domingo, 30 de octubre de 2016

Opinión deFormeentera



 No sé si será por haber sentado la cabeza (en un sofá que compramos este invierno, mi bellísima compañera de vida y yo) pero todo parece marchar de forma más tranquila con respecto a las "aventuras" que cuento en las "Historias Saladas". 
Este verano no ha ocurrido ninguna situación de esas que te ponen los nervios como el cuello de un cantaor de flamenco. El barco en el que estoy desde hace unos meses (y todo hace suponer que por algunos años) no es que no dé problemas, si no, no sería un barco, pero no los ha dado en las circunstancias apropiadas como para crear una situación digna de ser contada (ya sabéis; las típicas batallitas). 
Es cierto que hace agua por alguna parte que aún no he podido detectar, pero es poca. Que las baterías no son suficientes para los consumos que tenemos. Que las bombas de achique haya que estar controlándolas más de lo habitual porque dejan de funcionar si no les metes un meneo de vez en cuando (para achicar esa poca agua). Que la jarcia (mástil, stays y obenques que lo sujetan) están en condiciones que da miedo someterlo a tensión, además de que las velas están un poco viejunas y se rasgan las costuras... y encima el jefe es un poco inconsciente y le gusta salir a navegar con viento fuerte ...Y una serie de irregularidades más con las que no os voy a aburrir.
Pero la cosa está muy tranqui. Como el barco es un velero, los jefes son bastante majos y llevaderos. Quizá os preguntéis que qué tiene que ver, y aunque creo que en alguna historia anterior ya hice algún comentario al respecto, para el que no sepa, voy a hacer un pequeño análisis: 
Por lo general el que tiene un velero es porque le gusta la mar y la navegación. Por lo tanto sabe de las condiciones de la mar y el viento, y que son los elementos los que mandan. Si el velero es pequeño, se lo hace todo el mismo armador (dueño) y no necesita a más que quien le quiera acompañar. 
El que puede permitirse un velero más grande, ya le hace falta ayuda y se adapta a comodidades más espaciosas, lo que trae normalmente más problemas, porque a más grande el barco, más chismes, apachuscos y cacharros lleva, para hacer todas esas cosas que antes hacía un montón de gente por una ración al día de carne desecada y unas onzas de grog. Aquí es donde encajamos los patrones de vela, que básicamente vigilamos que todos esos gadgets vayan funcionando, y que no se estropeen muchos simultáneamente.
 El que tiene una motora le importa un güevo que mar va a haber, ni viento ni nada... Lo que le importa es que le cuadre dónde y cuándo puede estar su apartamento flotante con su agenda. A éstos, navegar no les suele gustar, prefieren llegar lo antes posible a una calita mona, a ser posible llena de barcos, para que les vean (y con un poco de suerte, les envidien).
Si la embarcación es pequeña, lo más probable es que sea un lechuguino petulante (tengo que decir, que he conocido honrosas excepciones) que quiera de todo sin que le cueste mucho. 
Si el barco es grande ya estará acostumbrado a que le cueste todo un "riñón de la cara" (hay que contar con el escandaloso gravamen náutico) y se limitará a protestar un poco cada vez. 
Tendrá ese aire de inaccesibilidad, pero con mucha atención y respeto por quien está a su servicio. Éste (el servicio) habrá de guardar siempre una rigurosa etiqueta (nada de baños de mar, en su presencia, por ejemplo) cosa que es más distendida en las relaciones con los dueños de veleros, donde el trato suele ser más humano, por decirlo de una forma formal.  
Bueno, definidos a grandes rasgos los perfiles de armador de motora y de velero (generalizando, cosa que nunca se debe hacer) queda averiguar por dónde iba yo...
Ah si; Que mis jefes son bastante comprensivos y encajan muy bien, cuando el barco da algún problema, lo que hace que éste lo sea menos.
Así que estirando el verano hemos llegado hasta Formentera. 

