viernes, 14 de noviembre de 2008

La Wynalda













La Wynalda Badalona – Palamós 20 de septiembre de 2006 El 19 de septiembre aterrizaba en Barcelona. Volvía de la boda de Marísa y Asier y había quedado con Rai para llevar la Wynalda a Palamós. Es una jovenzuela de cincuenta y tres años, de madera y casi diez metros de eslora. Estaba amarrada en la marina de Badalona desde hacía ocho meses, cuidándose ella solita. Nos saludó con un leve balanceo de sus plumeros que le cuelgan de los obenques dándole un aire hippie. Tenía la humedad natural de estar todo ese tiempo cerrada soportando las lluvias torrenciales del final del verano. Le abrimos todas las escotillas y los ojos de buey para que se airease y Rai comprobó el motor nuevo que arrancó a la primera. Tras un rato funcionando el alternador para cargar las baterías partió la correa, que ya había hecho su servicio. Como no teníamos recambio tendríamos otra tarea para la mañana siguiente, así que nos dispusimos a cenar en un restaurante del puerto, dónde nos quedamos muy a gusto, y de ahí a la litera desnuda y húmeda, que aunque sugerente para una mujer en el lecho, no lo es así para el lecho solitario. Pusimos el despertador a las ocho (que parece ser el número de la travesía) y nos echamos vestidos sobre las literas. A la mañana siguiente, después de comprar la correa, que encontramos de casualidad, fuimos a desayunar al mísmo sitio donde cenamos la noche anterior. Volvimos a la Wynalda para hacer los preparativos para zarpar. A las once aproximadamente salíamos por las puntas del puerto abandonando su último abrigo, que da sudores a quién lo tiene que pagar, como había hecho Rai no hacía ni una hora, y aún sudaba. El capitán me mandó quitar las defensas, que ya tenían que estar quitadas. _ si señor, Voy! Al poco, una milla o así de la costa, paró el motor y equipados con gafas de bucear y una espátula nos entregamos a la tarea de limpiar el casco. Es asombrosa la labor increíblemente titánica que los organismos prácticamente microscópicos del agua son capaces de elaborar en menos de un año. A los tres cuartos de hora de sucesivas apneas para arrancar toda aquella vida adherida al casco, que ya no se sabía cual estaba pegado a cual, yo no quería darme por vencido antes de acometer la quilla, que ambos habíamos dejado para el final, cada uno por su costado. Cuando Rai me dijo que ya estaba bien, que estaba cansado, me invadió una sensación de alivio indescriptible y subí a bordo dejando pasar un intervalo de tiempo para que no pareciera que estaba ansioso por abandonar la tarea y también para recuperar el resuello. Las velas fueron izadas a las doce del mediodia y la Wynie comenzó a desperezarse con una navegación tranquila. El capi marcó el rumbo y el tercer miembro de la tripulación, Raymar, el piloto automático aguantó la caña a rumbo sin rechistar para toda la jornada. La verdad es que navegar en la Wynalda a vela es una sensación altamente gratificante que pocos tienen el placer de experimentar. Así que tomamos un aperitivo con vino añejo (más de un año en el calor de la despensa) y frutos secos (o así se supone que debían ser) que llevaban una larga vida junto al vino. Un lujo asiático, vamos! A la hora de comer separamos un paquete de espagueti del azúcar licuado gracias a la humedad del ambiente en combinación con tanto tiempo de exposición, que había caramelizado toda la estanteria y tenía un sabor sabroso. Deberíamos haberlo recogido con una espátula (la menos oxidada) para endulzar el licor de café que elaboramos a base de agua del tanque, de ocho meses, café soluble de la época y whiskie Chivas, eso sí, y azúcar, pero sin licuar, que no es lo mismo. Esto ayudó a digerir la comida, que merece ser explicada pormenorizadamente por su interés científico. La Tarea referente al aspecto culinario fue ejecutada (en el más amplio sentido de la palabra) al estilo que las circunstancias