“Cuando descubro un gesto sombrío en
mi boca. Cuando es un Noviembre húmedo y lloviznoso en mi alma...
Entonces entiendo que ha llegado el momento de hacerme a la mar tan
pronto como pueda.”
Así narra sus sentimientos Ismael, el
protagonista de Mobi Dick, pero que expresa también los míos y
supongo que el de otros tantos marinos que aman la mar por encima de
muchas otras cosas.
Durante mi época seca este invierno,
dedicándome a otros quehaceres mas terrenales, mi espíritu se fue
secando poco a poco, perdiendo volumen y resquebrajando las
entretelas.
Ya en la primavera, la necesidad
imperiosa de la humedad salada empezó a movilizar mis partículas
sedientas hacia algún puerto. La salida hacia la anhelada linea
azul.
Todas la voces, o muchas de ellas,
alarmadas por otras muchas debido a la supuesta situación económica,
auguraban un verano yermo en experiencias que no fueran funestas.
Efectivamente la cosa no marchaba como debía. Afortunadamente la calma para atender a los movimientos de lo que me rodea, pero sobretodo gracias a las personas que valen y mueven el flujo de acontecimientos, hicieron que el estado de las cosas fuera cogiendo arrancada, como un barco que levanta el fondeo y empieza a navegar. Es en este momento cuando se empiezan a generar posibilidades.
La primera salida fue por aguas
griegas. En el mismo momento en que hice correr el agua por debajo de
la quilla, el viento, además de trasportarnos a las seis almas, se
llevó con el primer soplo todos los males que me aquejaban.
Molestias en el pecho, la espalda y una rodilla que me hacía cojear
ya, dejaron de doler y no noté ni una molestia mas, como si hubiera
ya otra cosa mas importante por la que preocuparse. El viento de
fuerza 7 y la marejada en un barco que no conocía por aguas del Mar
Egeo, hicieron que las pequeñas dolencias fueran tan superfluas que
desaparecieron sin mas.
Algunas salidas mas de tipo chárter
con el velero de un amigo y el traslado de algunos barcos de un
puerto a otro era el modesto movimiento estival que se iba empezando
a notar. Fue en uno de estos momentos, en Toulón (Francia) donde
conocí a la Niña Luisita, pero eso es una historia que será
contada mas adelante.
No habiendo, como he dicho muchas
oportunidades, decidí dejar mis remilgos a un lado y “rebajarme”
(como me dice el maestro Sergi) a trabajar en un yate a motor que una
amiga me ofreció.
Este tipo de barcos, ostentosos e
ilógicos me producen rechazo porque en sí mismos y en mi modesta
opinión, encarnan la estupidez humana elevada a exponentes
comparables con las cifras que cuestan. Pero cuando la necesidad
aprieta uno se ve tentado a guardarse sus ideales y sacar otros.
El barco que me ofrecieron era una de
esas motoras pensadas para llegar rápido a una cala cercana, porque
como comenté hace tiempo en otro post (el de La Ola) de este blog,
no tienen aptitudes marineras como para enfrentarse a una mar
medianamente violenta, ni autonomía para hacer un viaje
relativamente corto, ya que sus grandes depósitos de gas-oil no son
suficientes para alimentar durante muchas horas una demanda de mas de
300 litros de combustible por hora (en el caso de las pequeñas).
Razón mas que suficiente según mi criterio como para calificarlos
de ilógicos y estúpidos.
Los armadores (propietarios) de este
tipo de barcos, por regla general son mas amantes de la imagen que
tratan de proyectar que de la mar y queman literalmente ingentes
cantidades de dinero en mantener esa imagen.
La motora donde comencé a trabajar no
era una excepción a lo que acabo de contar.
El armador no me pareció excesivamente
gomoso, pero al finalizar el primer día me hizo unos comentarios
sobre lo que no había hecho, de lo que el entendía que eran mis
funciones de capitán. Entre éstas se encontraban vaciar los
ceniceros, doblar las toallas después del baño y recoger y doblar
la ropa que se les fuera quedando olvidada a lo largo y ancho del
barco...
Como respuesta a mi estupefacción me
explicó que esperaba que también me encargase de las tareas del
interior.
No tengo ningún problema en hacer este
tipo de labores (me considero una persona modesta) pero no por
imposición, además de ser un trabajo extra por el mismo precio. Le
propuse contratar a alguien para estas labores, pero parece ser que
quería “bacalao gordo y que pesase poco”. No me quise quedar con
la duda y le pregunté, tratando de no parecer irónico, si además
de limpiar los interiores, los servicios pretendidos incluían
hacerle la cama, y me contestó que por supuesto que si. _¿Y no eres
ya lo suficientemente mayorcito para hacértela tú?_ Solo fue un
pensamiento, pero tan alto que lo debió leer en mis ojos como los
presentadores del telediario leen en el teleprompter de la cámara.
El pretendía vivir ese mes como dice mi amigo Chisco “a lo
patapollo” que vete tu a saber lo que quiere decir, pero se
entiende la idea, no?
Fue entonces cuando recibí una llamada
que cambiaría el curso de los acontecimientos. El trabajo que me
proponían superaba no sólo mis expectativas, si no también la idea
que yo tengo de mis propias aptitudes.
Los retos están para aceptarlos y los
límites para empujarlos, pero antes de comprometerme con la
armadora del nuevo barco debía terminar la negociación con el
señoritingo (no excesivamente gomoso, pero si un poco petulante) de
la motora. No hizo falta. Al día siguiente recibí una llamada (no
de él en persona) diciéndome que el señorito prescindía de mis
servicios. Bien! Y yo preocupado por mantener mi palabra de no
comprometerme con otra cosa hasta que terminásemos de negociar.
