lunes, 17 de septiembre de 2012

La Niña Luisita




“Cuando descubro un gesto sombrío en mi boca. Cuando es un Noviembre húmedo y lloviznoso en mi alma... Entonces entiendo que ha llegado el momento de hacerme a la mar tan pronto como pueda.”

Así narra sus sentimientos Ismael, el protagonista de Mobi Dick, pero que expresa también los míos y supongo que el de otros tantos marinos que aman la mar por encima de muchas otras cosas.

Durante mi época seca este invierno, dedicándome a otros quehaceres mas terrenales, mi espíritu se fue secando poco a poco, perdiendo volumen y resquebrajando las entretelas.
Ya en la primavera, la necesidad imperiosa de la humedad salada empezó a movilizar mis partículas sedientas hacia algún puerto. La salida hacia la anhelada linea azul.

Todas la voces, o muchas de ellas, alarmadas por otras muchas debido a la supuesta situación económica, auguraban un verano yermo en experiencias que no fueran funestas.


Efectivamente la cosa no marchaba como debía. Afortunadamente la calma para atender a los movimientos de lo que me rodea, pero sobretodo gracias a las personas que valen y mueven el flujo de acontecimientos, hicieron que el estado de las cosas fuera cogiendo arrancada, como un barco que levanta el fondeo y empieza a navegar. Es en este momento cuando se empiezan a generar posibilidades.
La primera salida fue por aguas griegas. En el mismo momento en que hice correr el agua por debajo de la quilla, el viento, además de trasportarnos a las seis almas, se llevó con el primer soplo todos los males que me aquejaban. Molestias en el pecho, la espalda y una rodilla que me hacía cojear ya, dejaron de doler y no noté ni una molestia mas, como si hubiera ya otra cosa mas importante por la que preocuparse. El viento de fuerza 7 y la marejada en un barco que no conocía por aguas del Mar Egeo, hicieron que las pequeñas dolencias fueran tan superfluas que desaparecieron sin mas.
Algunas salidas mas de tipo chárter con el velero de un amigo y el traslado de algunos barcos de un puerto a otro era el modesto movimiento estival que se iba empezando a notar. Fue en uno de estos momentos, en Toulón (Francia) donde conocí a la Niña Luisita, pero eso es una historia que será contada mas adelante.

No habiendo, como he dicho muchas oportunidades, decidí dejar mis remilgos a un lado y “rebajarme” (como me dice el maestro Sergi) a trabajar en un yate a motor que una amiga me ofreció.

Este tipo de barcos, ostentosos e ilógicos me producen rechazo porque en sí mismos y en mi modesta opinión, encarnan la estupidez humana elevada a exponentes comparables con las cifras que cuestan. Pero cuando la necesidad aprieta uno se ve tentado a guardarse sus ideales y sacar otros.

El barco que me ofrecieron era una de esas motoras pensadas para llegar rápido a una cala cercana, porque como comenté hace tiempo en otro post (el de La Ola) de este blog, no tienen aptitudes marineras como para enfrentarse a una mar medianamente violenta, ni autonomía para hacer un viaje relativamente corto, ya que sus grandes depósitos de gas-oil no son suficientes para alimentar durante muchas horas una demanda de mas de 300 litros de combustible por hora (en el caso de las pequeñas). Razón mas que suficiente según mi criterio como para calificarlos de ilógicos y estúpidos.

Los armadores (propietarios) de este tipo de barcos, por regla general son mas amantes de la imagen que tratan de proyectar que de la mar y queman literalmente ingentes cantidades de dinero en mantener esa imagen.

La motora donde comencé a trabajar no era una excepción a lo que acabo de contar.
El armador no me pareció excesivamente gomoso, pero al finalizar el primer día me hizo unos comentarios sobre lo que no había hecho, de lo que el entendía que eran mis funciones de capitán. Entre éstas se encontraban vaciar los ceniceros, doblar las toallas después del baño y recoger y doblar la ropa que se les fuera quedando olvidada a lo largo y ancho del barco...
Como respuesta a mi estupefacción me explicó que esperaba que también me encargase de las tareas del interior.
No tengo ningún problema en hacer este tipo de labores (me considero una persona modesta) pero no por imposición, además de ser un trabajo extra por el mismo precio. Le propuse contratar a alguien para estas labores, pero parece ser que quería “bacalao gordo y que pesase poco”. No me quise quedar con la duda y le pregunté, tratando de no parecer irónico, si además de limpiar los interiores, los servicios pretendidos incluían hacerle la cama, y me contestó que por supuesto que si. _¿Y no eres ya lo suficientemente mayorcito para hacértela tú?_ Solo fue un pensamiento, pero tan alto que lo debió leer en mis ojos como los presentadores del telediario leen en el teleprompter de la cámara. El pretendía vivir ese mes como dice mi amigo Chisco “a lo patapollo” que vete tu a saber lo que quiere decir, pero se entiende la idea, no?

Fue entonces cuando recibí una llamada que cambiaría el curso de los acontecimientos. El trabajo que me proponían superaba no sólo mis expectativas, si no también la idea que yo tengo de mis propias aptitudes.
Los retos están para aceptarlos y los límites para empujarlos, pero antes de comprometerme con la armadora del nuevo barco debía terminar la negociación con el señoritingo (no excesivamente gomoso, pero si un poco petulante) de la motora. No hizo falta. Al día siguiente recibí una llamada (no de él en persona) diciéndome que el señorito prescindía de mis servicios. Bien! Y yo preocupado por mantener mi palabra de no comprometerme con otra cosa hasta que terminásemos de negociar. Siempre he pensado que una persona vale según la medida en que es capaz de mantener su palabra y afortunadamente en esto no suele influir la economía de cada uno, solo la talla humana, como dice otro maestro; mi amigo Santi.

