco, que de un barco de competición) pero para los rumbos que hacemos, y más a partir de ahora con los vientos alisios, corremos por el sendero que deja la luna en la superficie de la mar como una diligencia tirada por criaturas invisibles, deslizándose por entre los baches líquidos como si nos fustigase el mismísimo Poseidón.
Sentir el agua pasar por los cascos a toda velocidad, las guiñadas en el rumbo, los tirones y todos los movimientos del barco desde la penumbra destellante de reflejos marinos de mi cabina, hace que mi ánimo se funda con el del barco y nos hablemos con palabras de confianza.
Después de constatarse fehacientemente el hecho de no llegar a Gran Canaria antes del comienzo del año nuevo nos disponemos a pasar, una vez más, las fiestas navegando, sin contacto con el resto de la sociedad. Eso sí; Un día de fiesta es un día de fiesta y nos curramos una cenita de Nochevieja de lo más apañada; Un redondo con salsa de tomate y verduras al horno, previos entrantes y postre al final, todo exquisito.
Las campanadas sonaron arrítmicas, discontinuas y acaceroladas. Ofrendamos a Poseidón otras doce uvas y brindamos con cava por los buenos vientos en el nuevo año. Suerte de pasar a ocho millas de Isla Alegranza, al norte de Lanzarote, donde conseguimos captar algo de cobertura con los teléfonos móviles y hablar con la gente querida durante un rato.
Día 1
Tras varios días navegando con un sólo motor, observamos que sólo se gasta el combustible del tanque de estribor, a pesar de haber accionado la palanca que, supuestamente alterna el consumo de ambos tanques. No ha habido manera. El consumo incesante de la reserva del tanque seguirá mientras no paremos el único modo de propulsión que nos queda. Los motores están recién instalados sustituyendo los eléctricos que traía de fábrica, así que yo tengo la teoría de que están conectados independientemente, cada uno a su tanque, quedando la llave para alternarlos sólo para el generador, que sigue siendo el mismo que traía del astillero. Aún así se decidió continuar probando, y claro, como dice mi padre; En pruebas se le fue el virgo a la Toñi.
En la madrugada del día de año nuevo, mi teoría se tornó en conclusión en el mismo momento que el motor también concluyó. Nos arruinó la fiesta. Izamos el Genaker, una vela de proa de mayores dimensiones, para aprovechar el poco viento que pudiera haber y mantenernos alejados del peligro de tierra, además de intentar mantener el rumbo a Gran Canaria, aunque fuera a un nudo y medio de velocidad. Apagamos todo lo que consumía energía a bordo, hasta las luces de navegación y por supuesto, el piloto automático. Nos habíamos convertido en balseros.
Navegando o derivando con la corriente que sabíamos favorable y una muy sutil brisa fuimos siguiendo un buen rumbo, lentos, pero con buen rumbo. Y así amanecimos.
Valorando lo que teníamos nos dimos cuenta de que no estábamos en un barco en medio de la calma chicha con un motor que no arranca por alguna razón electrónica y otro que se ha parado porque se le había acabado el combustible. Lo que teníamos era un motor que funciona bien, un tanque al otro lado con más de la mitad de gas-oil y calma para conectarlo.
Agotadas unas posibilidades y rechazadas otras, pensé que la vida siempre deja alguna vía abierta aunque parezca que sólo la sombra nos rodea. Hay que estar atentos. La vía que encontramos fue la menos elegante y nos reafirmó en nuestra nueva condición de balseros.
Decidimos trasvasar a mano el combustible, cebando con la técnica clásica del chupetón a la goma temeroso del inevitable trago, vertiéndolo en una ex garrafa de agua con la que rellenábamos constantemente el bidoncito de 12 litros del fueraborda que habíamos conectado a la entrada del filtro de gas-oil del motor. Con esta poco agraciada maniobra mantuvimos el barco en marcha, cargamos las baterías y trasvasamos la mitad de combustible que nos quedaba en el tanque de babor al de estribor. Uno de Enero, que mejor día para empezar un curso de mecánica.
Y así cumplimos nuestro cometido para con esta nave, que es hacer que pase el agua por sus quillas y que sea mucha la que haya bajo éstas.
Día 2
Hoy nos enfrentamos a uno de los mayores peligros que existen, tanto para los barcos como para las tripulaciones; La tierra firme. A las 10:00h entrábamos por las puntas del Puerto de la Luz en las palmas de Gran Canaria, después de seis días sin ver a nadie. Los primeros signos de peligro no se hacen esperar, una rubia impresionante con miniminifalda nos dificulta más la maniobra de amarre en la gasolinera del puerto, bastante complicada ya por ir con un solo motor. Vamos a las oficinas del puerto. Una musa de ojos marinos nos atiende amablemente. No sé cuanto estaremos en ésta isla. No sabemos cuándo podremos reanudar nuestra marcha hacia las islas vírgenes (no sé si nos importa). Tenemos que averiguar dónde está la zona de marcha. Que gente tan amable hay por aquí, y que chicas tan guapas…
Creo que hemos encontrado la zona de marcha, seguiré informando (supongo).
Disfrutad, que como dice mi padre; ésta vida, más que vida es un bidón. Bueno, pues a ver cómo lo llenamos.
Felices fiestas a todos y paz. En mar, tierra o aire.



Segunda parte: Gran Canaria, Isla Tórtola (British Virgin Islands)


De bien nacido es ser agradecido. En este caso hay que dar las gracias por la inoperancia de los ineptos del servicio post-venta de la casa fabricante del motor, que después de veinte días que llevamos en espera del repuesto, (el motor de arranque del motor de babor) han conseguido que termine el largo periplo por toda Europa, de la esperada (en tres o cuatro días) pieza.
El mismo día que milagrosamente llegó fue instalado y al día siguiente logramos partir del puerto de Las Palmas de Gran Canaria no sin cierto pesar. Y no por saber que estaba pronto el entierro de la sardina, si no porque dejábamos en tierra a gente que empezábamos a tomar cariño. Conocimos muchas personas. Como siempre, muchas sólo se cruzan y no las vuelves a ver, siendo sólo un flash en tu vida. Otras calan más y el ánimo te mueve a no perder el contacto, pero claro; esto también lo decide el tiempo (y las otras personas). Qué bueno que la gente vaya dejando trocitos de su ser por ahí, para que podamos recordar los lugares por sus gentes más que por sus paisajes y saber así que volveremos.
Así que estemos agradecidos a la ordinaria estulticia de algunos, porque por su culpa y gracias a ellos conocimos a otras gentes más interesantes y especiales.
Partimos el día 26 con un viento del sureste de veinticinco nudos que de madrugada cayó del todo y nos encontramos en la calma más calmada.

Día 27
Gran Canaria no es más que un recuerdo borroso entre la calima, que hace que se difumine mientras se va hundiendo en el horizonte que olvidamos por la popa. No así el recuerdo que quedará indeleble en nuestros espíritus aderezado por alguna fantasía incompleta, (siempre hay que dejar algo por hacer) que servirá para que en nuestros ánimos perdure la querencia a éste mágico lugar.
Nos hallamos en el proceso de adaptación al medio, después de tanto tiempo de permanencia amarrados, tratando de comprender si la sensación corporal que experimentamos (al menos yo) se debe a los excesos en tierra o a la embriagadora libertad que en forma de línea horizontal se nos sugiere por la proa. A juzgar por lo que estoy escribiendo, se debe a los excesos en tierra. Mejor voy a dejarlo por hoy y voy a descansar.