Siempre he pensado que una persona vale según la medida en que es
capaz de mantener su palabra y afortunadamente en esto no suele
influir la economía de cada uno, solo la talla humana, como dice
otro maestro; mi amigo Santi.
LA NIÑA LUISITA
Como dije anteriormente: La conocí en
Toulón. Desde el primer momento me pareció preciosa, pero no me
enamoré, porque ella no era para mi.
La Niña Luisita es esbelta, elegante y
con clase, pero no es una de esas bobas que creyéndose muy monas van
mirando por encima del hombro y son unas resabidas. Se pone guapa
sólo con agua y no va ostentando su belleza, mas al contrario, se
muestra modosa y ligeramente tímida. Va con la cabeza alta, es
cierto, pero su naricita respingona apunta a la vida con curiosidad,
como preguntando, con afán de conocer.
Nació en 1932 por lo que ahora tiene
80 años, muy bien llevados, hay que decirlo, y aunque se le nota
alguna arruguita cuando te fijas muy de cerca, sus líneas de
expresión son capaces de cautivar a cualquiera.
Me sorprendió de ella el carácter
afable con que desplaza, la dulzura al cortar el agua sin dejarse
impresionar por la mar que venga, cabeceando pausadamente con cada
ola.
La Niña Luisita tiene dos palos que
mantiene rectos apuntando hacia el infinito. El de proa es mas
pequeño (se llama trinquete) lo que la convierte en una hermosísima
goleta con velas triangulares (marconi) que le dan un aspecto joven y
dinámico. No lleva puesto nada de acero inoxidable y mucho menos de
plástico. Todo en ella es madera y bronce. La madera noble barnizada
le saca los brillos al sol y como ya he dicho que no es ostentosa se
deja los bronces sin pulir, dejando que asomen los dorados sólo en
los sitios donde trabajan las amarras.
El casco de color blanco hueso es
estilizado, de proporciones armónicas, rematado por arriba por la
regala de madera barnizada y una cenefa verde inglés sobre la línea
de flotación. La proa y la popa vuelan por encima del agua. La
primera afilada y rematada con un bauprés que sobresale casi dos
metros, apunta al horizonte, la segunda mas redondita, por ser la
parte de detrás, se va afilando cuando entra en el agua para
fundirse con la quilla y que el agua no se inquiete a su paso. La
obra viva, la parte pudenda que oculta bajo el agua es de color rojo
rubor y su quilla corre a lo largo de todo el casco, desde la
redondeada pala del timón hasta la cortante roda en la proa.
“Siempre tuve la idea de que para la
navegación sólo hay dos maestros verdaderos, uno es la mar, el otro
es el barco. Y el cielo, te olvidas del cielo. Si claro, el cielo,
los vientos, las nubes, el cielo, si, el cielo.”
Esta vez la reflexión es de José
Saramago a través de los personajes de mi cuento favorito “La Isla
Desconocida” (que me regaló mi amiga Tere) y que también aplico a
mi vida náutica.
Así que cuando acepté patronearla lo
hice como quien va a hacer un master que está por encima de sus
posibilidades y con un profesor de esos exigentes que piensas no te
va a perdonar un fallo y te hará sufrir.
Realmente la responsabilidad era
elevada, pero dime; Quien se resiste a una belleza así?
Muy al contrario de lo que parecía, La
Niña Luisita, ahora mi maestra, me enseñaba con paciencia y se
dejaba hacer con suavidad. Ha sabido pasar por alto mis posibles
fallos y ha puesto su experiencia para compensar la carencia de la
mía hablándome con ternura y explicándome como quería que la
gobernase.
Las delicadas maniobras en puerto, que
con barcos de época son tan complicadas se convirtieron en una
especie de juego en el que adivinar sus inercias. Incluso una vez me
pidió un giro completo antes de entrar a su puesto para que todo el
mundo apreciase sus elegantes formas. La goleta coqueta, pensé. Mira
que eres linda...!
Así que me enamoré. Y lo sé porque
uno esas cosas las siente. Porque me va el corazón a toda máquina
cuando navego con ella y la pienso constantemente cada vez que me
separo, preocupándome por si estará bien. Saber que le pasa en cada
momento cuando estoy, porque la escucho y me lo cuenta sin decírmelo,
porque la siento desde la proa cuando se pone en marcha la nevera en
la popa, por ejemplo. Sé cuando quiere reducir vela o cuando le
entra agua (cosa que le ocurre después de haberla sacado de su medio
acuático). Porque me gusta adujarle los cabos, frotarle la cubierta
con el cepillo o barnizarle la regala. Y así yo también le hablo y
sé que yo también a ella le gusto. Me lo dice cada noche cuando me
tumbo en la red del bauprés a contemplar las estrellas entre su
jarcia.
Considero esta experiencia un premio
por saber esperar a ver hacia dónde tira la marea de circunstancias
sin proyectar expectativas y trabajar a favor de la corriente cuando
es el momento oportuno.
Por supuesto no hay que olvidar la
amistad, una palabra que utilizamos con superficialidad, pero que
considero vital, además de ser un valor que ninguna crisis económica
podrá cambiar si no es para mejor, y en eso me considero rico.
Visto así, la vida me da mucho mas de
lo que le pido y eso que soy de los que no se cortan pidiendo.