viernes, 20 de marzo de 2015

CON EL INGLÉS, LA MUJER Y EL VIENTO... MUCHO TIENTO!



El inglés lo domino lo justo para entenderme mal. A la mujer no hay quien la entienda y el viento... El viento está resultando muy frío para las latitudes que estamos. Aquí no hay quien comprenda nada...!
Bueno, comencemos por el principio ...o un par de meses más adelante, así nos ahorramos los prolegómenos:
Estábamos Ana y yo en Gibraltar, esa pequeña localidad al sur de España, con bastante carácter independentista y que por razones históricas que no llego a comprender del todo, está bastante poblada de ingleses, que después de tantos años apalancaos han ido dejando la impronta de su cultura en el lugar.
Habíamos vuelto para buscar a Catita a la que habíamos tenido que dejar amarrada en una marina casi dos meses atrás, después de salir del puerto de Rosas en Girona, porque una climatología muy adversa en combinación con la falta de tiempo, del cronológico, nos impidió entonces llegar hasta Las Canarias.
Reinaba un clima de inestabilidad y nubes grises en el ánimo, que nublaban el entendimiento, lo cual es mas peligroso cuando se va a convivir tanto tiempo en un espacio tan pequeño y oscilante sin posibilidad de salir a dar una vuelta, como no sea a16m, es decir; lo mas lejos, el púlpito de proa. Mas peligroso, decía, que la propia mar, si se combina mal. Así que por un momento sopesé la posibilidad de no hacer esta travesía atlántica. Pero a mal tiempo buena cara. Si la mujer tiene el carácter como la propia mar, bella siempre, pero cambiante, a veces bonancible y generosa y otras tempestuosa y cruel, no queda mas remedio que aceptarla como es mientras navegues en ella. Di mi palabra de cruzar este barco y negociaré las tormentas que sean necesarias, emocionales o climatológicas.

Si miras el Mediterráneo en un mapa del mundo te parecerá un mar muy pequeño, pero caben un montón de litros de agua que entran y salen por una ranura que en el mapamundi casi ni se ve. Esto produce unas corrientes que ni te cuento, pero que hay que tener en cuenta si quieres que el barco avance cuando has de pasar por ahí. Afortunadamente hay gente con estudios que se han puesto observar y medir estos fenómenos e incluso los han apuntado y todo, para que otros no tengamos que pensar demasiado. Los gráficos dicen que hay una corriente de entrada procedente del Atlántico y luego está la producida por la marea, que puede oponerse a la primera o sumarse, dependiendo, claro está, si la marea sube o baja. Por lo tanto es importante estar preparado a unas determinadas horas antes de la pleamar, porque si coinciden las dos corrientes en el mismo sentido, haces el ridículo como si intentases subir por unas escaleras mecánicas que bajan. En un centro comercial puede resultar gracioso. En un lugar con barcos mercantes por todas partes no hace ni puta gracia quedarse ahí clavado mientras pones todo tu esfuerzo en salir de ese embudo.
Las mareas tienen una puntualidad británica y nosotros debíamos estar saliendo de la Bahía de Algeciras 5 horas antes de la pleamar, pero ya se sabe que el hombre propone y la mujer lo descompone. Otra de las mujeres que lo descompuso fue la de la oficina de la marina, cuando fuimos a pagar. A la buena señora le debió parecer que debía encontrar el algoritmo que relacionase los días de estancia con el precio por día para hacer los cálculos pertinentes de lo que se debía y dijo que eso no se hacía así, que necesitaba tiempo y que lo iba a intentar, pero que necesitaba al menos una hora mas. Creo que esperaba a sus compañeros porque sólo tenía diez dedos para contar ya que a los de los pies seguro que no llegaba. Maldije su volumen británico y me fui a poner de nuevo la bandera española de cortesía en el obenque de estribor (donde se pone la bandera del país que visitas) que es donde le corresponde, y que cuando llegamos con el barco dos meses atrás, había quitado gracias a la "cortés" y flemática invitación de uno de los marineros del puerto a que la cambiase al obenque de babor (donde se pone la de la nacionalidad de la tripulación) a lo que Ana le contestó que el capitán era español y decía que aquellas aguas eran españolas y punto! Pero dado que el barco se iba a quedar en su puerto solito y para evitar represalias la arrié hasta este momento antes de pagar el puerto y largar.