DeFormentera y su turismo
Para quien no lo conozca, la isla tiene unos rincones preciosos, pero como hay mucha gente que ya lo sabe, es mejor no venir en julio y agosto. Yo llegué a finales de éste último y aún sólo podía vislumbrar algo de isla entre todos los italianos, que además del bulto por cantidad, producen el efecto cebra para confundir la vista. Lo consiguen al ir todos vestidos igual: pantalón short de los 80 con el bordecito blanco, camiseta de tirantes, gafas de aviador de espejo amarillo y sombrerito blanco estilo gángster (de esos que tienen el ala más corta que la de una gallina de granja industrial) y todos en scooter (el alquiler de motos debe ser el sustento de la isla). 
Todos se mueven en cardúmenes siguiendo los mismos flujos turísticos produciendo esos efectos visuales (y auditivos con el ruido de las motos) tan desconcertantes. 
Hay que decir en honor a la verdad, que no todos son italianos, también hay algunos españoles, pero casi no se los diferencia (quizá los españoles griten un poco más bajo). También algún inglés (se les ve rápido; son blanco nieve o naranja salvamento) a cubierto de algún chiringuito, hidratándose con ginebra, y algún que otro alemán, que queda de aquellos años del destape, escondido entre las rocas... Franceses, si, se ven también algunos, pero no suelen bajarse de los barcos.
Si miras Formentera en el mapa, verás que es ese cuajo que le cuelga a Ibiza. Es donde la gente que se descuelga de ésta última, viene a descansar de la fiesta a chiringuitos de playa mas tranquilos y se mezclan con las gentes que vienen a descansar de sus trabajos o sus vidas. De manera que te encuentras "gente guapa" y un alto porcentaje de "tías buenas" exhibiendo el trabajo de todo un año de gimnasio, y el de los artistas de la cirugía, con pensionistas de tupper y sombrilla del Decartón. Los sentidos se vuelven a confundir, entre melonares sintéticos y brevas maduras y cuajadas. 
Me fui andando hasta la Isla de Espalmador, donde este verano (estamos en el año decimosexto del segundo milenio) un gracioso, con una bengala quemó no sé cuantas hectáreas de bosque bajo. Me recordó esos sitios salvajes del Caribe donde te encuentras los restos que va depositando la mar, como una cisterna como las de camión con oxido de lustros, o un motor fueraborda, que estaba más fuera de borda que nunca, varado en la arena, desde hace años... Aún con todo esto, seguía teniendo la sensación de estar en un lugar salvaje y me entraron unas irrefrenables ganas de echar a correr en pelotas, entre todas aquellas dunas y lo que quedaba del bosque bajo (siempre he sido muy sensible a esa llamada de lo salvaje). 

Me ha encantado ver la afición de la gente a reproducir los gestos de sus semejantes. A algún iluminado se le ocurrió apilar piedras en forma de hitos rollito zen y ahora hay "zentenares" de hitos. 
Según la tradición, si haces un montoncito de piedras mirando al mar y le pides el deseo al faro (sí, al faro... Con un par!) de volver al lugar donde has hecho el montículo, éste se cumplirá. Yo creo que la gente se aburre mucho... Pero también hay que decir que queda bonito el conjunto y no hace mal a nadie, eh? Yo, en cambio me puse a recoger bricks y botellas de plástico, apilándolas  dentro del contenedor amarillo, pero es cierto que no es tan visualmente zen. A ver si alguien más iluminado que yo, se inventa una tradición de atropar basurilla o al menos no dejarla por ahí y amontonarla en un contenedor, que también queda bonito verlo todo limpio.