Día 28
Escribo desde la nada más absoluta en la que me he encontrado nunca. Ni siquiera aquella vez a catorce kilómetros en el interior de una cueva en Ramales de la Victoria, cuando tras la larga caminata apagamos nuestras lámparas de carburo y experimenté La oscuridad absoluta. Ni siquiera ahí me sentí tan en medio de la nada como ahora.
Hoy el sol estaba un poquito gay y se acostó envuelto en una calima de tul rosado que ocultaba su supuesta virilidad. Tan escandaloso ha sido que un manto de nubes trató de cubrir la escena sin éxito, llegaron tarde, y la Luna ni se ha dignado en salir en pos de él. Hay que ver cómo andan las cosas entre los cuerpos celestes.
Conectamos el radar confiando ciegamente. La pantalla negra muestra exactamente lo mismo; ¡Nada! La única que nos hace sentir que estamos sobre la superficie del globo es nuestra anfitriona, que con sus constantes y rítmicas olas nos recuerda que nos desplazamos a través del tiempo líquido de sus ondas.
No puedo llegar a imaginarme la templanza de los marinos antiguos que navegaban sin ésta tecnología. Hoy en día cualquier pingamuerta puede surcar los océanos con una visión nocturna más allá de la que podría imaginar en el día más claro, sabiendo en todo momento en qué posición se encuentra, aunque esto sólo sirva para confirmar que está en medio de la nada con una certeza de veinticuatro millas a la redonda.
Cuando sólo en mi turno de guardia, salgo a hacer una inspección rutinaria por la cubierta, tomo consciencia de golpe, de toda esa inmensidad y me siento ínfimo e inmenso al mismo tiempo. Después de todo soy parte de ello, como la infinidad de seres que responden al haz de mi linterna con más luminiscencia desde varios metros de profundidad dando a la mar aspecto infinito de vida sin límites.

Día 29
Uno de los factores más importantes para el éxito de una travesía de éste tipo, es el buen ambiente entre la tripulación. Sólo somos tres, de manera que tampoco es tan difícil.
Sebastián ha sido todo un descubrimiento, gracias a Juan. De carácter afable, tiene muy buena predisposición y es muy amena su compañía. Ha vivido por todas partes acumulando sabiduría. Ocurre a veces que enfrascados en conversaciones de cualquier índole, que normalmente acaban en delirios filosóficos, postergamos el retiro al descanso para continuar la animada charla durante buena parte de la guardia del otro.
A Juan ya lo conocía, aunque no habíamos navegado juntos, pero desde el primer momento nos caímos muy bien. Es un espíritu libre. De esas personas que da la impresión que les gusta más la vida que a un tonto una tiza. Su carácter impulsivo lo ha llevado desde joven a ver mundo y son muchos los lugares por los que ha peregrinado, Desde la selva amazónica a cumbres como el Aconcagua. Navegando por latitudes tan al sur como el Cabo de Buena Esperanza o las más septentrionales de Europa. Con éste bagaje uno le supone una templanza y una paciencia a prueba de todo. Debo dejar de suponer tanto.
El día amaneció muy soleado. El calor se acumulaba en la bañera desde donde se gobierna el barco, que está cubierta por toldos cerrando toda la popa. Si bien es cierto que habíamos comentado no abrirlos para preservar el barco de la sal del ambiente, con un día así con la mar como un plato y tanto calor, decidí que estaría bien abrirlo para orearlo todo y disfrutar del sol en la bañera, sin consultarlo previamente. Cuando Juan se levantó y lo vio abierto debió tomárselo como una especie de desacato (no hay que olvidar que es el Capitán) y su voz se elevó hasta que las razones fueron inaudibles. Mi estupor disfrazado de serenidad no contribuyó, ni mucho menos a sosegarlo. Sebas que lo conoce desde más tiempo trató de hacerle entender las razones. Me sentí muy aliviado de contar con su apoyo. En ese momento pensé que si respondía así por una nimiedad, que ocurriría cuando tuviéramos problemas de verdad. Al final, como es natural, las aguas se serenaron. Luego comprendí que no era más que una forma de expresarse movido por la confianza y el carácter impulsivo que comentaba. En toda travesía debe darse una situación así para dar una pincelada de humanidad. Mejor que sea por poca cosa para que la trascendencia sea menor. Todos los amigos riñen alguna vez, pero tampoco hace tanto que nos conocemos y no esperaba tan pronta muestra de afecto por su parte, no obstante la recibo agradecido.
Para expiar nuestras faltas nos dedicamos todos en compañía a la penosa tarea de desatascar el tanque de aguas negras de estribor. Buscando soluciones se decidió vaciarlo con la bomba de mano de emergencia para achicar sentinas. Vaya tarea de mierda. Al final desalojamos todas nuestras porquerías y todo quedó solucionado. Así continuamos con una navegación armónica sin olores y todo limpio. Que graciosas analogías nos aporta la vida.

Día 30
Nos encontramos aún bastante al norte de Cabo Verde. Hubiera sido un sitio muy bonito donde recalar, si no llevásemos más de dos semanas de retraso. Pero todo lo que tuvimos que disfrutar de los frutos de la tierra ya lo hicimos durante el carnaval de Gran Canaria, así que a olvidarse de mulatas con poca ropa.
Hasta ahora estábamos haciendo rumbos al sur-oeste para bajar en latitud y llegar lo antes posible al paralelo de los veinte grados donde según dicen, los vientos alisios (de componente este) soplan constantes. En la previsión de la meteo, vemos una calma justo al norte de Cabo Verde y decidimos tratar de ganar todo el oeste posible para evitarla. El viento del este es favorable a nuestros propósitos. Ponemos orejas de burro, que como ya he comentado anteriormente es colocar la vela de proa a la banda contraria que la mayor para recibir la máxima cantidad de viento posible desde la popa. Pero esta vez a todo trapo; Además de la mayor, utilizamos las dos velas de proa; El Genaker (una vela de grandes dimensiones hecha de un material muy ligero, como el Spinaker a medias entre éste y el Génova) y el propio Génova. Una para cada lado (nos faltó sacar las sábanas). Qué bonito debemos hacer por la proa. Qué lástima que no nos crucemos con ningún barco para que nos vea.
Las dos velas de proa, triangulares, dispuestas de la forma que he comentado, turgentemente hinchadas, son como un enorme sujetador que cubren unos senos imaginarios, voluptuosos, desafiantes al sol que no oculta su rubor y poco a poco se va escondiendo abrumado por tanta ostentación dirigiéndose a él, como el caminar seguro de una pechugona altiva por el paseo marítimo.

Día 31
De madrugada, el generador ya había comenzado a fallar. Por la mañana se resistía a mantenerse encendido más de diez segundos. Con la perspicacia que da la experiencia, dedujimos que algo no iba bien. Había que solucionarlo para poder seguir cargando baterías, ya que cargarlas con los motores podría suponer un gasto excesivo de combustible que no nos podemos permitir si queremos terminar el viaje con ciertas comodidades como los equipos de navegación electrónicos y demás avances tecnológicos sin los cuales el barco se convierte en una balsa y no queremos volver a la experiencia de los días previos a nuestra recalada en Gran Canaria.
Descubrimos que se trataba del circuito del agua. El impeler (una pieza de goma con aspas para propulsar el agua de refrigeración) de la bomba del agua se había gastado ya. Juan se puso a cambiarlo y tras varios intentos el motor volvió a hacer ruido. Qué bien suena cuando piensas que podías no volver a oírlo.
Pero los problemas no habían terminado. Después de ponerse el sol y con la posibilidad de que el viento arreciase comenzamos los preparativos para arriar el Genaker (la vela de proa grande, ¿Cuántas veces tengo que repetirlo?)
La noche anterior un servidor, desde la caña (la rueda del timón) falló como timonel perdiendo el rumbo lo que ocasionó que se enredase la vela cuyo nombre acabo de mencionar con las escotas de la otra (los cabos que la sujetan lateralmente). Tardamos tiempo en resolverlo. Mientras la capa de serenidad que me había echado por encima cubría a duras penas la irritación que sentía conmigo mismo. Así que hoy, para la misma maniobra, en lugar de quedarme a la caña, me fui a proa a recoger el voluminoso trapo, junto con Sebas, mientras Juan se quedaba en la rueda.
A partir de hoy la famosa vela lleva el apelativo, ni mucho menos cariñoso, de “Puto Genaker”. Al arriarlo volvió a enredarse con el Génova que estaba recogido (debemos practicar más). La maniobra se complicó más aún. A duras penas entre los tres (de gobernar el barco se encargaba Fito, el piloto automático) conseguimos guardarla dentro de un tambucho. Al ir desliándola de entre las escotas descubrimos que se había rifado, una raja de unos treinta centímetros. Veremos si se puede coser.
Pero aún no habíamos dejado todo el infortunio por la popa, no. Esa especie de viga que va unida perpendicularmente al palo, que sujeta la vela mayor por su lado inferior, que la gente del mundo de la vela llama botavara (y la de vela ligera putabarra cuando le atiza en el cogote) la llevabamos sujeta con una retenida, otro cabo, para que no trasluche, es decir, que no se largue al otro costado con el primer golpe de viento que le pegue por la popa. Porque tiene la mala costumbre de hacerlo violentamente y arrasar con lo que encuentra a su paso para terminar rompiéndose ella misma. Bueno, pues mientras estábamos en la laboriosa operación, el puñetero cabo eligió ese momento para partirse. Claro, la vela no demoró el efecto y a la primera ocasión que tuvo se cambió peligrosamente de banda. Afortunadamente lo hizo de forma civilizada y no se rompió nada. Después de tres horas en medio de la ventosa oscuridad conseguimos restablecer el orden en la nave.