Así que esta tarde nos adentrarnos en el meollo de uno de los estrechos mas transitados del mundo, de noche y retrasados lo suficiente para no llegar en condiciones óptimas y que se comenzase a notar la corriente contraria y avanzásemos mas despacio. Esto produjo una reacción en cadena y no aprovechamos una ventana de viento (valga la redundancia) que nos hubiera permitido no tener que navegar ciñendo con el viento en contra por la costa africana hasta la altura de Casablanca. Ceñir, o sea; navegar casi contra el viento y contra la mar es vapuleante y extenuante para la tripulación y para el barco porque tienes que ir remontando no solo el viento, si no también en contra de olas de tres o cuatro metros, que cada poco baldean la cubierta. Así estuvimos casi dos días que acabaron empapando por dentro el barco y los ánimos.
Una noche, durante mi guardia oí un ruido en la jarcia (palo, crucetas y cables que lo sujetan) fuuuuuuiiiiiiiip... Clank!!! y al iluminarlo pude ver uno de los cables diagonales secundarios que sujetan el palo, colgando alegremente y con el movimiento producido por la fuerte marejada golpeaba despreocupadamente todo lo que encontraba a su paso, Clank, Clonk, Clank, con el tensor actuando como un martillo de demolición manejado por un mono hasta el culo de tripis. Lo primero que desintegró fue la luz de navegación a motor, después el reflector radar y por ultimo a su gemelo de la otra banda, que a fuerza de golpes acabó sacándolo también de su sitio. Esperé en suspense sufriendo un par de horas por la antena del radar hasta que por la mañana, ya con luz, Ana me izó amarrado palo arriba (algo que parece ser ya una especie de rito, porque me ocurre cada vez que transito por estas aguas) y así pude sujetar los dos cables que se habían soltado y que amenazaban con romper la antena del radar, que ya había empezado a soltarse de su soporte. Es admirable la actitud incansable de los elementos en su afán por vapulearlo todo. Pero todo pasa, y pasó que roló el viento por fin y nos empujó lentamente hacia las islas afortunadas. Digo lentamente porque a causa de llevar la jarcia mermada, decidí no cargar el palo con mucho trapo, para llegar despacio, pero lentos. Eso si; con seguridad de no desarbolar.
Pensamos entonces parar al sur de Lanzarote, donde hacía algún tiempo ya, en la varada del Symphony, conocí a los encargados del varadero de Marina Rubicón, cuya calidad humana y capacidad resolutiva no hacen necesario pensárselo mas y hacia allá orienté la proa.
Pasado Puerto Calero el viento roló para refregarse bien contra la costa de esta isla, que le aplanaba las olas y le hacia encajes de espuma en las crestas. Al llegar a la punta del Papagayo, el viento se excitó aun mas al pasar entre las dos islas produciendo olas de frenesí verde mostrando el encaje erótico con voluptuosidad y descaro. Catita se escoró de placer arrumbando ya al espigón del puerto, sin la mas leve queja por las lesiones en la jarcia y yo con esa mezcla de satisfacción y temor por causarle daños mayores, ese gozo agridulce por la culpabilidad que tanto gusta a algunos curas (me estaré volviendo religioso?).
Finalmente a escasos metros de la bocana, aproamos al viento y arrié las velas para  entrar a puerto. Allí nos esperaba mi amigo Angel, que se apuntaba a descubrir de nuevo el Nuevo Mundo. Antes gozaríamos de unos días para descansar nuestros cuerpos maltrechos y repararnos para el cruce Atlántico.