Esto me lleva a preguntarme sobre las bondades del turismo.  
Claro que el turismo genera riqueza, pero ¿qué riqueza es ésta si solo es económica? ¿Quien asume el desgaste de la isla? El incesante flujo de ferry cargando y descargando turistas y nubes negras. Las toneladas de residuos que no siempre van a parar al lugar adecuado (hay gente que no se acuerda que estamos en el siglo XXI y sigue tirando las botellas y las latas a la cuneta, o se dejan los vasos de plástico del mojito en la playa). El mismo aire que respiramos. ¿Quien paga a los bosques para que reciclen el humo en oxígeno? (a parte del gracioso de la bengala) ¿A la mar salada para que diluya los aceites, mantenga su salinidad y los flujos de las corrientes que transportan nutrientes para los peces que nos comemos? ¿Quien paga, para que el sistema medioambiental (y no económico) siga funcionando?   La naturaleza asume esa carga y nadie paga por ello.  
Es innato en el ser humano aprovecharse de los recursos naturales, pero coño! que ya tenemos una edad como para fijarnos en lo que hacemos, no?
Me ha gustado que las bolsas de plástico de los supermercados no sean de origen sintético, si no orgánico, por lo que son biodegradables y compostables y no andarán mucho tiempo por ahí, cuando se olviden de ellas en las cunetas, o vayan a parar al mar, como todo. 
Poco a poco va habiendo gente más responsable, mejor educada (medioambientalmente hablando) y hay más concienciación. 
Un velero es un espacio que ayuda a pensar así, ya que hay que gestionar la energía, las basuras y los recursos, el tiempo que estás desconectado de tierra. Aunque de momento no son ninguna panacea, ni mucho menos y aún quedan unos cuantos años para llegar a la utópica autosuficiencia energética y a la falacia de la sostenibilidad. Otro día os hablaré de sus consumos, su huella ecológica, etc. que me conozco y se me calienta la boca (los dedos en este caso). 

El lado salvaje de la isla
Éstos días, mientras espero al jefe, que vendrá el fin de semana para acompañarme en la travesía de vuelta a la península (le he dicho que me gusta navegar en solitario, pero a él le gusta ir acompañado) estoy al fondeo. 
Eché el hierro en la parte oriental de Espalmador (la mini isla anexa al Norte de Formentera) a sotavento, resguardado del viento de poniente y me puse a no hacer nada en diferentes posturas, mientras esperaba que lo negro que se veía a lo lejos llegase. Eché un poco más de cadena al ancla, cerré las escotillas y me preparé para un baldeo. 
La cosa se veía más negra que la boca de un lobo, por lo que todos los borreguitos que se formaban sobre las olas huían despavoridos. Las nubes de plomo iban arrastrando una cortina de agua que cambió la  tonalidad de la mar, del turquesa al verde prado montañés. Los rayos iluminaban la comparsa y la batucada que se oía a lo lejos tenía menos ritmo que mi amigo Ramón. 
No sé si fue para tanto o no, porque lo vi pasar por mi costado de babor, sin que me tocase ni una sola gota. Gran espectáculo para verlo desde el palco.
Al cabo de un rato, no llega a despejar del todo y sigue el viento. 
El barco que ha fondeado cerca, para esperar que pasase el berengenal empieza a levantar el fondeo. Entonces veo aparecer por la punta del faro a un aprendiz de Jesucristo de pié sobre el agua remando en contra del viento (sigo sin entender la gracia del paddle surf) dirigiéndose al barco que se marcha. Se pone al lado y hablan. Entiendo alguna cosa, como que el aspirante a mesías quiere que le lleven a alguna parte, pero se vé que no van en la misma dirección y el nazareno, sigue con su calvario en contra del viento, hasta que llega a mi altura. Le saludo y me dice que si le llevo de vuelta a Ibiza...
—Vienes de Ibiza? Y con la que acaba de pasar? Ole tus güevos! Menos mal que no te ha pillado, chato! Pero ahora volver es fácil, tienes el viento a favor! —Si, pero me lleva para otro lado  y yo vengo de la playa de Salinas... —Venga, no me seas mariquita, pásate al otro lado de Espalmador, que desde allí tendrás mejor ángulo. Si estás cansado atraviesa andando, en lugar de ir hasta el paso entre las dos islas (me refiero a que cruce andando al otro lado de la isla, no que separe las aguas y vaya hasta Ibiza caminando). —No, ya voy bien... —Con dos cojones! Me quedo pensando: A 4 millas (casi siete kilómetros y medio) de dónde estoy fondeado, y aún le queda volver, con todos los Ferry pasando por ahí. Pues sí que hace méritos el Jesús náutico, éste...

