viernes, 11 de octubre de 2013

Chispas y espuma

 La mañana era espléndida. Un azul límpido se iba degradando hacia tonos salmón hasta la línea del horizonte. Aún unas nubes algodonosas se perfilaban perfectamente en el cielo en dirección al nordeste e incluso captaban algún matiz arrebolado de la aurora. La mar... Que decir de la mar; Serena de un azul intenso aún oscuro por no haberse manifestado el sol. Me parecía increíble estar contemplando un semblante tan apacible. Que hermosa mañana, me cago en su madre...! Hacia poco más de una hora esa mar tan encantadora nos había hecho ver sus insensibles  inclemencias. Blanca de rabiosa espuma nos trató como a peleles estrellándonos sus olas. Y ese cielo tan pulido, negro de ira nos lanzaba rayos sin descanso a través de la intensa lluvia. No me gustan los rayos cerca.
Habíamos abandonado ya Sicilia después del periplo estival por aguas del mar Egeo. De Creta habíamos navegado hasta el estrecho de Messina para pasar por el norte de Sicilia de vuelta a casa, ya que desde Trapani pensábamos llegar a Menorca sin parar en Cerdeña. Todo iba como la seda, la previsión meteorológica iba acertando de pleno y nuestra Catita se deslizaba sobre un costado con esos 15 nudos de viento anunciados , así que la jornada se desarrollaba con la tranquilidad habitual. Cuando la oscuridad lo permitió, se empezaron a ver resplandores lejanos en el horizonte, pero calculé con lo lejos que estaban que nos pasarían por la proa, como efectivamente parecía que estaba sucediendo.
Una enorme mancha se formó en la pantalla del radar que detectaba el chubasco y los rayos ya se veían claramente por la proa. Decidímos entonces alterar el rumbo para librarnos de aquella tormenta. Como su rumbo era Nordeste,  nosotros enfilamos nuestra proa hacia Túnez.
Su marcha debía ser más lenta de lo que yo supuse y pronto nos vimos rodeados de esas grietas de luz intensa a muy poca distancia. Parecía que la bóveda celeste se resquebrajase y nos fuera a caer encima todo el mas allá de golpe. Fué ahí donde con un poco de resignación le comuniqué a Ana: –Ésta nos la comemos con patatas. Arranqué motor y me dispuse a reducir trapo. Enrollé la Génova entera, porque al ser una vela muy grande pinta mal si se desenrolla sólo una pequeña parte. Me puse a enrollar la Mayor también (Es el odioso y poco práctico sistema de vela enrollable en el palo) porque no sabía que intensidad tendría el viento y prefiero adecuarla cuando esté establecido. Súbitamente bajó la temperatura varios grados, como cuando en pleno verano entras a un comercio de esos que usan una pantalla de aire acondicionado en la puerta, pero la sensación fue la de adentrarnos en el reino de los muertos, aquello no auguraba nada bueno. De pronto un azote de viento y lluvia escoró el barco mientras la mar se convertía en una superficie agreste nevada. Cuando ya tenia la mayor enrollada casi del todo, restallando la baluma, los rayos me iluminaron unos instantes lo que parecía un girón de la vela entrando por la ranura del enrollador. Bueno, por lo menos ya está recogida.—pensé—. Uno de los mayores peligros que tiene este sistema maldito de mayor enrollable en el palo, es que si se te atasca cuando no está completamente fuera es imposible arriarla, es decir; que te quedas con todo el trapo que lleves en medio de un temporal. Mal rollito. Agradecí haber cambiado hacía poco el cabo del enrollador y ya no daba tantos problemas. Cuando terminé de enrollar la vela fui hacia popa para encargarme del gobierno del barco y vi un pequeño bulto colgando de la rueda del timón. Era Ana. —Que haces ahí?—"BLA,BLA,BLA,MÁTICOOO!!!"— Ella gritaba y  la mar rugía, así que no entendí nada, pero allí estaba ella, aguantando el timón contra viento y marea.