Día 1 de Febrero
Cambiamos de mes. El día transcurre sereno, buen vientecito de fuerza cinco que propulsa la nave y nuestras almas a unos seis nudos (sin “puto Genaker” que sigue castigado en un tambucho hasta que lo reparemos) navegando como cada día a orejas de burro para ir a rumbo directo, cambiando el Génova a la misma banda que la mayor al caer el sol, para navegar más cómodos por la noche.
Vamos sumidos en las tareas cotidianas como limpiar o hacer la colada, a mano por supuesto, y utilizando agua dulce sólo para el último aclarado (es increíble lo bien que limpia el agua salada y lo suave que queda la ropa. ¡Yo no la cambio por otra!)
Aún no hemos pescado nada y eso que llevamos cuatro líneas arrastrando por la popa, pero cada vez que notamos que el carrete empieza a filar hilo corremos para llegar justo a tiempo de ver como el sedal se parte y perdemos otra cucharilla, pececito de plástico o lo que llevemos de señuelo. Creemos que es porque el hilo es fino y con la velocidad a poco que pese el bichuco que pique, el nylon parte. La lástima no es no pescar, ni perder los señuelos, sino ir decorando las bocas de los habitantes del mar con semejantes piercings.
Y así transcurre la vida abordo y las eventualidades que el viaje nos aporta, izando y arriando trapos para diferentes vientos o arreglando desperfectos.

Día 2
La calima que nos ha acompañado desde que saliéramos de Gran Canaria, una neblina de polvo finísimo procedente del Sahara, que nos cambió de color el barco se ha ido disolviendo discretamente entre las nubes azuzada por el nordeste.
Gracias a la lluvia, el barco también va recuperando su blanco original. A medida que nos vamos adentrando en el Atlántico, la ola se va haciendo más larga.
Hoy la mar está preciosa. Tiene ese azul intenso, profundo, misterioso. Se ha dejado los rizos canosos al viento. _Estás preciosa_ Le digo en un susurro, para que los otros no me oigan, y para que sepa que se lo digo de verdad, mirándola directamente a los remolinos cuando bajo por la popa para coger agua. Quizá porque tiene el mismo aspecto que he conocido desde niño en Santander y por eso me lleva a la nostalgia. No sé. Es tan bonita que a veces entran ganas de llorar.
Nos premia con vientos constantes de veinticinco nudos. Vamos a rumbo como un romero.
Por la noche, el radar nos muestra una enorme mancha. Los rayos que comienzan a verse por estribor confirman que el aparato no se equivoca. Variamos rumbo al sur para no comérnosla de lleno.
Según los griegos clásicos, el que aparezca un ave por la derecha es buen presagio. Una especie de golondrina de mar (no sé muy bien su nombre, yo la bauticé Pili) hizo varias pasadas por la proa desde estribor ¿buen presagio, con la que se nos viene encima? ¡Pues vale! Lo que está claro es que su instinto no le fallaba. Nuestra visitante pretendía guarecerse de la tormenta aterrizando en nuestra nave. Nosotros recibimos el viento por la banda de babor, de manera que siempre nos aparecía por estribor porque ningún piloto en su sano juicio intentaría un aterrizaje con ese viento por la cola.
Al final lo consiguió. Se colocó al socaire del puente y se esparrancó (como la sobrina del cura de Villafranca) poniendo sus finas patas palmeadas una para cada lado apoyando su pecho en la cubierta mirándonos de reojillo.
La mancha del radar comienza a rodearnos, hago un cálculo; En diez minutos la tenemos encima. Nos pertrechamos; chubasquero, chaleco salvavidas, dispositivo de hombre al agua. Los ánimos listos, los pies instintivamente se afianzan más a la cubierta. Las primeras gotas de lluvia hacen su aparición. Algunos rayos, aunque lejos, siguen relampagueando.
La mancha del radar va quedando atrás. La lluvia cesa. ¿Ya? ¡Pues sí vaya mierda chubasco! ¡Hala! Fuera chubasquero, Pili se va.
La noche queda despejada. Yo me quedo de guardia gobernando manualmente. Qué placer.
Parece ser que sí, que cuando aparece un ave por estribor es un buen presagio.


Día 3
Un domingo tranquilo, de navegación placentera. Qué lejos de la idea de gran aventura que la gente se hace cuando dices que vas a hacer la travesía del Atlántico a vela.
Después de todo no es más que trasladar un barco de un lado al otro y no tiene más riesgo que cualquier otro transporte (siempre que se hagan las cosas con cabeza) aunque el barco sea un churro. Digo esto porque estos barcos los construyen en serie, así como churros, para un cliente que no valora la calidad por encima de la comodidad. Los conceptos se escapan. Un barco no creo que deba hacerse como un coche, para un consumidor masivo. Claro, que tampoco están diseñados para grandes travesías oceánicas con mal tiempo. Tampoco digo que éste no pueda, si no, no me habría embarcado. Lo que quiero decir es que un barco ha de estar meticulosamente construido. Por esto, entre otras razones, no es nuestra intención correr aventuras con este catamarán. Ya tendré tiempo de eso cuando tenga mi propia embarcación y sea un buen navegante, lo cual espero ser algún día (cuando sea mayor).
Cuando era pequeño, los ídolos de mis compañeros del cole eran el portero del Racing Alba y otros jugadores que no recuerdo porque el futbol nunca me interesó. Mi ídolo (y al que aún no he perdido la esperanza de conocer algún día) era vital Alsar, un navegante santanderino que realizó proezas entre los 60 y los 80 como atravesar el pacífico en una balsa de troncos, emulando a Thor Heyerdal que ya lo hiciera en los 40 y poniendo a prueba la supervivencia al estilo del médico francés Alain Bombard.
Cuando leía sus aventuras sabía que yo también sería un buen navegante y aventurero por el simple hecho de que partíamos del mismo comienzo: Mi mamá también me gritaba desde la orilla (aún hoy día lo sigue haciendo) cuando me adentraba nadando entre las olas de la playa del Camello; _ ¡Ra-fa-eeeeeeeel… Como te ahogues te matooo!
Días como hoy, entre los límites de un horizonte de trescientos sesenta grados, contemplando el alba adornada por Venus y una Luna menguadísima que me sonríe de medio lado, sé que aunque haya postergado este sueño muchos años, estoy en el buen camino. No creo que llegue a ser un gran navegante, pero sí un buen marino.

Día 4
Hoy es de esos días que la media baja, me refiero naturalmente a la media de velocidad (¿qué otras medias podrían ser?). El barco va sólo. Navegamos a unos vertiginosos cuatro nudos (velocidad portuaria). La tarde transcurre en animada charla, los tres sentados en popa haciendo labores de cabullería y herrajes. Hablamos, aparte de mujeres, por supuesto, de los vericuetos por los que nos va llevando la vida. Cómo hemos llegado cada uno a donde estamos en éste momento, en alguna parte del Atlántico (exactamente en diecinueve grados y veinticuatro minutos de latitud norte y treinta y dos grados y doce minutos de longitud oeste) y de cómo nos movemos por el mundo, dado lo diferentes que somos las personas unas de otras (acabamos extrapolándolo al resto de la gente) y de las diferentes actitudes de cada uno para navegar por la vida. De las estrategias que individualmente vamos desarrollando para desenvolvernos en la sociedad. Acaba desviándose la conversación a las conductas sociales, de cómo a veces nuestro ego, el orgullo y el miedo hacen que nos comportemos de determinadas formas y que si no tenemos cuidado pueden acabar conformando nuestra personalidad. Al final la vida es pura evolución y sólo nosotros, dependiendo de de la forma en que la percibimos, somos responsables de cómo o hacia dónde vamos. En mi caso prefiero hacerlo con humildad, reconociendo que tengo poca idea de no mucho, pero con necesidad de seguir aprendiendo y sabiendo que siempre seré aprendiz de todo y maestro de nada. Eso sí, convencido de que con buena onda se puede llegar hasta dónde se quiera.
Y así pasan las horas, entre tareas cotidianas y filosofía de todo a un euro. Hay que aprovechar éstos días tranquilos, de fiesta que nos concede Eolo para descansar, que cuando le da por soplar no hay ni un dios que pare.