Agüita Salada

Tras las reparaciones, incluyendo la de fortuna que tuve que hacer con el compás (brújula de barco) que desangré vaciándole accidentalmente la glicerina que llevan dentro y que sustituí por aceite para bebés (ahora va suave como el culito de un niño) largamos amarras. Nos hicimos a la mar un domingo, bien pertrechados y limpiucos, ya dispuestos a no parar hasta llegar a Tórtola. Si, Tórtola de nuevo... Ese muermo de isla, donde la primera vez dije que no volvería y esta ya va a ser la tercera. Me he dado cuenta que es la recalada pirata, para no tener que sacar el visado de USA haciendo el trapicheo de la ultima vez, que ya conté en alguna historia anterior. Se trata cruzar a St. John en Ferry, que está a una milla y media y ya es yankeelandia, porque en barco privado no te dejan entrar sin visado. Una vez me firman la entrada a La Tierra Prometida, de las oportunidades, la Libertad (La estatua) y las hamburguesas, ya puedo campar a mis anchas (bueno, es un decir, ya sabéis como son los americanos con su tierra...) bueno, a lo que iba:
La mar y el viento nos empujaban por la popa mientras Angelito echaba la papa.
Los alisios son más estables a partir de los 16º de latitud para abajo, mas o menos a la altura de Cabo Verde, así que, aunque ganando Oeste poco a poco vamos hacia el Sur (cualquiera que no tenga muy disminuidas sus capacidades de orientación o atención podrá deducir que estábamos haciendo un rumbo Sur-Oeste) y como es cuesta abajo íbamos como un romero haciendo surf y una buena velocidad.
Una noche mientras cenábamos, escuché la bomba de achique funcionar y al cabo de medio minuto ponerse de nuevo en marcha. Cuando abrí la pana para ver la sentina (el interior del casco) me encontré que la bomba trabajaba periódicamente achicando una cantidad de agua bastante abundante que no debería estar ahí... Metí la mano para sacar agua y catarla.
De matices bien definidos, su bouquet tenía bastante cuerpo y dejaba un retro gusto ácido al final, pero en esencia era AGUA SALADA!!! Medí el tiempo que tardaba en llenarse el pozo de la bomba y calculé aproximadamente que embarcábamos 25 litros de agua por hora. No está mal, teniendo en cuenta que cubiqué el volumen del pozo a ojo, conté los segundos con los dedos y la multiplicación la hice mentalmente y sin mover los labios. Seguí controlando la frecuencia de achique y no aumentaba así que me fui a mi cabina a no dormir. De día se ven las cosas de otra forma (al menos con mas luz), pero la forma fue más apremiante porque la bomba de achique dejó de funcionar. Bien, esto mejora por momentos... Le pongo a Ángel a darle a la bomba de mano mientras desmonto la eléctrica, la sustituyo por otra y limpio el filtro. Levanté todas las panas del barco (el suelo en idioma terrestre) para comprobar los grifos de fondo (en terminología náutica se llaman grifos a las llaves de paso que abren o cortan un flujo de agua u otros líquidos) que van por dentro del casco para conseguir agua salada de la parte de afuera, para refrigeración de motores, agua de los inodoros y otros menesteres que no vienen al caso, pero el caso es que era menester comprobarlos todos y este barco tiene treintaidos! Para qué...? Para darle emoción porque son entradas de agua salada potencialmente peligrosas que además los diseñadores del interior del barco se encargaron de que fueran inaccesibles para el ser humano. Pensé en cómo serían  estas personas, que estarían durmiendo tranquilamente en sus casas en Francia. Me preguntaba si serian como el hombre de goma (o de lo bien que estaría intentar que lo fueran por unos minutos). De paso me acordé de sus progenitores también mientras iba desmontando el barco e introduciéndome  por cavidades intransitables hasta para una anguila con anorexia e ingeniándomelas para grabar en video por los huecos a donde no llegaba a ver, sujetando el teléfono en el extremo de un palo. Todo esto me lo hubiera ahorrado de haber pensado un poco e ir primero a los dos lugares donde hay mas probabilidades de que entre agua en un barco. El primero que si lo había comprobado antes que nada, no era la causa; El eje de la hélice estaba seco. Pero el segundo lo dejé para el final, no solo por estar el último, si no por todas las botellas de agua, refrescos y demás familia que llevamos estibado en los aledaños de la timonería. Después de abrirme paso hasta la gobernalle como un espeleólogo con obesidad mórbida, iluminé con el frontal la mecha del timón y menudo chorrazo! Encontrar la causa, en sí, es un gran alivio. Ahora ya solo quedaba solucionarlo.
