miércoles, 8 de febrero de 2012

Cronicas de Catita

Os escribo desde un pequeño puertito, en el confín mas meridional de Sicilia llamado Porto Marzamemi, no demasiado lejos de Siracusa, que suena a aventuras. Aunque de momento aventura, lo que se dice aventura, no ha habido muchas (ni pocas). Lo mas emocionante de estos últimos días fue entrar ayer a Porto Palo, muy cerquita de aquí, de noche, en una cala cerrada, casi sin fondo para el barco y esquivando casi por intuición unas enormes boyas metálicas donde estaban amarrados un sinfín de pesqueritos que ocupaban todo el puerto natural cerrado por un espigón, que también estaba ocupado.

De casualidad encontramos una boya libre donde nos agarramos para pasar la noche. Catita, mi pequeña nave quedó bien amarrada pero tocando eventualmente con la orza en el fondo, que afortunadamente era de arena (de otra forma no me hubiera metido). Pudimos descansar y tras comprobar por la mañana, que ni podíamos arrimarnos al puerto para desembarcar a Loli que tenía que volver a Cataluña, ni para cargar gas-oil, decidimos probar en el siguiente puerto, que es a donde estamos amarrados hoy. Tampoco pudímos acercarnos a la gasolinera que no tenía calado suficiente para mi Catita cuya orza le llega a casi los dos metros y medio por debajo de la línea que separa lo humedo de lo seco.

Así que una vez firmes en el amarre que nos concedieron y mientras acompañaba a Loli al otro lado de la Isla, a cuatrocientos y pico Kilómetros, para que cogiera el avión y traerme de vuelta el coche de alquiler, que no se podía dejar allí, encomendé a mi padre la laboriosa tarea de llenar el tanque de gas-oil a garrafas que tenía que ir a buscar a la gasolinera del puerto en la zodiac que amablemente nos dejó la mísma gente del puerto.

El trayecto hasta Trapani en coche fue ameno, Sicilia es una isla por cuyos paisajes no cuesta imaginarsela veinticuatro siglos atrás. Por otra parte la civilización actual es muy caótica, lo cual se refleja especialmente en su temeraria forma de conducir, además todo el mundo actúa de la misma manera y el respeto entre todos es admirable. Allá a dónde fueres haz lo que vieres, así que disfruté como un loco los cuatrocientos kilómetros de vuelta pasándome las señales y las normas por la parte sur (de la isla).

El resto de la ruta que nos queda por hacer, aunque lo haga en varias partes será cansado, al faltarme Loli, de manera que hoy decidimos quedarnos a descansar en puerto y mañana con la calma largar amarras hacia la cuna de nuestra civilización, la enorme Grecia hasta llegar a su capital.

Espero que Eolo nos favorezca en la travesía mas de lo que ha hecho hasta ahora, porque salvo siete horas de navegación a vela, el resto, en ausencia de la energía eólica hemos tenido que hacerlo a motor ayudados eventualmente por el trapo, pero casi siempre con ruido.

2ª Parte:

Abandonamos Sicilia aquella mañana ya sin Loli, que a esas alturas estaría ya en Cataluña con su amiga, a quien la fatalidad podría terminar por cortar el hilo de su vida. Espero sinceramete que su hilo sea fuerte.

La mañana auguraba un buen día de navegación a vela y así fue.

Catita se iba acostando sobre una banda, cabeceando dulcemente, como asintiendo, frotándose la amura contra las ondulaciones marinas.

No tardaron en aparecer los primeros delfines cruzándose entre sí, como tratando de retar al barco a echar carreras, en una espécie de juego de píllame si puedes, con esa sonrisa permanente.

El día mantuvo el viento, que no bajó de unos confortables diez nudos, y éste a su vez con su soplo constante mantenía el cielo límpio de nubes.

Y así continuamos todo el día, echándo mucho de menos a Loli y muy poco el ruido del motor que tanto habíamos sufrido hasta ahora.

Al caer la tarde, el viento, en lugar de caer también, fue subiendo al tiempo que rolaba un poco para favorecernos más en nuestro rumbo, haciéndonos correr mejorando la media para llegar a las costas griegas, aunque para eso faltasen dos días aún, pero como nunca se sabe con respecto a los designios de Eólo, hay que aprovechar cuando se puede.

La luz fue perdiendo su pulso diario con la oscuridad, pero el dios del viento no perdió ni un nudo de velocidad, antes los ganó, dejándonos para toda la noche una fuerza real y constante de dieciseis nudos.

Catita cabalgaba ya loca de contenta en una mar que ya era algo más que marejadilla, pero que se dejaba hacer sin problemas.

Mi padre se iba poniendo también un poco más duro, mientras se agarraba al barco apretándose con las piernas a ella para no resbalarse de su asiento. Una noche sin luna nos cubrió. Ya no hablaba tanto y cuando lo hacía era en tono de protesta por la velocidad y la inclinación del barco. Por un momento pensé que quizá estaba asustado y se lo pregunté. _Yo...? No, nooo...!_ me dijo. (no sé yo, pero bueno...) La nave iba tan bien que seguí a lo mío, atento a la vela, al radar y a los mercantes, que parece que no miran a dónde van, sin preocuparme si de verdad tenía miedo o no.

Ya me molestó cuando le dije que atendiera al radar a ver si esas manchitas se iban acercando, para preparar las guardias de la noche y descansar un poco por turnos y se negó a moverse del sitio. Cada vez estaba más insistente con lo de la escora. Con lo bien que íbamos...

Ante la negativa a mi propuesta de que al menos se bajase a su cabina a descansar, no supe encontrar el sutil y justo camino de la comprensión y me enfadé, por no ser capaz de hacerle entrar en razón (mi razón) y comencé a prepararme para una navegación en solitario (tampoco es que pensase en tirarle por la borda, eh? Solo anular su presencia, que tampoco es que sea muy digno de aprobación) aunque en realidad en la mar, uno nunca está solo.

Las olas y el viento salado agitan dentro de la cúpula diminuta que define el horizonte nuestras razones y sinrazones en una tormentosa vorágine. Mientras uno piensa que está sólo ante el gobierno del barco, la mar decanta nuestros humores haciendonos ver las miserias de las que ninguno nos libramos.

Invité a mi padre a vivir la experiencia de la navegación de altura para compartir algo que considero fundamental, pero en el momento importante no me preocupé por su estado y quizá lo que experimentó fue lo contrario de lo deseado, por no haber sido yo capaz de enfocar mas acá del barco: Las almas humanas, que son las que realmente otorgan vida a este ser que nos transporta y proteje de la hostilidad del mar.

Finalmente tocamos fondo, pero con el ancla, en una playa de arena blanca y aguas turquesas, al sur de una pequeña isla llamada Elafónisos, también al sur de una península; Khersónisos Élous.

Realizamos algunos pequeños trabajos, nos dimos un chapuzón y nos tomamos una cerveza. La quietud del agua y los cientos de miles de agujeritos de la bóveda celestial por dónde se filtra la luz del más allá terminó por serenar nuestras almas.

Al día siguiente llegaríamos a nuestro destino; Atenas, tras nuestro periplo mediterráneo desde aquel lejano mediodía, hacía poco más de una semana, en que dejásemos por la popa el puerto de Barcelona.

Ya os contaré mas cosas cuando haya algo interesante que contar, o simplemente tenga ganas de largar.

Hasta entonces cuidaros de los malos habitos.

Rafa Maríno.