Día 5
Hoy me acosté prontito, al poco de amanecer. No sé cuánto tiempo habría pasado, cuando oí el carrete de la caña de pescar filando hilo. _uf! ¡Paso…!_ pensé_. Han sido tantas veces las que ha hecho lo mismo para nada, falsas alarmas a causa de una ola, que no merecía la pena molestarse. Se dejó de oír. Lo sabía, a seguir durmiendo. Al poco rato irrumpió Juan en mi cabina susurrando un grito de excitación: _ ¡Rafa! _ Me incorporo y lo veo irradiando felicidad con un dorado de dos o tres kilos en la mano como un crío de doce años. _ ¡Hemos pescado! _ Me dice mostrándome el pez, como si no fuera más que evidente. Me contagió la alegría. Me volví a dormir riendo, recordando el resplandor de su cara. Un tío que tiene el culo pelao de pescar en el amazonas y vete tú a saber cuántos sitios más, ilusionado como si fuera su primera vez. Me di cuenta que me mostraba el sentido de la vida, la alegría de vivir.
No pasaría ni media hora, volví a oír el carrete. De un salto salí a cubierta (casi me desmorro contra el mamparo poniéndome los calzoncillos por el camino) Juan ya estaba cobrando el sedal. Otro dorado tesoro viene dando destellos como el oro más pulido. Me bajo a la escala del patín para agarrarlo. Lo sujeto por las agallas y le clavo el cuchillo por debajo de la cabeza hasta atravesarle el cerebrin para que no sufra más. Entonces noto la magia de la vida desvaneciéndose, mientras se le va apagando el dorado, transformándose en plateado. Siento una punzada de profunda pena por unos segundos, como si comprendiera su muerte. Es lo que tiene ser consciente de estar en lo más alto de la cadena alimenticia. Selección natural, unos mueren para que otros puedan comer. De un tajo le corto la cabeza y termino su transformación de pez a pescado limpiándolo en su propio medio. Esta noche honraremos su alma. Será energía que alimente nuestros cuerpos. Ya no volví a la cama.
Al rato se levantó Sebas y las dos cañas al mismo tiempo anunciaron dos nuevos regalos. Después de todo este tiempo sin pescar nada, ¡cuatro dorados en una hora!
La mañana continuó tranquila. Eolo sigue ofreciéndonos vientos suaves de unos quince nudos, así que continuamos con pequeñas tareas, entre ellas reparar el “Puto Genaker”
Un olor a caramelo me despierta de la generosa siesta. Sebas está preparando un pastel con el pan que nos tenemos que comer rápido porque está empezando a crear vida por propia iniciativa. ¡Vaya festival gastronómico! ¡Esta noche nos vamos a poner como la Moñoños!



Día 6
En las últimas jornadas no hemos avanzado mucho. Hemos sobrepasado los treintaicinco grados de longitud oeste, pero aún nos queda un poco más de la mitad del camino. Eolo sigue con los ánimos bajos y nos tira con desdén una brisa de escasa fuerza 3. Nuestra señora también está bastante tranki, lo cual es para estarle muy agradecido (porque tener mar de fondo con este viento, por llamarlo de alguna manera, supondría un balanceo insoportable hasta en un catamarán como este). Su alter-ego Poseidón debe estar de resaca con Eolo. Los asuntos entre las deidades afectan a los humanos, y nuestros ánimos están en un estado bastante perezoso.
Hoy izamos el Genaker (la maravillosa y efectiva vela, y nunca de más ponderadas sus aptitudes náuticas, que va a aguantar sin romperse más hasta el final de la travesía) de momento funciona, claro que con éstos vientos aguanta hasta una vela hecha con bolsas del PRYCA. No sé cuánto durará esta perrería eólica. Oteo el estrelladísimo firmamento en busca de una respuesta. La Osa Mayor está en posición vertical formando, con cierta sorna, un gran signo de interrogación _ ¡muy graciosa! _. Obstinado sigo preguntando al resto de las estrellas, que me responden con guiños. Bueno, algo es algo, parece que la cosa mejorará y mañana tendremos viento (si ellas lo dicen…). La Vía Láctea se manifiesta con esplendor, parece como si también quisiera decirme algo. Sí; Que no me preocupe, que me tome un vaso de leche y me vaya a la cama.
Buenas noches a todos allá dónde os encontréis.

Día 7
Somos poco más que una estela doble de chispitas de luz en medio de algún chisporroteo eventual de las noctilucas excitadas por las olas, bajo una cúpula de más chispitas titilantes, dónde la Señora Luna no ha comparecido desde hace varios días, ocasión que el coro infinito que normalmente la acompaña, aprovecha para brillar con más intensidad. A pesar de esto la noche es relativamente clara y navegamos, como casi siempre, sin luces de navegación ni ninguna otra luz, como un fantasma oscilante suspendido sobre la noche líquida.
Sigue sin haber rastro de vida, ni de aquí ni de ningún otro planeta, aunque Sebas comentó que ayer que durante su guardia había visto un barco a quince millas. Es en estos días de soledad ante la inmensidad cuando uno se hace las típicas preguntas de ¿Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos? ¿Estamos solos en la galaxia, o acompañados? Y si existe un más allá, o si hay reencarnación… Preguntas que con la música adecuada son una canción de Siniestro Total. Difíciles de contestar, pero que no veas como animan en las fiestas. Es fácil pensar que si estamos solos aquí, que es un océano relativamente pequeño, ¿Cómo no lo vamos a estar en el universo, con lo grande que dicen que es?
Al margen de la ida de olla, por si acaso, yo me fijo bien, (sobre todo por si dónde no estamos solos es a pocas millas a la redonda) pero nada. Sebas tuvo la suerte de ver el otro día un gran resplandor que iluminó el cielo, para después manifestarse como la luz de un meteorito que cayó al mar (si nos llega a atizar nos fulmina, tendría güevos la cosa, con la de mar que hay). Él vio el barco y el meteorito, vaya tío con suerte. En cambio yo veo muchas estrellas fugaces, pero ya desisto de pedir deseos, porque como ha de ser inmediato, sólo se me ocurre el deseo de siempre, y si en tierra, dónde hay mujeres ya es difícil que se cumpla, aquí me parece bastante improbable.
Las estrellas ayer no se equivocaron. La aurora aumentó la brisa hasta convertirla en viento fresco de veinte o veinticinco nudos. Corremos por el paralelo de los dieciocho grados a ocho o nueve nudos tratando de volver a ganar en latitud norte para disponer de más margen a la hora de elegir el paso a Isla Tórtola una vez nos vayamos aproximando.