En otras circunstancias hubiera hecho una reparación de fortuna, pero con un ligero desvío estábamos a dos días de Cabo Verde y aunque no teníamos las cartas náuticas de ese archipiélago conocía un puerto con marina deportiva (probablemente la única de todo el conjunto de islas) donde podríamos reparar con más seguridad. En la mar es aconsejable ser conservador (por poco que me guste) así que pusimos proa a la isla de Sao Vicente donde ya había estado un par de años atrás.
Nada mas llegar y poner los pies en el bar flotante de la marina, oigo a mi espalda la voz sorprendida de una mujer que me llama por mi nombre! Era mi amiga Donata que junto a Isaac y Mia habían salido de Canarias, en el barco de este último, una semana antes que nosotros. Habían recalado de emergencia en marina Mindelo porque perdieron la pala del timón (yo preferiría perder la vergüenza antes que eso) quedándose sin gobierno del barco, al garete durante tres días, hasta que consiguieron fabricarse un timón de fortuna con un trozo del tangón, la tapa del water y mucho ingenio para colocarlo. Todo esto con las olas de cuatro metros (en las que nosotros hicimos surf)  y sin demorar mucho, porque la corriente ya les alejaba de la tierra más cercana. Y que sea robusto, porque las fuertes presiones a que someten las olas de cuatro metros que empujaban por detrás pueden destrozar cualquier intento de asegurar nada en la popa de la embarcación, como ya les había pasado con la primera versión de timón que construyeron y que les desmoralizó bastante la facilidad con la que se lo rompió, según me contaron. La mar se pone muy bruta (con lo mona que es) y no hay ingenio humano que la doblegue. Ellos consiguieron adaptarse e ingeniárselas para guiar al pobre barco mutilado en esa mar y poder acercarse a Cabo Verde, donde otro amigo que vino desde Cataluña, organizó un remolque de rescate contratando un barco de un particular y salió a buscarlos cuando les quedaban cuarenta millas para llegar. Me contaron la escena épica de Cali tirándose al agua a torso desnudo, desde la proa del otro barco, como en un anuncio de perfume masculino, nadando, sujetando con fuerza entre los dientes el cabo de remolque que les llevaría a puerto seguro. Fundido a negro con la marca del perfume y hasta aquí la publicidad. A ellos les corresponde contar la historia, que tiene matices de una aventura de las de verdad. Me sentí un poco imbécil, por comparación, habiendo recalado por la nimiedad de un chorro de agua dentro del barco.
Tampoco fuimos los únicos. Mal de muchos, trabajo para otros. Allí había al menos tres barcos mas con problemas en la timonería causados por la mar de popa que habían recalado de emergencia en su paso hacia el Caribe.
Por mucho que se revise un barco, siempre surgen problemas. En el caso de mis amigos fue la mecha, es decir; el eje del timón rompió por un sitio que era indetectable. Otro barco que estaba allí, había llegado con un 40% de la pala y serias dificultades para gobernar el barco. Otro: César, un navegante solitario de Cádiz, dudaba si seguir la travesía atlántica después de la experiencia de navegar varios días sin piloto automático, por un problema en el timón, lo que supone estar a dieta total de sueño, y casi también de comida, pues en ciertas condiciones de viento y mar no se puede soltar la caña ni un minuto sin que el barco no se atraviese a los elementos. Las torturas en Guantánamo son una lucha de almohadas comparado con una aventura así, y en la que uno mismo ha decidido meterse. Lo que lo diferencia es que aquí quien trata de degradar al ser humano, no es otro ser humano y tampoco es su intención hacerlo, ya que la mar o el viento o los rayos no tienen intención.