permitieron. El toque maestro para hervir la pasta consiste en añadir al agua de crianza de los tanques un diez por ciento de agua marina (esto evidentemente es el toque Marín) en una cazuela cuya superficie oxidada no supere el 40%. Para el tiempo de cocción se recomienda que se acabe el gas antes de que el agua comience a hervir y aprovechando esta temperatura óptima se abandonan los espaguetis al remojo durante una hora o más, a ver si se ablandan de una puta vez. Para el aliño no se recomienda el aceite del motor, en lugar de eso la salsa se puede componer de boloñesa de bote, previamente abierto ocho meses atrás, retirar la capa floral blanca protectora de la superficie y añadirlo a la pasta (que a esas alturas del remojo, el término “pasta” es la mejor definición). Sírvase frío y en la propia cazuela, todo regado con el vino de confianza de la Wynalda. Después de tan opípara comida (no abundante, pero consistente) nos fumamos el postre y el capitán distribuyó las guardias de siesta a piedra, papel o tijera y se fue a dormir a la banda de babor, a la sombra de la mayor, joder, vaya sitio! Me quedé de guardia contemplando el barco, sintiendo sus ruidos tratando de entenderla y disfrutando de la navegación. A los cuarenta y cinco minutos Rai se despertó y yo no demoré la siesta. Qué placer! A los veinte minutos de dormirme acariciado eventualmente por la escota del Génova que daba cansinos lametones al aire lento, me despertó el curri que arrastrábamos por la popa, filando hilo a toda velocidad. _ Hostia, que hemos pescado! El capi, que estaba en la cabina subió y comenzó a cobrar hilo, pero la única resistencia que hacía cuando cobramos todo era la del pezqueñin de plástico con anzuelos en los huevos. Volvimos a echar el curri al agua y no habría pasado media hora cuando la caña se volvió a curvar, filó un poco de hilo y nos precipitamos a frenar el carrete y parar máquina, que a esas alturas ya iba funcionando a causa de la ausencia de una brisa un poco más decente. Una Llampuga hizo su aparición en nuestro mundo, elegantemente, pero no muy conforme, ayudada por el hilo que tiraba del anzuelo que atravesaba su boca hambrienta de otros peces. Tampoco parecía muy a gusto en la cubierta y cogió una pataleta (o lo análogo a su cola). Esta falta de cortesía le sirvió para ganarse un severo castigo por parte del capitán, que le asestó un puñetazo en la cabeza que le partió la vida y la cabeza. No llegó a una hora después que decidimos merendar sashimi ante la falta de recursos para cocinarlo. Pesaría mas de un kilo, pero sin cabeza, la cola, la piel y las espinas, se quedó en poco menos de ochocientos gramos de filetes de llampuga fresca, que con salsa de soja (por supuesto caducada) resultó un manjar. Acompañarlo con un buen Whiskie constituye todo un banquete. La tarde cayó y con ella nuestras esperanzas de comer mas sashimi. Recogimos el curri y a disfrutar de la puesta de sol. Como seguíamos teniendo hambre merendamos una racioncita de queso que traía de casa y que deglutimos perfectamente a pesar de estar en adecuado estado de conservación, eso sí, sin pan. El que había en la Wynalda decidimos tirarlo por la borda sin probarlo, aunque estuvimos tentados de llevarnos a la boca aquella masa que había evolucionado de colores habiendo dejado el verde varios meses atrás y que después de todo no olía tan mal, al contrario, tenía un aroma a levadura apetitoso, pero la consistencia no nos sedujo y acabó como comida de peces. A eso de las 22:15h entramos en la marina de Palamós, dejamos a la Wynalda bien amarrada y nos fuimos a cenar al rincón del pibe, donde nos quedamos bien a gusto, no era Llampuga cruda, pero las mollejas entraron de muerte. Cuando volví al Pepa, éste me estaba esperando impaciente, todo en su sitio y perfectamente a flote. También él se sabe cuidar solito. Rafa Marín

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