Día 8
Ya comenté, que según los griegos clásicos, cuando a un barco, normalmente en navegación de altura, le aparece un ave por estribor es signo de buen presagio. ¿Pero qué pasa en la misma situación, pero a la inversa? Es decir; ¿Es un buen presagio para un ave cuando le aparece un barco por babor? Pues no tengo la respuesta, pero si se trata de peces voladores sí, y la respuesta es no. No es buen presagio un barco para un pez volador, aparezca por donde le aparezca, porque estos bichos vuelan aparentemente sin saber hacia dónde van, así que cuando un barco se cruza en la trayectoria de su vuelo, se meten un zurriagazo contra él, que pierden la capacidad para volar y también para vivir. En el peor de los casos (para ellos) aterrizan en la cubierta y ahí se quedan porque los muy inútiles no saben despegar desde seco. Hoy hemos visto cientos de esta especie de sardina con alas que salen despavoridas a nuestro paso. Por la noche, cuando salí a una maniobra en cubierta sentí que me miraban, enfoqué con la linterna y ahí había uno inerte, pero fijándose con atención. Al rato cuando estaba en otra maniobra en el palo, recibí un sardinazo en la pierna y cayó revoloteando torpemente. Si en tierra se da la máxima de “ave que vuela a la cazuela” con los peces no iba a ser menos.
La pregunta es: ¿por qué vuelan? Quiero decir; ¿Qué razón les ha hecho desarrollar sus aletas para salir volando? ¿Buscar pareja? No insinúo que les gusten las golondrinas o las gaviotas (más bien sería al revés) si no que traten de demostrarle a las hembras lo machitos e intrépidos que son. No creo, porque como me parece que no tienen ni idea de a dónde van, cuando aterrizan, perdón; amerizan, están en la quinta ola y la churri a la que pretendían ya se ha pirao con algún chicharro. ¿Salen entonces para comer? En el aire que gravita sobre la superficie del mar no hay nada y menos que se coma, así que la única respuesta que queda es precisamente la contraria a ésta última hipótesis: Vuelan para no ser comidos. No obstante estaría muy bien tener alguna oceanógrafa (puestos a elegir) abordo que explicase estos y otros misterios del mar, para no tener que analizar tanto y poderse dedicar uno a otros menesteres más importantes.

Día 9
Hoy se cumplen dos semanas desde que saliéramos de Gran Canaria, sin embargo no tenemos la sensación de que haya pasado ese tiempo. Hace un rato lo comentábamos en la cena. Cuando se vive sumido en una misma rutina, según algunos estudiosos, parece ser que nuestra percepción del tiempo hace que nos parezca que pasa más rápido, como cuando estamos pasándolo muy bien.
Supongo que mis padres no deben tener la misma sensación con respecto a este viaje. De hecho, sobretodo mi madre estará un poco frenética, (pobre Fali; mi padre) y eso que ya debía estar acostumbrada después de toda una vida de sustos, que entre mi padre y yo le hemos dado sin grandes trascendencias, demostrándole nuestra resistencia a la adversidad total. Pero ella es así, una sufridora, como todas las madres, que tienen implantado ese gen desde el principio de los tiempos. El caso es que a ella esta travesía le va a durar tres veces más que a mí.
En cambio el tiempo abordo transcurre diferente porque prácticamente sólo nos regimos por los ciclos solares, no medimos el tiempo. Comemos cuando tenemos hambre y cenamos conforme a la misma necesidad fisiológica. Impera un principio de anarquía temporal, aunque sólo se queda en eso, en el principio, porque siendo totalmente honestos, sí que medimos el tiempo. Durante el día las guardias se alternan armónicamente sin ningún orden establecido, pero por la noche decidimos quién comienza y aquí sí, medimos el tiempo. Establecemos turnos de tres horas cada uno (sesenta minutos arriba o abajo).
Pero volviendo a la percepción del tiempo; Es curioso que recordemos la partida de nuestra estancia en Gran Canaria como algo mucho más lejano que el tiempo que llevamos navegando desde entonces. Es como si navegásemos en otra dimensión en el espacio-tiempo. De hecho fue Albert Einstein, que parece ser que controlaba bastante del tema en cuestión, quien dijo que en la Teoría de la Relatividad (un invento suyo, claro) no existe un tiempo absoluto, si no que cada individuo posee su propia medida personal del Tiempo, medida que depende de dónde está y de cómo se mueve ¡Toma ya!.
Con respecto a dónde estamos, hemos vuelto al paralelo diecinueve norte y pasado el meridiano de los cuarenta y tres de longitud oeste. Lo que quiere decir en atención al tiempo y al movimiento, que si seguimos con esta velocidad mañana retrasaremos una hora el reloj, que como he dicho usamos poco, aunque es necesario para nuestra posición.

Día 10
El viento continúa soplando del este, como corresponde a los buenos alisios, con fuerza cinco, y el Aria navega alegremente (me acabo de dar cuenta que lo he llamado por su nombre por primera vez) cabeceando alternativamente su proa bicéfala. Se le ve contento caminando a unos seis y siete nudos sobre las olas, que de cuando en cuando, recuerdan al cat (diminutivo guay de catamarán) su condición siamesa, colándose entre los dos cascos y golpeándole por debajo de tal forma que le hacen temblar hasta las cornamusas. Pero él aguanta.
Las nubes de negro semblante provenientes del nordeste traen chubascos ocasionales y ráfagas de viento que llegan a fuerza siete (parezco el hombre del tiempo) que le hacen correr como loco. Preventivamente redujimos vela tomando un rizo. Navega más estable de lo que esperábamos. El chaval se esfuerza y al final le encontramos la gracia a sus movimientos.
La noche es una continuación similar a la de la tarde, pero más oscuro, como es natural.
Un buen rato después de amanecer, la fuerza del viento no había remitido notablemente, pero quitamos el rizo y la vela volvió a exhibir toda su superficie con esplendor. Al poco el viento arreció levemente y haciendo un cálculo a la gruesa del viento real estimé unos treinta nudos con puntas de treinta y bastantes. Según la tabla que aconseja los rizos que se deben tomar en la vela para diferentes velocidades de viento estamos justos, aunque las puntas de viento se salen. El barco nos pide continuar como vamos y nuestro ánimo también, así que decidimos no reducir trapo. Después de todo sólo son puntas y la tabla, sólo una tabla, mientras nadie traiga un martillo no se montará nada.
En cada ola hay borreguitos, pero la mar, ni mucho menos ruge. Quizá empieza a hablar en voz alta, pero nada más.
El rumbo que llevamos no es del todo malo y el ángulo que hacemos con la ola mantiene al catamarán estable, corriendo entre las olas con alegría juvenil a nueve y diez nudos.
A mediodía un gran lomo, con su aleta dorsal y todo, aparece entre la espuma de una ola. Desapareció y volvió a aparecer otro instante un poco más a proa (o quizá era otro). No volvió a emerger.
El viento y la mar imponen extremar la atención. La navegación matinal me hace disfrutar como un piojo lo haría entre mis greñas. Pasado un tiempo me doy cuenta que llevo más de media hora haciendo gimnasia para gente mayor. Plantado de pié frente a la rueda del timón, giro de cuello: Vista a la derecha para mirar la ola que viene. Vista al frente; todo bien. Vista a la izquierda; la ola que va con buen ángulo con la popa. Al frente; bien. Arriba, la vela y banderita, pinta bien, buen ángulo de viento, al frente, despejado, Abajo; indicadores de velocidades del viento y propia. Vista al frente…. Y… comenzamos de nuevo: Al frente, derecha, frente, izquierda, frente, arriba, frente, abajo… Otra vez: y… 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7 y 8 ¡Muy bien…!
Mientras, bandadas (no me animo a llamarles bancos) de peces voladores salen disparados del agua volando como avioncitos de juguete para zambullirse en una ola a cincuenta metros más allá; i…Fiu, fiuu, fiuuu, fiuuuuuuuuuu…! ¡Chop, chop, chop! ¡PAF! Este último no entró en la ola. Otro avioncito roto en la cubierta; ¡Prrrrr, prrrrr, prrrrr…!
Comemos. Después de la siesta retrasamos una hora en el reloj. Ya estamos en los cuarenta y cinco de longitud oeste.
La tarde me pilla embobado contemplando el movimiento del agua, que encandila como el fuego. Realmente a esta hora, con el sol bajo, se parece un poco, y todo se llena de reflejos dorados. Parece el país de Nunca Jamás.
Absorto en esto vuelvo a ver un gran lomo. Alerto a los otros: _¡Eh, eh, eh..! ¡Un bicho gordo por estribor!_ acierto a decir. No quiero aventurar que son ballenas (aún no lo sé). Salimos a cubierta para ver más lomos y admirar como unos cetáceos (eso seguro) de más de seis metros, pasaban al lado nuestro a un metro o dos de profundidad, con una elegancia en el navegar que ya quisieran los mejores marinos. Venían con la mar, es decir, que traían el mismo rumbo que las olas, así que pasaban por debajo de los dos cascos en diagonal. Cuando se acercaban al barco se giraban como si quisieran que les rascásemos las panzas blancas. Era un gran grupo y casi no emergían para respirar. Se van todos. Gracias por la visita, un placer conoceros.
La noche nos alcanza. Cambiamos de bordo, recibiendo el viento por el otro costado para seguir cosiendo el paralelo con puntadas largas. Reducimos trapo para pasar la noche más cómodos y seguros ya que el Sr. Eolo no afloja.