Otros habían recalado porque les quedaba de paso para seguir su viaje a Surinam, como era el caso de Verónica y Javier, una pareja de Asturianos, que preparaban también la travesía con unos amigos.
Angelín también fue uno de los que estuvo dudando de si seguir hasta el Caribe, debido al mareo constante que traía desde Canarias, pero le argumenté de la forma más convincente, y en el idioma que mejor entiende; el gestual; con las manos en las axilas, aleteando y gorgeando: Cooo...CoroCoooOOOoooo....!



La ruta del Sol

Así que solucionado nuestro pequeño problema de exceso de agua salada dentro del barco, nos avituallamos con un poco mas de fruta y verdura y nos despedimos de la gente que allí conocimos, voviendo a hacernos a la mar.
Esta vez Angeluco se tomó las pastis del mareo y no le ha mudado el ánimo.
A quien me ha mudado por unos días ha sido a mi. Eolo se ha estado comportando de forma perezosa dejándonos descuidadamente unas miserables brisas poco prósperas, cuando no, la total ausencia ellas. En esa opresora quietud es difícil encontrar el flujo y se crea una atmósfera pesada que el ruido de la maquina en marcha extiende hasta los confines del barco, arrastrándolo cansinamente por un elemento que se antoja denso, casi pegajoso. La leve ondulación apenas mece las amuras del barco. Busco, más que con la mirada, con la necesidad, guiños en las estrellas. Intento serenarme, empaparme de la quietud externa y reconciliarme con las fuerzas de la naturaleza, tratando de asumir que son lo que soy y lo estúpido de enfadarse por ello. Pero como mantener la calma y la quietud interior oyendo durante horas el incesante ruido del motor diésel, al que además hay que estar agradecido como el preso al carcelero que le trae la comida? Al final lo acepto, o me acostumbro, no sé. El ser humano es así. Nos acostumbramos a todo.
Una noche, durante la guardia de Ángel, me despierta y me dice que en el suelo de su cabina hay agua. Al posar los pies descubro que está anegado de agua de mar. El primer pensamiento que me asalta al ver que el agua ha llegado hasta ese nivel es: Nos estamos hundiendo? Pero por qué? Y por qué no han funcionado las bombas?
Trato de mantener la cabeza fría y me precipito con toda la calma que puedo poner delante a comprobar el estado de las sentinas. Abro de nuevo los registros para ver como está la situación y me encuentro la bomba primaria trabajando, sin prisa y con grandes pausas achicando un poco de agua del fondo, pero en ningún caso la anegación y catástrofe que esperaba encontrar. Ah! no nos hundimos, que bien! Ya mas tranquilo vuelvo a mi camarote, a ver de dónde sale esa agua y veo que se filtra por debajo de la puerta del baño que se ha inundado al rebosar el inodoro, que funciona con agua de mar. Después de achicar el agua y secarlo todo busco la posible avería que a día de hoy sigue siendo un misterio porque no lo ha vuelto a hacer.
Los días se suceden unos a otros, y las tardes tranquilas, navegando por el camino dorado que traza el sol hasta la hora que toca quedarse contemplando sus hermosas puestas que ponen una imagen idílica a la música que refleja nuestro estado de animo, que es mas relajado.  Tratamos de aprovechar los momentos de máxima fuerza de soplo eólico que no se puede llamar viento y que le costaría extinguir una vela de las de cera (la llama, se entiende...).