Yo por mi parte, soy más pagano. Me voy nadando hasta la isla, en pelota picá y como en ese estado, uno siente más la llamada de lo salvaje, me puse a correr como un loco perseguido por un enjambre de avispas, por entre las dunas y adentrándome entre el follaje. Así llegué al S'Estanyol, que es una laguna de barro en medio de la la Isla, más parecida que otra cosa a la ciénaga de Shrek. Una zona de nidificación de algún ave, que tenga la pituitaria atrofiada, porque huele bastante mal. 
Las malas lenguas dicen que ahí van a parar los vertidos de la casa del que cuida de la finca privada que hay en la isla. A mí me cuesta creerlo (es mucho más probable que vayan a parar al mar). 
La leyenda dice, que en la época de los piratas, era dónde se guardaban los cerdos para el abastecimiento alimentario de todos. En cualquier caso, es verdad que huele a putrefacción tricentenaria. Hay que tener muy pocos escrúpulos o ser un inconsciente para untarse de ese barro. Yo soy ambas cosas. Lo hice, disfrutando, además, como los cerdos de la época aquella, antes de ser sacrificados, claro.
Me pringué hasta el pelo, poniéndomelo tieso en forma de cuernos y seguidamente, salí de nuevo corriendo. Estaba tan contento con mi nuevo aspecto, que subí a toda prisa a uno de los promontorios más altos de la isla (es bastante plana, todo hay que decirlo) para hacer una estampa. 
Encontré allí un paralelepípedo regular de piedra (como un cubo alargado, vamos) que espero no fuera una tumba y que no sé qué pintaba ahí, pero me sirvió de peana para hacer mi estampa. Piernas un poco abiertas, espalda recta, brazos en jarras y mentón hacia el horizonte. Parafraseando a Engué: "Anda que no debo hacer bonito yo aquí, plantao, con este paisaje al fondo... Como un Masai!!!" 
Estuve un rato, hasta que me sequé y casi me convierto en estatua. Volví a salir corriendo otra vez entre las piedras, zarzas, bosque bajo y follaje diverso, como perseguido por un enjambre de avispas, pero no las de antes; avispas africanas asesinas! 
Salto de una duna a la playa y ahí que vienen una pareja de expedicionarios en bañador con bolsa y sombrilla. Les miro a los ojos y les lanzo un gruñido y sonidos guturales varios. Me miran con cara de estupefacción durante un segundo y medio (este tío es gilipollas o qué le pasa) y deciden echarse a reír. 
Me adentro en la mar y nado hasta el barco, dejando mi cobertura salvaje en forma de estela, reposando mi cuerpo lleno de rasguños y los pies doloridos sobre la tablazón del barco, al sol cenital. 
La tarde va cayendo y la oscuridad va ganando a la luz, hasta que ésta desaparece. Pero no dramaticemos. Las primeras estrellas van agujereando el manto nocturno y las nubes que aún quedan por el Este, que habían dejado de verse, se van tiñendo de rojo sandía. Hasta que abriéndose paso, desgarrando, haciendo jirones la cubierta celestial, se manifiesta una luna como una rodaja de chorizo, que chorrea sus lágrimas sobre una balsa de aceite, donde se moja la isla de Espartell, como un trozo de pan negro. Creo que voy a dejar de escribir e irme a cenar...

Rafa Marino