Día 11
El viento a atenuado algo sus ímpetus, aunque la mar no. Sigue teniendo una ola, aunque larga, de unos dos metros o más.
Debemos estar pasando por la ruta de migración de los monstruos de la navegación submarina que avistamos ayer (lo de monstruos lo digo con admiración). Estos pequeños leviatanes llevan pasando toda la mañana por debajo de nuestras quillas, pero no se dejan ver mucho porque dejan bastante agua entre sus voluminosos cuerpos y nuestra frágil nave, afortunadamente. A ninguno, creo que nos gustase colisionar. Además casi no salen a respirar. Qué apneas tan largas. El tamaño de cada pulmón de un animal de estos debe ser como mi tía Ana, toda ella en sus mejores momentos. ¡Qué bestia! (el animal, no mi tía). Cómo aguantan. Aún así es bonito que nuestras derrotas se hayan cruzado.
Navegamos a orejas de burro hasta caer el sol, pero ni por esas conseguimos un rumbo perfecto, por eso cambiamos de nuevo de banda y recibimos la energía de Eolo por estribor.
Los días se suceden mientras vamos haciendo bordos, un día para arriba, otro para abajo, luego se puede decir que lo estamos bordando. El sol pone los brillos dorados, la mar el azul intenso y el viento le saca puntillas blancas en las crestas. Entre todos estamos dejando la franja entre los paralelos 18 y 19 norte, preciosa.

Día 12
“La mar dará a cada individuo una nueva esperanza, como el dormir le da sueños”
No sé qué querría decir exactamente Cristóbal Colón cuando dijo esto, pero para mí en este viaje con cierta similitud (salvando las distancias espacio-temporales) al que hiciera el hace quinientos y pocos años, resulta una verdad prácticamente absoluta.
Vivimos día tras día los caprichos del viento, viendo cómo cambia la mar u observar el lento movimiento de los astros, buscándolos en el mismo lugar donde estaban ayer, anteayer y todos los días, así como las fases de la luna, sus retrasos y todas esas cosas que hemos estudiado, pero que realmente no se comprenden hasta que no convives con ellas día a día noche tras noche. Todo esto me ayuda a comprender la mecánica del todo, dándome cuenta de que la mar ya estaba ahí enseñándome todo esto antes de que tuviera uso de razón, y de que seguirá ahí para continuar enseñando, disipando dudas y planteando nuevos enigmas, haciéndome trazar nuevos planes en mi vida y revelando nuevas fórmulas (nuevas para mí, pero tan viejas como ella misma)
Resumiendo: Qué sí, que da esperanzas constantemente para continuar en la búsqueda de la comprensión.
Por otra parte, es curioso, que como al estar en este régimen cambiante con respecto a los tiempos para dormir, recuerdo los sueños muy claramente, de forma concreta y sobre temas que antes de mi embarque en esta aventura conformaban parte de mis preocupaciones. Viviéndolas a través de este otro mundo, alimentado por la energía marina que fluye incesante por el otro lado del casco, se me aclaran dudas y resuelven inquietudes, solo con despertar.
Con toda la perorata sobre la esperanza, la comprensión de la mecánica celeste y toda la parafernalia onírica no he hablado de lo concerniente a la navegación. Bueno; Los elementos siguen en la misma tónica de los días anteriores. Hacemos buen rumbo y buena velocidad. Nos quedan menos de setecientas millas.

Día 13
Día trece, el número de la suerte para algunos como el maestro Joshua Slocum (primer circunnavegante en solitario). El de mis amigos Ángel, Martuca y Folli, que tienen la suerte de defender un espectáculo con el nombre del número (de tan graciosa rima) y también el de mi madre. Para mí no significa más que cualquier otro número como para Don Mendo (todos iguales para mí seréis, trece, catorce, quince o dieciséis).
La mar hasta ahora bastante moderada decidió hoy, antes de que terminemos nuestra travesía, mostrar su carácter Atlántico y así darnos un empuje en nuestra recta final. El viento arreció de la acostumbrada fuerza cinco a fuerza seis y siete llegando en algún momento a fuerza ocho con puntas de cuarenta y algunos nudos de velocidad. Nuestra anfitriona comenzó a ondular su superficie con olas de cuatro y cinco metros. Redujimos el trapo de la mayor hasta el segundo rizo (aún podemos tomar otro si decide mostrar su genio con más contundencia) y la vela de proa quedo reducida a menos de la mitad de su tamaño.
La situación externa no era preocupante, pero en el seno de la comunidad flotante las cosas podían complicarse un poco.
Comparecimos en el nuevo día con un Juan trasnochado que antes de dar los buenos días prorrumpió en un chubasco de acusaciones y descalificaciones personales hacia mí, de muy malos modos, con injurias y expresiones sandias. Yo me había dejado el chubasquero de la serenidad y la indiferencia en la cabina y el chaparrón no me sentó muy bien, pero con la paciencia de la que siempre he hecho alarde, intenté dejar claras las cosas. Intentar no implica conseguir. Ya que la naturaleza de las acusaciones, que no vienen al caso, y que al margen de que fueran verdaderas o falsas, no estaban directamente relacionadas con la navegación, cuando menos con su seguridad, y supuse que atendían a una necesidad de enfrentamiento, a juzgar por los ataques sistemáticos durante esta última semana, sin razones aparentes.
Supongo que ha habido cierta decepción por parte de ambos. Yo a él como marinero, aunque desde el principio dejé bien claro que soy un pijoverde en estas lides, que aún me queda todo por aprender y que de buen marino sólo tengo el apellido. Y la “o” es un punto gordo al final que le pongo yo.
El, en cierto modo, también me ha decepcionado a mí como capitán. Aunque por supuesto le considero un marino de la quilla a la perilla, (como diría Reverte) no considero que se deban anteponer los efluvios del ego, si genera una atmosfera chunga en el barco, a la buena marcha del mismo. Como ya dije anteriormente; en este tipo de travesías el buen ambiente es prácticamente fundamental para su éxito, y más con el viento y la mar como están. No envidio en cambio la posición de Sebas entre ambas partes y debo agradecerle sus ánimos. Ha sido un gran descubrimiento de persona, lo cual demuestra que si son tan amigos, Juan es tan buen tío como sigo creyendo que es.
Cuando me sequé del chaparrón comprendí que todo estaba bien, y que al final, todo forma parte de la misma función. Il Capitano de La Comedia De L’Arte pugna por la importancia de su papel con pomposo y extravagante gesto, modulando frases esperpénticas frente al Arlequino en esta opereta marinera con tramoya de trapo y cuerda sobre el ondulante raso azul.
La noche resultó como decía; movidita. Las olas no menguaron ni mucho menos su tamaño. Las cogíamos con buen ángulo a un largo por la aleta de estribor. De vez en cuando veíamos venir alguna desgreñada como loca por el través y avisábamos: _¡Ola!_ Como respondiendo a un saludo con excesiva efusividad nos daba una palmada en el costado deshaciendo su mano en rociones sobre el barco que a nosotros dentro nos movía del sitio de forma poco elegante. Como diría mi amigo Pableras; _¡Qué machaza que es!_
La situación permanecía así de inestable hasta que aparecía algún chubasco para poner más interesantes las cosas. Era cuando el viento superaba los cuarenta nudos y las gotas parecía que vinieran en garrafas. No dormimos mucho, por la mano que mecía la cuna, pero el barco se comportaba estupendamente (bien por el Aria), después de todo tiene un diseño bastante robusto.