Izando el asimétrico, una vela de grandes dimensiones hecha del mismo material que los paracaídas, intentamos embolsar algo de viento y así parar el motor, que a este paso vamos a quemar todo el gas-oil y también lo necesitamos para la electricidad que hacemos con el generador (también diésel) con el que cargamos las baterías. Quería asegurar la llegada con combustible de sobra, a pesar de haber embarcado 200l. extra en garrafas que llevábamos bien estibadas junto con la zodiac y demás apachuscos en los pañoles de popa.
Y así, caminando, caminando, unos ratos a vela y otros contaminando, habíamos llegado justo a la mitad de camino. Esa mañana no hacia nada de viento y bastante calor, así que paramos motor para darnos un baño. Nadar en el vacío azul, de una luminosidad y un azul indescriptible es una experiencia casi mística. Flotar sobre mas de cuatro mil metros es volar en los límites del mundo liquido. Aproveché para limpiar algunas barbas de alga que le estaban saliendo al casco y quitarle sargazos que habían quedado presos en la pala del timón. Cuando fui a salir a la superficie coincidió con una ola que hizo bajar el barco mas de lo esperado y colisionamos. Afortunadamente el casco de este barco está reforzado con Kevlar y no le abrí una brecha con la cabeza, aunque en mi frente si (mi herida se cura, pero hundir el barco por una tontería...). Ana se aprestó a los primeros auxilios y dijo que había que coser (le encanta jugar a médicos, creo que además de ser su oficio tiene un poco de vicio) pero le convencí de que con unas tiras adhesivas sería suficiente ya que no me gustan las agujas perforando mi piel.
Bajamos más aún en busca del viento alcanzando ya los 13,5º de latitud y lo encontramos, pero cuando hubo que arriar el asimétrico, el sistema de enrollado se había roto y hubo que bracearlo. Aquello le costó a Angel un recuerdo para muchos años. Todo ocurrió muy rápido, como ocurren los grandes sucesos. Esta vez tuvimos suerte. El piloto automático no pudo mantener el rumbo, lo que hizo que la vela se hinchase mientras la recogíamos, y con ardides que solo el destino sabe colocó una trampa en la que Ángel cayó. La escota se tensó alrededor de su pierna y tiró de mi amigo llevándoselo a los cielos en cuerpo y alma. A este, que le gusta la vida mas que a un tonto una tiza, no quiso irse y se sujetó con fuerza al obenque, así consiguió no subir mas de un metro y medio o dos, pero el cabo le quemó por debajo de la rodilla dejándole unas buenas marcas en carne viva. Pasado el susto inicial, Ana, nuevamente se aprestó a curarle. —Ya tendrás tiempo para eso después. —Le dije sin ninguna compasión. —vamos a terminar de arriar esa vela! (Jugar a médicos con mi amigo...?).
Días después cuando el viento se relajó de nuevo, volvimos a sacar la vela para repararla, y dos veces mas se rasgaría por el mismo sitio, pero a parches, cumplió su cometido hasta que el viento arreció y ya no la sacamos mas del pañol de las velas.
Por fin los Alisios se comportaban como vientos formales y buenucos y podíamos navegar a buena velocidad y a rumbo directo, pero nubes de agua nos trajeron chubascos durante varios días, o mejor dicho; varias noches. Mientras pasa el nubarrón, los vientos mas fuertes te azotan la cara con la lluvia, entonces hay que reducir trapo, para volver a sacarlo después, una vez a pasado el berengenal. Muy entretenido y muy fresco! Me acordé de mi prima, La que Ahuyenta las Tormentas, que con una combinación secreta de padrenuestros y avemarías te disuelve un chubasco en un santiamén.