—¡No aguanta el piloto automático! —Me repitió cuando la relevé de la tarea— El fortísimo viento proyectaba las gotas como perdigones. Por un momento pensé que no podía ser agua. Un razonamiento veloz me hizo comprender que tampoco podía ser granizo dada la temperatura, pero agua,  con lo que duele en la cara? Era como si el dios Eolo se hubiera sacado una Karcher y nos la disparase a la cara de cerca.  Me entró la risa pensando en todos los días de calma chicha que nos habíamos comido. —Ya te podías dosificar un poco, capullo! —Esto lo pensé sólo, pero me oyó. Una ráfaga más fuerte me abatió la proa y arrancó una colchoneta llevándosela como si fuera un papel. —Hala! más mierda a la mar! Gili...— Me volvió a oír;  El windex marcó 65 nudos (120km/h) de viento y el bimini que nos cubre de las inclemencias solares durante el día lo arrancó de cuajo. Afortunadamente quedó preso por unas cinchas y no salió volando. Entre Ana y yo, ya que a bordo no había nadie más, ni nadie menos, lo cual agradecí mucho, recogimos el toldo y lo "arreguñamos" como pudimos. A partir de aquí dejé de pensar en voz alta, por si acaso.
Seguí tratando de mantener el rumbo del barco.  Las olas barrían la cubierta con tal fuerza que el sellado de las escotillas era ineficiente y entraba bastante agua dentro, no para preocuparse, pero si para molestarse. Como además Eolo seguía jugando con la maquinita del agua a presión, cambié de rumbo para tomar la mar y el viento por la popa e ir más cómodos. Entonces la Zodiac que llevábamos amarrada atravesada sobre la popa se dió la vuelta apoyandose  sobre los backstays haciendo de vela y el barco se puso a mas de diez nudos de velocidad. Por riesgo a que arrancase el balcón de popa volví al rumbo de la Karcher en la cara y la Zodiac cayó a su sitio de nuevo. Menos mal que la había asegurado firmemente.
Los rayos detonaban al mismo tiempo que lucían, así que los teníamos encima, era solo cuestión de probabilidad que nos diese uno y poco se podía hacer para reducir el riesgo salvo seguir atravesando aquella lluvia incesante de electricidad y agua, así que para qué preocuparse.
La mancha del radar ocupaba más de cuatro millas a la redonda, así que aún faltaba un buen rato para salir de aquel berengenal.  —Tranquila cariño que ya queda poco.—le dije a Ana para darle fuerzas y transmitirle tranquilidad, pero tampoco estaba preocupada. Me sorprendió y me enorgullecí de ella, porque a mi me temblaban las rodillas. Aunque puede que yo tampoco tuviera miedo y no lo percibí como tal, sentía ese respeto (del que acojona) por los maestros que me estaban poniendo a prueba, y que hacía que estuviera con toda la atención puesta en lo que estaba viviendo. Si pudiéramos hacer eso siempre en todos nuestros actos, supongo que la vida sería mucho más intensa.
Poco a poco fue amainando. Cuando la veleta marcaba cuarenta nudos parecía una agradable brisa. Las chispas quedaron ya por la popa y dejó de llover, nos pusimos a rumbo, pero al poco detectamos la cola de la tormenta de la cual si conseguimos librarnos.
Poseidón, Eolo y el mismísimo Zeus nos habían dado una buena, pero Catita se comportó como una nave bien marinera y aguantó estoicamente preservándonos en el reino de los vivos.
De toda experiencia se saca una conclusión y la mía es sencilla: Siempre he temido una tormenta así y por supuesto, siempre trato de evitarlas, pero ahora que me ha tocado sufrir una, me he dado cuenta que es más grande el miedo producido por la imaginación que el estado de alerta en el que te ves inmerso cuando no te queda otra salida que aceptarlo. Esto, como cada experiencia que vivimos, al ser una prueba superada mas, solo debe hacernos mejores y mas fuertes.
Como dijo Roosevelt: "Sólo hay que tenerle miedo al miedo".

Rafa Marino