Día 14
Por la mañana aún no tiene pinta de querer remitir, pero con la luz del alba todo parece diferente. Esa luz mágica hace parecer todo como de plomo líquido al que el sol comienza a sacarle brillos. La vista es como un paisaje de montañas rocosas con la cumbre nevada, sólo que estas se mueven y a qué velocidad. Se me hace curioso pensar que eso que veo tan impresionante lo pueda recoger con un balde con rabiza y no sea más que un inocente (no en manos de mi amigo Mateo) cubo de agua transparente y salada. Pero claro, es tan sólo una muestra. Ay cuando vienen tres mil toneladas de esa misma agua en barra a veintivetetuasabercuantos nudos de velocidad en tu dirección, te sube, te baja, te empuja, te moja, pero el baile es así y vuelta a empezar. Solo hay que tratar de bailar con armonía.
Hablando de armonía y también de bailar; Debería estar celebrando ya que a estas alturas Amaia habrá llegado al nuevo mundo abandonando el entorno líquido que le rodeaba hasta ahora. Así que mi amigo Asier, mi hermano, seguramente ya es papá. Y su mujer Marisa (Cosita) sin ninguna duda la mamá. Y yo mientras aquí en mi entorno líquido a quinientas millas y años, del antiguo nuevo mundo sin poder darle la bienvenida.
Siguen compareciendo de vez en cuando chubascos que nos hacen rizar la mayor y el Génova, pero luego se van como un enfado tonto y aquí no ha pasado nada. Entre el sube y baja vela y las demás tareas se pasan las horas como las millas bajo nuestras quillas y nuestros espíritus van estando más cerca del Caribe. El viento en combinación con la mar nos obliga a buscar un rumbo más cómodo para navegar, aunque no es el óptimo para acercarnos a nuestro destino y estamos subiendo bastante en latitud. Con lo último de la penumbra alcanzamos la máxima latitud desde hace más de dos semanas, así que trasluchamos para hacer un rumbo más hacia el sur.

Día 15
Los días siguen estando nublados, lluviosos. El viento ha remitido bastante, pero está indeciso. Afortunadamente no tenemos muchos momentos en que baje por debajo de quince nudos. Los vientos ligeros compensan el exceso de millas hechas los días anteriores, que nos hacían pensar que llegaríamos el domingo, como Colón, pero descubrimos que nosotros llegaremos más tarde (que Colón, por supuesto) y según la nueva estimación la arribada sería para el lunes. Bueno, es tan buen día como el mejor para llegar. Mientras descansamos de los días de mar con carácter y nos dedicamos a otras tareas más relajadas como coser, limpiar, cocinar y planchar, pero de lo último sólo la oreja.
La navegación vuelve a ser todo lo confortable que permiten estos cats que por espacio doblan un monocasco. La verdad es que no nos podemos quejar. El cálculo para víveres y agua fue sobredimensionado, así que no nos falta de casi nada. Disfrutamos de una navegación que vuelve a ser tranquila cuando el viento se establece en una única dirección, la que más nos conviene. Bien.
Cuando el sol comienza a caer Sebas deja la lectura y comienza a preparar algo para la cena que no se demorará mucho. El tío tiene mucha imaginación y prepara siempre unos platos exquisitos. Yo en la cocina me ciño a mi especialidad: La tortilla española de la que soy cinturón negro, discípulo directo con mención de honor de mi abuela. Los argentinos alucinan.
Cenamos pronto y nos ponemos como la Moñoños, aun continuamos un rato más ociosos hasta que nos repartimos las guardias de la noche, que vuelven a ser relajadas.
¡Vaya vida! Como decía un buen amigo: Para vivir así más valdría no morirse nunca.


Día 16
Hoy redujimos a cero las posibilidades de pescar, salvo peces voladores que se pescan a sí mismos para nosotros, solo les falta abrirse en canal, destriparse vivos para después mutilarse todos los apéndices salvo uno; el que necesitarían para cortarse la cabeza y dejarse caer abriéndose a la espalda en el aceite hirviendo de la sartén que previamente hubieran puesto a calentar. Se supone que de saltar de ahí al plato ya no podrían por estar muertos y fritos, pero que bueno sería ¿eh? Pues así de entregados son estos peces. Luego tampoco es que sean gran cosa, es como una sardina gorda que vuela, con bastantes espinas para un sabor que tampoco es para morirse, pero claro, no les vas a hacer el feo después de que han sacrificado su vida por ti. Pobretes.
Decía que habíamos reducido a cero las posibilidades de pescar otros peces (más listos) por la velocidad que llevamos durante estos últimos días ya no merece la pena llevar las cañas echadas porque ya tenemos comprobado que perdemos los señuelos cuando pica algún pez. Por eso hacía ya días que sólo arrastrábamos por la popa una línea improvisada con un pececito de goma armado con un peligroso anzuelo sujeto al extremo de un cabo fino de color blanco que yo creo que se podía ver desde la estación espacial internacional. Esto ha servido como experimento para demostrar que aunque la estupidez es de las cosas más extendidas por el planeta, aun no ha llegado a la fauna marina, donde los peces se dan cuenta si les tomas por estúpidos largándoles una línea así.
Por otra parte las sardinas voladoras siguen estrellándose contra el barco, yo ya no sé qué pensar.
Mientras la vida abordo, sigue en la misma línea de los días anteriores, trabajando en las tareas previas a la entrega del catamarán a su dueño que ya debe estar deseando disfrutar de las vacaciones. El calorcito se va haciendo notar cada vez más, pero el Sol no sale ni por el forro de los nubarrones. Por la noche Eolo decidió gastarnos una bromilla, Uy qué graciosoooo…! Comenzó a rolar, pero tomándose su tiempo en forma de calmas, para luego cambiar de aires y así repetidas veces.
A media noche se cansó de jugar y se estableció en un este sur este y pudimos continuar a rumbo.

Día 17
TIERRAAAAAA…!
Sebas entró con la nueva. Aunque lo comunicó con bastante excitación (tal vez porque se había ganado el doblón de oro) no gritó como hiciera Rodrigo de Triana, en aquel que se dice primer viaje al nuevo mundo, pero resonó dentro de nuestras almas como si hubiera tenido los pulmones de las ballenas que vimos hace unos días y las cuerdas vocales como la driza de la Mayor.
Se confirmaba fehacientemente que ni los aparatos, ni nosotros nos habíamos confundido en la ruta. Cosa altamente improbable, pero que gusto comprobarlo. La manchita en el horizonte correspondía a Isla Anguila, o puede que fuera Barbuda.
Parece que el dios del viento se ha decidido por unos vientos constantes del sur, sur este como corresponde a unos alisios buenos y formales para estas latitudes y tan cerquita ya de las reclamadas islas.
A eso de las dos de la mañana que ando yo de guardia por las inmediaciones del barco, que viene a ser en el propio barco en sí mismo, porque en los aledaños el entorno se torna excesivamente húmedo y hostil (así que mejor permanecer encima) espero ver Isla Sombrero por la proa a estribor.
Agudizo la vista a ver si veo la luz del faro. Pasado un rato me parece verla por un instante, pero no, en realidad veo chispitas por todas partes, me voy a quedar pistojo de tanto fijarme. Quería tomar demoras a la cuarta, que consiste en contar las millas recorridas desde que se ve la luz a 45 grados por la proa hasta que la tienes al través, es decir en ángulo recto por un costado. Gracias a Pitágoras se sabe que la distancia a la que se está del faro en este último momento, será igual a la navegada desde que se lo observa la primera vez. Pero me quedé sin comprobarlo porque pasamos lo suficiente lejos como para no verla hasta que la tuve por el través.
De Isla sombrero sólo vi su luz, pero ya era un indicio de que llegábamos. La siguiente isla no la veríamos hasta la mañana.