Dado el retraso que habíamos acumulado en Cabo Verde y que ahora el rumbo óptimo era entrar a las islas Vírgenes por el Norte, dejamos de plantearnos parar en Guadalupe a ver a nuestro amigo Pedro, que vive allí hace varios años y al que en ninguna travesía anterior había podido parar a ver. Nunca hay que descartar nada del todo. Una noche a la hora y poco de haber terminado mi guardia y desde la lejanía del universo onírico oí un chasquido y supe inmediatamente que el piloto automático se había roto, salí afuera y me encontré a Angel en la caña, (como se le llama al gobierno del timón, tanto si es caña como si es rueda) intentando hacer entrar en razón al piloto automático que ya no atendía a razones. —No te esfuerces, se ha roto. —A partir de ahora, tendremos que relevarnos al timón hasta que lleguemos. —le dije.  Como aun quedaban varios días hasta las islas Vírgenes, decidimos poner proa a la tierra más cercana, que coincidió no ser otra que Guadalupe. Así estuvimos navegando durante tres días. Nos planteamos, fondear esa noche en una islita cercana a Guadalupe, que se llama Marie-Galante (cuyo nombre nos sedujo desde el principio por ser la nao que Juan de La Cosa cedió a Colón como buque insignia en el descubrimiento de América, a la que rebautizaron como Santa María, que es mucho mas piadoso, claro). La idea era quedarnos al resguardo del viento en una playa paradisiaca para no entrar de noche a un puerto desconocido y entre los arrecifes con que Guadalupe protege sus costas, antes de entrar a la marina Bas-du Fort en Point-a Pitre.
Espoleados por las ganas de llegar, decidimos ayudar a las velas con un poco de motor, ya que el viento se había relajado algo.
De noche, que es cuando los problemas prefieren manifestarse y cuando quedaban veinte millas para llegar al fondeo de nuestros sueños, algo nos agarró con fuerza desde las profundidades. El motor se caló y el barco quedó sujeto por una mano invisible que nos ataba al abismo y nos impedía avanzar. Unas boyas y garrafas que asomaban por la popa descubrían la identidad del monstruo que nos apresaba. Los pescadores locales de langosta (y de barcos en nuestro caso) fondean unas jaulas enormes que balizan con garrafas y otros apachuscos flotantes, para poder recuperarlas, pero que de noche (y de día con dificultad) no se ven y lo tienen sembrado de ellas!
La mar seguía enviando las olas atlánticas que se estrellaban con violencia contra nuestra popa. Mientras, el grueso cabo que nos unía al fondo daba tirones de la hélice, que lo había enrollado con vehemencia sobre el eje y había montado un Cristo de Padre y muy Señor mío, como pude comprobar cuando me metí de nuevo debajo del barco, con gafas, aletas y una linterna dentro de una bolsa zip. Traté de cortar el cabo enroscado en el eje con la sierra de la multitusos, con la que, con paciencia, he llegado a cortar tacos de madera gruesos, pero llegar a la hélice buceando, con el movimiento del barco, hacia que gastase la mayor parte del aire, dejándome muy poco tiempo para cortar el cabo y desenredarlo de allí. Tras sucesivas apneas, con poca capacidad de recuperación por tener que mantenerme a flote en las olas y lejos del barco, que daba sacudidas como tratando de zafarse de su ligadura, decidí hacer caso a mi tripulación y desistir de librarnos de aquello. Ana seguía intentando contactar con algún servicio de guardacostas por radio sin ningún resultado. —Déjalo, esto lo tenemos que solucionar nosotros mismos. —Le dije.