LA NIÑA LUISITA

Como dije anteriormente: La conocí en Toulón. Desde el primer momento me pareció preciosa, pero no me enamoré, porque ella no era para mi.

La Niña Luisita es esbelta, elegante y con clase, pero no es una de esas bobas que creyéndose muy monas van mirando por encima del hombro y son unas resabidas. Se pone guapa sólo con agua y no va ostentando su belleza, mas al contrario, se muestra modosa y ligeramente tímida. Va con la cabeza alta, es cierto, pero su naricita respingona apunta a la vida con curiosidad, como preguntando, con afán de conocer.
Nació en 1932 por lo que ahora tiene 80 años, muy bien llevados, hay que decirlo, y aunque se le nota alguna arruguita cuando te fijas muy de cerca, sus líneas de expresión son capaces de cautivar a cualquiera.
Me sorprendió de ella el carácter afable con que desplaza, la dulzura al cortar el agua sin dejarse impresionar por la mar que venga, cabeceando pausadamente con cada ola.
La Niña Luisita tiene dos palos que mantiene rectos apuntando hacia el infinito. El de proa es mas pequeño (se llama trinquete) lo que la convierte en una hermosísima goleta con velas triangulares (marconi) que le dan un aspecto joven y dinámico. No lleva puesto nada de acero inoxidable y mucho menos de plástico. Todo en ella es madera y bronce. La madera noble barnizada le saca los brillos al sol y como ya he dicho que no es ostentosa se deja los bronces sin pulir, dejando que asomen los dorados sólo en los sitios donde trabajan las amarras.
El casco de color blanco hueso es estilizado, de proporciones armónicas, rematado por arriba por la regala de madera barnizada y una cenefa verde inglés sobre la línea de flotación. La proa y la popa vuelan por encima del agua. La primera afilada y rematada con un bauprés que sobresale casi dos metros, apunta al horizonte, la segunda mas redondita, por ser la parte de detrás, se va afilando cuando entra en el agua para fundirse con la quilla y que el agua no se inquiete a su paso. La obra viva, la parte pudenda que oculta bajo el agua es de color rojo rubor y su quilla corre a lo largo de todo el casco, desde la redondeada pala del timón hasta la cortante roda en la proa.


“Siempre tuve la idea de que para la navegación sólo hay dos maestros verdaderos, uno es la mar, el otro es el barco. Y el cielo, te olvidas del cielo. Si claro, el cielo, los vientos, las nubes, el cielo, si, el cielo.”

Esta vez la reflexión es de José Saramago a través de los personajes de mi cuento favorito “La Isla Desconocida” (que me regaló mi amiga Tere) y que también aplico a mi vida náutica.

Así que cuando acepté patronearla lo hice como quien va a hacer un master que está por encima de sus posibilidades y con un profesor de esos exigentes que piensas no te va a perdonar un fallo y te hará sufrir.
Realmente la responsabilidad era elevada, pero dime; Quien se resiste a una belleza así?

Muy al contrario de lo que parecía, La Niña Luisita, ahora mi maestra, me enseñaba con paciencia y se dejaba hacer con suavidad. Ha sabido pasar por alto mis posibles fallos y ha puesto su experiencia para compensar la carencia de la mía hablándome con ternura y explicándome como quería que la gobernase.
Las delicadas maniobras en puerto, que con barcos de época son tan complicadas se convirtieron en una especie de juego en el que adivinar sus inercias. Incluso una vez me pidió un giro completo antes de entrar a su puesto para que todo el mundo apreciase sus elegantes formas. La goleta coqueta, pensé. Mira que eres linda...!
Así que me enamoré. Y lo sé porque uno esas cosas las siente. Porque me va el corazón a toda máquina cuando navego con ella y la pienso constantemente cada vez que me separo, preocupándome por si estará bien. Saber que le pasa en cada momento cuando estoy, porque la escucho y me lo cuenta sin decírmelo, porque la siento desde la proa cuando se pone en marcha la nevera en la popa, por ejemplo. Sé cuando quiere reducir vela o cuando le entra agua (cosa que le ocurre después de haberla sacado de su medio acuático). Porque me gusta adujarle los cabos, frotarle la cubierta con el cepillo o barnizarle la regala. Y así yo también le hablo y sé que yo también a ella le gusto. Me lo dice cada noche cuando me tumbo en la red del bauprés a contemplar las estrellas entre su jarcia.

A todo esto hay que añadir el buen carácter de los armadores, que puedo considerar amigos ya. Que han sabido confiar en mi y me han ayudado mucho mas de lo que cabe esperar, además de preocuparse por mi estado de bienestar. Me quito el sombrero ante unas personas de una calidad humana tan excepcional.

Considero esta experiencia un premio por saber esperar a ver hacia dónde tira la marea de circunstancias sin proyectar expectativas y trabajar a favor de la corriente cuando es el momento oportuno.
Por supuesto no hay que olvidar la amistad, una palabra que utilizamos con superficialidad, pero que considero vital, además de ser un valor que ninguna crisis económica podrá cambiar si no es para mejor, y en eso me considero rico.
Visto así, la vida me da mucho mas de lo que le pido y eso que soy de los que no se cortan pidiendo.