Día 18
Navegamos con un sol que nos recibe como dándonos la bienvenida a un nuevo mundo, o diversos mundos a juzgar por la simiente de pedacitos de tierra esparcidos graciosamente por ahí, donde es verano siempre.
Las islas tienen nombres curiosos que vete tú a saber a qué extraños avatares atienden sus bautismos. Como Isla sombrero la intuí de noche, no sé si tiene un aspecto parecido al aludido complemento, pero la que sin duda tiene bien merecido su nombre es Isla Anegada. La divisamos a primera hora de la mañana y de casualidad. Al principio pensé que era algún tipo de vertido flotando, luego un arrecife, hasta que vi edificios y árboles flotando misteriosamente sobre el vertido. Aunque aquí casi no se notan las mareas era extraño pensar que una pequeña crecida del nivel del mar borraría esa mancha en el gran azul. Un poco más allá se veía claramente la panza de La Virgin Gorda. Virgen, lo que se dice Virgen, no es, pero gorda, un rato. Un poco más lejos nos esperaba Isla Tórtola la cual pudimos distinguir gracias a nuestras buenas artes marineras. Bueno, y gracias a las cartas, y al plotter del barco, y al programa del ordenador con GPS y toda la parafernalia electrónica. Sólo faltaba un papelito pinchado con un alfiler en la propia isla que pusiera ISLA TÓRTOLA. En realidad cuesta un poco distinguirlas a simple vista porque hay un huevo de ellas que se entremezclan en el horizonte. Cuando se navega entre este salpicado de pegotitos verdes por todas partes uno comprende que está en el Caribe.
Navegamos a lo largo de la costa sur este de Isla Tórtola, pero lo hacemos despacio, dedicándonos a reparar algo, como si nos resistiéramos a abandonar la vida en travesía, sin apresurarnos, disfrutando de una navegación tranquila, hasta que se nos abre por estribor Road Harbour, nuestro destino. Cambiamos de banda para arrumbar a puerto conscientes de que es nuestro último bordo en este viaje.
Ya casi en la bocana del puerto arriamos las velas y preparamos la maniobra de atraque. A la extraña mezcla de sensaciones producidas por la vista con su aspecto caribeño, los colores y olores de tierra fértil, junto al sentimiento de haber logrado llegar y cierto pesar por saber concluido el periplo, se le suma la estupefacción cuando al tratar de encender los motores para entrar al amarre, el motor de babor, que nos tuvo veintitrés días en Gran Canaria ¡NO ARRANCÓ! Con mucho cuidado y a duras penas, (…y también cagándonos un poquito en su pu…esta en marcha) porque la maniobra con un solo motor en un catamarán es complicada, conseguimos amarrar al Aria en su lugar de destino sin un solo rasguño.
No habrían pasado ni quince minutos de avisar de nuestra llegada ya teníamos al dueño con su familia en el pantalán exclamando continuamente con la cara radiante: _Unbelievable!_ (I think the same).
Después de rendir viaje, y dado que es mi primer gran travesía, creo que es obligada una conclusión:
Esta experiencia ha sido más enriquecedora de lo que yo mismo pensaba que iba a ser. Si bien, se complicó desde el principio por la sustitución de los motores eléctricos por otros diesel, lo que supuso también cambio de capitán, recayendo sobre mi negociar las condiciones con el responsable (solo es una forma de llamarlo, porque luego demostró no serlo en absoluto) de la firma del barco en Barcelona, al final acabó saliendo todo bien.
Con respecto a la demora de la pieza del motor en Gran Canaria aprendí que a veces sólo hay que dejar que las cosas fluyan por sí mismas, no conviene preocuparse, porque como dice mi amigo Chisco; _Preocuparse es pre ocuparse. Un profesor de mates del cole decía (aparte de que yo no atendía en clase) que no por mucho tempranar amanece más madruga. Así que a veces hay que sentarse y fijarse bien hacia qué lado tira la marea antes de hacer nada.
Además gracias a esta espera lo pasamos estupendamente con gente que no esperábamos.
Naturalmente donde más he aprendido ha sido durante la travesía. Y mucho más que podía haber aprendido, según palabras del mismo Juan, si hubiera preguntado. No obstante he aprendido muchísimo de él, ya que como con otro capitán de mis comienzos lo que más claro me quedó, lo aprendí por oposición, es decir; cómo no se deben hacer ciertas cosas. Aunque se puede aprender de todo y de todo el mundo, para ser maestro hace falta ser escogido por un alumno, que el alumno acepte al maestro. Si no, es como el líder que lo es porque él lo dice y no por haber sido elegido como tal.
Incluso las matemáticas que es una ciencia exacta según dicen, dan más de una solución para determinados problemas. De manera que en el arte de la navegación a vela hay que entender que hay diferentes formas de hacer las cosas y no sólo una.
Como en muchas artes dinámicas creo que es importante no confundir el ritmo con la prisa. Tampoco se debe confundir la responsabilidad con el autoritarismo ni la confianza con los malos modos. A mi modo de ver las cosas, debemos tratar de que todos nuestros actos sean hechos con elegancia. Es la forma de saber que algo no sólo está bien hecho, si no que se acerca un poco más a la perfección.
El estar en desacuerdo con las normas impuestas por el capitán y su particular forma de exponerlas no me exime de su cumplimiento, así que apliqué los artículos primero y segundo que aprendí cuando mi padre me llevaba de vacaciones de verano a trabajar con él a la obra donde hacía de niño, y la obra no era de teatro precisamente (eso vendría después) _Niñoooo…; Sube esos andamios. Niñooo; Los sacos de escayola_ Y el niño tratando de escaquearse, claro. _Niñooo; pídele al encargao el nivel de bolas. En este selecto ambiente nacieron los dos artículos más importantes sobre los que se cimenta la estructura social de la humanidad completa (seguramente los masones ya los aplicaban hacía siglos) que son:
Artículo primero: El jefe siempre tiene razón.
Artículo segundo: En caso de que el jefe no tenga razón, se aplicará el artículo primero.
Así que esto es lo que hice (aparte del “truco” tibetano que me enseñó Sebas para evitar que te absorban energía) aplicar estos artículos y así elegir el mal menor tratando de hacerlo con humildad, pero sin confundir el consentimiento con el sometimiento.
Estoy seguro de que todos hemos sacado conclusiones muy positivas de esta travesía y si en algunos momentos puntuales puede haber parecido ensombrecer por nuestra conducta, prefiero pensar que las sombras hacen que se perfile mejor la luz que ilumina la forma con que percibimos las vivencias. Porque no hay que olvidar que las cosas sólo son tal cual las percibimos. Todo ocurre como lo vemos dependiendo de nuestra forma de pensar o nuestro estado anímico que a veces se deja condicionar por lo que vemos, y así determinamos e influimos el ánimo de otras personas o incluso en la forma de las cosas que percibimos. De manera que trato ver la vida como más me gusta, tratando de abrir mi mente aceptando las cosas como vienen, tratando de comprenderlas, pensando que los problemas son oportunidades disfrazadas para superarse. En esos momentos trato de disfrutar de lo que ocurre alrededor. Mirarlo así hace que crezca el amor por todas las cosas, y hacer el amor con ellas o con quien sea es de lo más placentero que hay. Creo que debemos tratar de hacer más el amor y preocuparnos menos de conseguir un orgasmo.
Tras abandonar Las Canarias navegamos unos veinte días sin ver otros humanos y pocos signos de su existencia, salvo por los rastros de desechos de su consumo que vemos flotando que nos delata como especie descuidada y sucia que no se para a contemplar que todo atiende a un equilibrio y unos ciclos regulares y que habría que andar con más cuidado.
Vivíamos sin poder siquiera imaginar los límites de la dualidad del espacio por el que nos desplazamos como un insignificante punto móvil, con tres almas, abriéndose camino por el infinito plano que separa, y une, lo etéreo de lo líquido, hendiendo nuestras extremidades en ambos mundos que se empujan, atraen, se frotan y chocan, se entremezclan y funden en una danza erótica efervescente de vida que empapa, porque después de todo, ésta es el fruto del amor de aquellos. Y nosotros los mortales, que no ocupamos en el tiempo ni un gemido en lo que llevan ellos de relación pensamos que todo nos pertenece y aún nos permitimos tratarlo todo con desconsideración (como puta por rastrojos) porque somos un milagro de la creación o algo así y no sé por qué nos creemos con derecho a ello si sólo somos una partícula ínfima que forma parte de ese Todo.
Para ilustrar lo anterior, viendo que no soy capaz de hacer mutis con un par de frases galanas transcribiré aquí para finalizar, una reflexión de Herman Melville por boca del capitán Acab en Moby Dick:
“¡Oh naturaleza y Oh alma humana, cuan profundas e inefables son vuestras semejanzas! Ni el átomo más pequeño se agita o vive en la materia que no tenga su sagaz contrapartida en el espíritu.”
Que la confianza en la aguja del compás haga que vuestra proa apunte siempre a la prosperidad y que así los vientos os sean favorables.
Rafa Marino