Podría haber cortado el cabo y continuar a vela, pero adentrarme entre islas, de noche, sin tener la posibilidad de usar el motor en el caso de necesitarlo para esquivar algún arrecife inesperado, no me pareció buena idea. La idea de pasar la noche allí amarrados por la hélice, sufriendo los embates de las olas por la popa, tampoco. Así que pensé en quedarnos allí fondeados, pero como mandan los cánones y las buenas costumbres; amarrados por la proa. De manera que preparamos una amarra larga para sujetarnos a la misma boya y una vez la tuve pasada por ésta, les dije a los de abordo que me pasasen un cuchillo para cortar el cabo que nos aprisionaba. Ana corrió hacia el interior del barco en busca de uno. El tiempo al ser relativo, transcurre de diferente manera, supongo, para el que tiene que elegir qué cuchillo será más apropiado y donde estará ese en concreto que sería el idóneo, que para el que está esperando agarrado a una boya, que se hunde bajo las olas negras esperando que llegue el anhelado instrumento de corte. —UN CUCHILLOOOOO...!!! Volví a gritar, después de unas cuantas olas. Finalmente la herramienta llegó. Me agarré de nuevo al cabo y corté. No habría llegado ni a la mitad de las hebras cuando estalló por la tensión. El barco salió disparado y yo a remolque de este, sujeto con fuerza al trozo enrollado en la hélice. A bordo, Angel anduvo listo para que la amarra que sujetaba la proa fuera al agua rápido sin llevarse nada por el camino y el barco se aproó a la mar dócilmente. Así pasamos la noche, haciendo guardias de fondeo, porque un poco si que íbamos desplazando aquella jaula y todas las langostas que en ella hubieran, que debían ir encantadas de viajar gratis. Además había que estar atento por si apareciese algún barco.
Por la mañana un arco iris completo enmarcaba el barco de banda a banda como en una orgía de los osos amorosos. La mar seguía movida, pero como he dicho antes, de día se ven las cosas con mas luz. Pensaba en una forma de llevar aire debajo del barco para poder respirar. En cómo fabricar una bomba de aire, cuando vi el fuelle de hinchar la Zodiac y me entró la risa al imaginármelo conectado a un tubo de bucear con la manguera del agua. Le dije a Ángel que una idea tan divertida, que parecía sacada de los inventos del TBO tenía que funcionar... Lo probamos y aunque era poco el caudal de aire, si él mantenía buen ritmo pisando y yo permanecía muy tranquilo para ahorrar aire debajo, podría funcionar. Dicho y hecho! Al agua patos! Tuve que sincronizar mi respiración al ritmillo que mi asistente de aire marcaba con el pie, pero al poco ya lo había normalizado y podía dedicarme a cortar tranquilamente. Mientras estaba allí debajo concentrado se iban acercando peces la mar de curiosos, que venían a eso, a curiosear, acercándose tanto que casi no me dejaban ver lo que estaba haciendo. Les debían oler bien los efluvios del cabo que estaba cortando, plagado de mejilloncitos y caracolillo. O eso, o venían a descojonarse del sistema de respiración asistido. Un dentol, de más de un metro se mantenía a una distancia prudencial observando la escena ojiplático y sin pestañear... Finalmente tras muchos pisotones de Ángel al fuelle, terminé el trabajo y la hélice quedó libre, largamos amarras y seguimos navegando en demanda de Guadalupe, donde nos recibiría mi amigo Pedro. Fiestas, playa y la combinación de ambas, haría que no quisiéramos marcharnos de allí y nos quedamos.
Se decidió que el barco quedase en aquel puerto, bien resguardado y de un precio razonable, en lugar de llevarlo a Miami, que era una de las ideas que se barajaba al principio, pero a los americanos se les va la pinza mucho con el precio de las cosas.
De manera que disfrutamos de unos días extra en Guadeloupe, como la llaman los franceses, que claro, suena mas voluptuoso. Aquí conocimos gente encantadora y una vez mas sufrimos la inevitable sensación de dejar una parte muy importante de nosotros mismos en ese lugar. En mi caso, además, me despedía de mi Catita, a la que no sé cuando, ni si la volveré a ver. Se establece un vínculo muy estrecho entre el patrón y el barco. Como un actor presta su cuerpo y su voz a un personaje, el Patrón vive a través de su casco, jarcia, timón y cabos, lo que el barco siente, y así, cada uno vive a través del otro, experiencias irrepetibles.


Rafa Marino

2 comentarios:

angel dijo...

Buenísima y divertidísima crónica de lo acontecido en esa travesía Atlántica...cada vez nos parecemos más narrando historias!!

Anónimo dijo...

Rafa, me ha encantado tu relato, transmites muy bien y parece que va uno contigo en el barco ¡ojalá, ja, ja!
¡Sigue escribiendo!
Luz